miércoles, 17 de agosto de 2005

Palabras fuertes

Al releer "La Diamela", me llamó la atención la palabra "consagro", en el último verso. Consagrar. ¿Puede alguien que no sea sacerdote consagrar? ¿No es una palabra que se desacralizó (valga la redundancia) al emplearse sin toda la amplitud de su significado? Algo como el “adjetivo dios”.

Recuerdo cuando un catequista nos hacía reflexionar acerca de un slogan publicitario que ponía una empresa automotriz: "Peugeot 505, la consagración del placer". No por lo del placer, sino por la consagración a cargo de un auto, o de sus constructores, o de sus usuarios, o yo qué sé lo que hayan querido decir los "puetas del marketín".

Como sea, antes la gente gustaba de palabras fuertes. Consagrar es una palabra fuerte. Pero no lo digo sólo por eso. Leí de casualidad
un artículo acerca de Esteban Echeverría (tratemos de no meternos en política), conocí un poco de historia, el Salón Literario, etc. Copio un fragmento del artículo para que vean el lema que llevaba la agrupación de la que fue artífice el autor:

Debe decirse que por entonces un montevideano inquieto había abierto una librería destinada a hacerse célebre. Primero en la calle Defensa, entre Belgrano y Moreno, después en la calle Victoria, el local de Marcos Sastre (autor de El temple argentino) fue punto de reuniones y debates. Allí se encontraron Echeverría, Gutiérrez y Alberdi y del intercambio de ideas, voluntades y esperanzas nació el Salón Literario amparado por una divisa que era un latinajo y un latigazo: Abjiciamus opera tenebrarum et induamur arma lucis. Que en buen castellano quiere decir "Arrojemos las obras de las tinieblas y vistamos las armas de luz". Y que es de San Pablo el Apóstol.

Más allá de las ideas políticas que pueda haber albergado, de lo cual poco conozco y de lo que no puedo hablar, esas sí que son palabras fuertes... ¿Bien usadas? No sé.

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