Gracias a que uno en Facebook es gente de mundo (conoce mucha gente que no conoce), se enriquece con las experiencias de los demás. En días pasados pude ver dos videos en que dos directores de orquesta explican, uno, cómo escuchar música (Daniel Baremboim), otro, qué es dirigir (Riccardo Muti). Pero una nota común en ambos es lo que puede haber en la música para tener una experiencia de Dios.
Baremboim no lo dice directamente, es cierto, pero Diego de Jesús nos descubre una interesante analogía con la Lectio divina. Y Ricardo Mutti lo dice cuando llega a sus límites, el límite de lo expresable, el final de su camino (gracias aquí a Antonella Facello). Todo esto me llega muy oportunamente, ya que estoy acompañando a Francisco Luis Bernárdez en su viaje a Dios a través del canto del ruiseñor, cuya voz es “un destello de la eterna”.
A continuación un fragmento de “El ruiseñor”, de Bernárdez, con negritas en las palabras donde la autora Ana María Rodríguez Francia da algunas claves de lectura espiritual:
Pero el silencio iba creciendo, pues esperaba el nacimiento de la música.
(…)
Primero fue como una queja, como un sollozo de cristal, como un gemido.
Luego un sonido entrecortado por el murmullo tembloroso de los pinos.
Más tarde un hilo melodioso, luego una pausa y un rumor, después el trino.
Y al fin el canto, el canto, el canto del ruiseñor en el silencio conmovido.
Un canto limpio y armonioso, cuyo fervor era el del aire sensitivo.
Y cuyas notas inflamadas resplandecían como gotas de rocío.
Más inventivo que el fuego, su movimiento era el del alma y el del río.
Se deslizaba por el tiempo, pero en la paz del corazón estaba fijo.
El canto ardía en el silencio con el misterio de un lucero lejanísimo.
Impenetrable y luminoso como un purísimo diamante pero vivo.
Cerrada estaba todavía para mi frente silenciosa la Belleza.
Y de repente, por el canto del ruiseñor, tuve noción de su grandeza.
El gran amor que lo encendía se desbordaba de su voz con inocencia.
Y algo del bien que yo ignoraba caía en gotas de emoción en mi conciencia.
Entonces vi con toda el alma que aquella voz era un destello de la eterna.
Que la pasión que la inflamaba me daba el ser para que yo comprendiera.
Que aquel amor era la fuente del manso río de mis ojos y mis venas.
Y la raíz que alimentaba la voz del mar y la canción de las estrellas.