Y claro, se impuso la lectura que era ágil, la del inglés de los güesos. Además de que su también pobre impresión era, sin embargo, mucho más agradable de manejar. No es que no sean ágiles los años y las leguas de Miró, y son un disfrute total. Pero se necesita estar fresquito para aprovecharlo, para leer la metáfora y sentirla. Y esa penosa edición de Salvat no ayuda. Edición que encima se da corte de tener un "Comité de patronazgo" cuyos integrantes eran Dámaso Alonso, Presidente de la Real Academia Española, Miguel Angel Asturias, Premio Nobel de Literatura y Maurice Genevoix, Secretario Perpetuo de la Academia de Francia.
Después de leerlo un rato fui al fondo y los limones estaban de postal. Capturaban la última luz del día y brillaban tenues en medio de la penumbra. La misma luz final se agarraban dos laterales ciegos de dos edificios cercanos. Los limones probablemente la tomaran de ellos. El farol del vecino ya estaba prendido pero su luz solo estaba allí. Brillaba solo dentro del farol porque la poca luz de afuera era, sin embargo, de una fuerza superior. Había tanto silencio que escuché el tren. El grado normal de un silencio notable es poder escuchar las campanas de las benedictinas. Este era un grado superior de silencio.
Uno escribe torpe pero siente adoptar, aunque sea en forma tosca, el modo de lo que lee. Como cuando veías una película de acción y salías dando patadas de karate.