domingo, 22 de mayo de 2005

¿Lenguaje impúdico o desenfadado?

No sé qué motiva mi sensación, si un normal buen gusto, o un exagerado pudor, o cuestiones profundas de represión sexual, o todo junto, o nada de eso. No sé porqué, pero hay lenguajes de ciertos literatos que me chocan por momentos. El mismo Marechal, que tanto me gusta, tiene varias veces un tono "nada solemne" que me cuesta aceptar. Aunque no es muy sexual lo suyo (o sí, no sé), sí me llaman la atención sus vinculaciones a... "pises y cacas", digamoslo así. No citaré acá fragmentos; partiendo del mismísimo final de Adán Buenosyres pueden hacer ustedes el ejercicio "revisatorio".

Encuentro que, según dice el mismo autor, a propósito del Adán Buenosayres, "tempranas lecturas de Rabelais dejaron en mí: (...) 3º una falta de temor a los vocablos gruesos (¡esas malas palabras que tanto me censuran algunos y que yo utilicé no por gusto sino por necesidad!)". (En "Claves de Adán Buenosayres").

Cuando puse
las referencias de Marechal a Xul Solar, Scalabrini Ortiz y Oliverio Girondo, dejé de lado a este último. Y luego, leyendo rápido cosas de él en Internet, encontré que tiene también una ocurrencia y un humorismo especiales. No las llamaría malas palabras, es algo... demasiado "expresivo". Lean, si quieren, alguna de estas poesías (uno, dos, tres).
En fin, esto que me molesta parece tener cierta explicación (lo cual no quita que me moleste, ni impide que se hagan otros juicios sobre ello; tomad lo siguiente como atenuantes). Quizás se trata de un lenguaje para un momento, para un tema. Como sigue diciendo Marechal en "Claves...":
"(...) Alfonso Sola González que calificó de "humorismo trascendente" la comicidad exte­rior de mi novela. En París (1929), donde planificaba yo el Adán Buenosayres, resolví "camouflar" el itinerario metafísico de la obra con las guirnaldas humorísticas de Rabelais, como lo había hecho él mismo; acaso también obraba en mí la naturaleza del porteño, que suele o solía ocultar las graves mociones de su alma bajo la ropa de un engañoso desen­fado ( tal era el caso de Macedonio Fernán­dez). Yo debía, pues, reservar mi "seriedad" para la substancia poética y metafísica de mi relato (¡con esas cosas no juego!), y usar el "humor" para lo restante, vale decir para los otros y para mí mismo".
Y más cosas, sobre un infierno "humorísitico" representativo de un lugar de purficación y la "catarsis por la risa", explican, en Marechal, ese lenguaje. Sé que es muy parcial e incompleto mi análisis, tomadlo como de quién viene.

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