martes, 16 de agosto de 2005

Poesía ahora sí dedicada

De un librito viejo rescaté una poesía que me gustaba cuando era más joven. Para ese entonces, si no terminaba el colegio empezaba la facultad, y no recuerdo apreciar la obra por estar pensando en alguien en particular. A esa edad yo estaría como aquel que está enamorado de todas las “chicas” y de ninguna a la vez. Más bien la dedicaría hoy a mi esposa, omitiendo palabras como “porteña”, por ejemplo, por cuestiones geográficas que podrán los lectores imaginar.

Viejo poema, muy conocido, muchas veces “colgado” en Internet, pero no importa. Otro escritor argentino éste, y muy vinculado a la política, pero tampoco importa, porque acá no se trata de eso. Título: “La Diamela”, de
Esteban Echeverría. (¡Ah, era esa!).

Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.

En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.

Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.

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