Hoy dediqué parte de la tarde al "lustre de metales". Quién sabe de qué cosas había que limpiarse...
–Usted estaría calificado para el Banquete –me respondió Inaudi–: hay en usted algunas "marcas" inconfundibles.
–¿Por ejemplo?
–Aquel afanoso lustre de metales domésticos en que usted se metió antes de acudir al revólver de su tío Lucas. ¿Recuerda?
–¡Sí, fue absurdo! –reconocí.
–Nada es absurdo: todo gesto humano tiene un valor “intencional” y una lectura simbólica, más allá de su valor literario o externo. Su lustre de metales, aparentemente ocioso, acusaba en usted una urgencia de purificación. Lustrar un metal es devolverle un brillo que perdió y que debe tener por naturaleza: lustrando sus cacerolas, usted se autolustraba sin saberlo. [*]
En mi caso, el lustre de metales consistió en unos retoques en el jardín: yuyos gruesos, removimiento de tierra, regado; el resto quedará para manos expertas; y luego el limpiado con detergente y virulana de la capelina de una lámpara que toma la grasa de las comidas que se hacen en la casa.
¿Y qué limpiaba? Y... uno se ensucia cuando se embarca en discusiones en las que se fija más en uno que en el otro. Semana larga, viernes más largo, sábado de agitado amanecer... gracias a Dios ya estamos en calma. Y acaba de dormirse uno. Si no dos. Me voy a fijar...
[*] "El banquete de Severo Arcángelo", XVIII; Leopoldo Marechal.
Preciosa entrada, que me ayudará mucho a trabajar más en las tareas domésticas...
ResponderBorrarHombre, claro, el lustre de metales no limpia nada. "Sale solo" y nos sirve como llamada de atención: "algo necesita limpiarse".
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