—Te ocurre al revés de las gentes. En lugar de andar buscando siempre justificaciones a tus errores, te pasas la vida buscándoles el lado malo a tus impulsos. Y sin embargo, eso, lo que te trae, es una contradicción. Porque si encuentras admirable en tu padre su dedicación total al objeto de su vocación, ¿por qué no hallas buena la tuya? En vez de simplificar las cosas, las complicas.
—Yo no tengo vocación definida —dijo Anselmi. Su voz era un poco amarga, ronca y viril—. Yo lo que tengo son ansiedades vagas, así como el enfermo que está en la cama, a quien se le ocurre de pronto que tendría que levantarse para arreglar algunas cosas que están mal en el mobiliario del cuarto de al lado; pero el cuarto de al lado está lejos y hay que levantarse y moverse; así que al fin, el enfermo se queda en la cama y sigue con su deseo vago de orden.
—Entonces lo que falla no es la vocación sino el medio, pues el deseo de orden es una vocación bastante concreta.
—Sí, pero tampoco sé claramente lo que es ese orden.
—¿Quién lo sabe? De antemano, nadie. Ni los grandes políticos ni los grandes artistas han pensado su orden plenamente antes de ponerse a realizarlo. El orden es una superestructura. Se articula a sí mismo a medida que lo alimenta su creciente adecuación a la realidad. Un orden pensado abstractamente en su totalidad es artificial e inservible.
martes, 31 de octubre de 2006
"Vocación definida"
“La bahía de silencio”, capítulo XI, Eduardo Mallea.
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