sábado, 14 de abril de 2007

Libros vacíos

La literatura que no tiene otro sentido que el literal (valga la cacofonía), que no tiene un sentido trascendental; esos libros que al leerlos sólo conmueven la piel, mientras que el corazón sigue como si nada; algunos ostentan una lógica perfecta, pero con una razón mutilada; los podríamos llamar “libros vacíos”.
Eso era lo que yo evocaba al leer la primera parte de la primera de las citas de la entrada anterior. Y mientras leía me decía: “¡Bien! No estoy solo. No soy el único con esa imperiosa necesidad de encontrarle a todo un sentido o de evaluarlo como ajustado o no a una verdad trascendental”.
Libros vacíos. Vacíos, como quedó la capilla de Brideshead al morir lady Marchmain y apagarse la lamparilla; riqueza sin esplendor y poder sin dignidad, como los que encontró Charles Ryder al regresar de su viaje por América; vanidad de vanidades, como descubrió el mismo Ryder en sus reflexiones frente al nuevo Brideshead. [1] Quomodo sedet sola civitas…[2]
Cabe esperar, sin embargo -y asumiendo que estamos en la época de la libertad de expresión-, que así como la capilla de Brideshead realizó más tarde su destino -ignorado por los mismos constructores-, de ese modo uno de estos libros pueda tener para alguien, por medios que no conocemos -y en ignorancia de los mismos autores-, alguna palabra que le permita un acercamiento a la verdad trascendente.
Notas:
[1] Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh.
[2] Quomodo sedet sola civitas plena populo! Facta est quasi vidua domina gentium; princeps provinciarum facta est sub tributo. / ¡Cómo está solitaria la ciudad populosa! Se ha quedado como una viuda la grande entre las naciones; la princesa entre las provincias tiene que pagar tributo. (Lam 1, 1) Las cuatro primeras palabras figuran en los tres pasajes de la obra de Waugh a la que se hace referencia.

1 comentario:

  1. Bueno, sí, tomando como punto de partida aquella "libertad de expresión" (o de interpretación?) podríamos aventurarnos a decir que el destino de un libro en el alma de un lector, es insondable.
    Pero así y todo hay libros que dicen, objetivamente, más que otros. ¿Es totalmente subjetivo el criterio para este tipo de juicios? No lo creo.
    Me parece que se confunde mucho el valor estético con el valor del contenido en sí mismo.
    San Agustín, por ejemplo, previamente a su conversión, como hombre de derecho y letras, se llevó una gran decepción con la Sagrada Escritura, aunque él mismo reconociera que le resultaba chocante el estilo, aunque intuía la profundidad del contenido.

    Leer un escrito de Guillermo de Saint-Thierry (S. XIII) puede resultar una tarea ardua sin preparación previa; pero bastará un poco de apertura para darse cuenta que la profundidad que encierra.
    "El Nombre de la Rosa" es un libro altamente lúdico para eruditos, por sus permanentes guiños literarios e históricos; a un lego le puede parecer una fascinante trama policial; pero como "mensaje", es ... nada ... un jueguito intelectual.
    "El Señor de los Anillos" es un verdadero océano literario, que hace gala de estilo, y además, por medio del simple relato, te va introduciendo en distintos niveles de profundidad en el discurso; pero es muy posible que alguien cuyas lecturas no superen la calidad de Federico Andahazi, no pueda pasar de las largas descripciones del primer libro.

    En los tres casos citados (arbitrariamente) uno puede listar valores y algún que otro traspié que la obra tiene, objetivamente. Pero no, el único valor objetivable para muchos lectores es el "me gustó-no me gustó", que es válido como cuestión hasta de márketing, pero que nada tiene que ver con la profundidad del "mensaje", si es que la obra lo tiene.
    Por eso creo, que sí, que podemos hablar, hasta cierto nivel, de libros rimbombantes, aunque, vacíos, peeeeero, con extremo cuidado de no meternos en las cuestiones de gusto, que, como sabemos, son hoy en día, casi sagradas.

    ResponderBorrar