Adán se detiene, bajo la lluvia, en la esquina de Gurruchaga y Triunvirato. Desde allí, todavía indeciso, contempla el ámbito fantasmal de la calle Gurruchaga, un túnel abierto en la misma pulpa de la noche y alargado entre dos filas de paraísos tiritantes que, con sus argollas de metal a los pies, fingen dos hileras de galeotes en marcha rumbo al invierno. Fosforescente como el ojo de un gato, el reloj de San Bernardo atisba desde su torre: no queda ya en el aire ni una vibración de la última campanada, y el silencio fluye ahora de lo alto, sangre de campanas muertas. Inesperadamente, una ráfaga traidora sacude los árboles, que se ponen a lloriquear como niño: Adán recibe un puñado de lluvia en la cara y se tambalea entre un diluvio de hojas que caen y se arrastran con un rumor de papeles viejos, mientras que los faroles colgantes ejecutan arriba un loco bailoteo de ahorcados. Pasó la ráfaga: el silencio y la quietud se reconstruyen bajo el canturreo de la lluvia. Soledad y vacío, Adán entra en la calle Gurruchaga.
martes, 18 de septiembre de 2007
Un cuadro
(…) Pasé de vuelta por el living vacío de gente y en la pared, arriba de uno de los sillones grandes, estaba el cuadro.
Es una vista, desde la calle Gurruchaga, de la torre de San Bernardo asomando por detrás de los árboles. Lo pintó mi abuelo y sería una ilustración casi ideal para la tercera parte del libro quinto de Adán Buenosayres. Quizás mi abuelo nunca haya leído ese libro, sin embargo, salvando algunos detalles, la pintura puede pasar como un encargue para la ocasión.
Basta que dos personas, por distintas que sean, hayan vivido en el mismo lugar, para que hayan visto lo mismo y que de alguna forma eso que vieron les haya dejado una huella.
Quien nos dice que algunas de las experiencias trascendentales o religiosas de mi abuelo no hayan tenido el mismo escenario que las de Marechal. Es fácil imaginar que uno y otro pueden haberse detenido alguna vez a mirar esa torre, en un arresto contemplativo ocurrido mientras recorrían las calles del barrio de Villa Crespo. Uno hizo de esa experiencia un pasaje literario, el otro la hizo pintura.
la calle Gurruchaga debe ser muy especial...
ResponderBorrarSí, o la torre de San Bernardo...
ResponderBorrarPara los que no conocemos Buenos Aires, es bonito ver en imagen lo que sólo eran palabras. Hace mucho que no leo la novela, pero me gusta ver que tu abuelo estaba en esa onda. Enhorabuena.
ResponderBorrar¡Me encantó!
ResponderBorrarPensé que sería algo muy personal esta entrada, así que me han sorprendido y alegrado sus comentarios...
ResponderBorrarBuena tu entrada :) No sé de pintura pero parece que tu abuelo lo hacía bien, me gustó mucho y tienes razón calza con el relato.
ResponderBorrargenial
ResponderBorrargenial
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