“El hombre contemporáneo, sobre todo el de temperamento individualista, prefiere que su oración sea la expresión directa e inmediata de su estado de alma; y lo que la liturgia le exige, al contrario, es que acepte como expresión de su vida interior un mundo de ideas, de oraciones y prácticas que, por su universalidad, resulta para él excesivamente amplio, en el que naufraga su pequeñez y su individualidad. Ese mundo se le presenta glacial, casi vacío, sobre todo al compararlo con el ímpetu y el calor y la riqueza sentimental de una oración espontánea”. (Romano Guardini, El espíritu de la Liturgia, cap. III: El estilo litúrgico).
Para “ponderar todo el alcance de este obstáculo nada despreciable”, Guardini explica la diferencia con que se nos muestra la figura de Jesús en la liturgia y en el Evangelio. Al ir recorriendo las páginas del Evangelio uno ve a Jesús recorrer los caminos, lo escucha hablar con las personas, siente su voz; es Jesús, el hijo del carpintero, que vivía en tal rincón de Nazaret, etc. “De este detallismo enumerativo, de esta precisión descriptiva es de lo que está ávido el hombre de nuestros días…”.
En la liturgia es muy diferente. “Aquí se trueca ya en el majestuoso mediador entre Dios y las criaturas; en el gran sacerdote eterno, en el Maestro Divino, en el gran pedagogo de la humanidad, en el juez de vivos y muertos, en el Dios oculto bajo los tenues velos de la Eucaristía, que une en su cuerpo vivo a todos los creyentes entre sí, constituyendo la gran familia universal de la Iglesia; en el Dios-Hombre; en una palabra, en el Verbo hecho carne”.
Pero Guardini aclara a tiempo que la liturgia no falsea la figura de Cristo de los Evangelios (respondiendo a la crítica protestante). La liturgia, como lo han hecho las divinas escrituras desde el Evangelio hasta el Apocalipsis, va partiendo de todos los rasgos de la persona histórica Jesús, hasta llegar a destacar su carácter eterno (y precisamente porque no es sólo un recuerdo, sino una presencia actual la de Cristo).
Y vuelve sobre la dificultad. “¡Cuántos de nosotros, de seguir nuestro primer impulso, sacrificaríamos gustosos los más bellos y profundos conceptos teológicos, con tal de poder contemplar emocionados a Jesús, recorriendo los caminos de Galilea, o de percibir el tono amoroso de su voz, cuando Él conversaba con sus discípulos!”
La respuesta a este dilema, dice Guardini, no está en tomar una cosa o la otra, sino las dos. “No cabe, por lo tanto, la disyuntiva de decir: ‘esto o aquello’, sino esto y aquello, lo uno y lo otro coexistiendo en una viva y eficiente compenetración”.
Como detallaremos más en la próxima entrada.
Bueno, Juan Ignacio, ya dije que me parecía una serie excelente esta: con cada nueva entrada lo reafirmo y no me importa repetir que me parece muy buena. Yo he empezado ahora El Señor de Guardini y me está gustando muchísimo.
ResponderBorrarEn mi pobre opinión, Guardini refleja muy bien esto que ocurre tantas veces hoy en día, dentro y fuera de la Iglesia, de que cada uno pone su propia individualidad como patrón de todo. Él lo desarrolla, brillantemente, respecto a la liturgia, por qué he de usar unas fórmulas abstractas en vez de mis propias ocurrencias, según mi estado de ánimo; incluso (añade él, con razón) la lectura del Evangelio, que nos permite imaginar, es más sabrosa que la liturgia, sobre todo si tenemos un día poco litúrgico. Esto, en mi opinión, es todavía más nocivo en el campo de la verdad y en el campo de la moral, donde cada uno, cada cristiano, cada católico, se ha erigido en un pequeño pontífice que juzga lo cierto y lo incierto, lo correcto o lo incorrecto, conforme a la propia autonomía.
ResponderBorrarNo pretendo citar, pedantemente, mi comentario 1/3 a tu post anterior, pero ya ahí decía que uno de los efectos de la liturgia era que nos hacía uno con el resto de la Iglesia: Guardini explica que del Jesús real la Iglesia ha ido decantando una serie de principios o de elementos para hacer la liturgia, que no coinciden quizá con los que más le gusten a uno, pero que necesariamente han de ser el mínimo común que nos una a todos, más allá de caracteres o de nacionalidades.
En fin, qué bonito lo de cambiar la liturgia más hermosa por poder ver un rato a Jesús, paseando por Galilea, hablando, riendo, llorando; ocurre que, como esto no es posible, será la liturgia y, en general, la unión con la Iglesia la mejor forma de acercarnos a Él, hasta que nos toque verle cara a cara.
No estoy seguro de que exista tal antinomia entre las escrituras y la liturgia.
ResponderBorrarLos evangelios, lejos de ser sentimentaloides o apuntar en algún modo a la representación de la imaginación son bastante parcos. Transmiten la menor cantidad posible de detalles (dentro de lo mínimo indispensable para que se entiendan las situaciones).
La pasión, la infancia, el nacimiento, la resurrección, los milagros, etc. no nos transmiten una visión global de todo lo que ocurría sino que transmiten, con cierta frialdad, el mensaje.
Lo mismo ocurre con la liturgia "mutatis mutandi".
Muy bueno, como siempre.
Respetos.
Natalio
Hola:
ResponderBorrarExcelentes y profundas líneas. Desde hace un tiempo tengo este blog dentro de la lista de mis favoritos; es que, siempre es grato leer líneas como las planteadas en este espacio.
Un abrazo y saludo desde Chile.
¡Gracias por sus comentarios!
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