Dios hizo enorme al universo. Pero puso al hombre en un lugar muy chiquito y marginal. A la vez, ese lugar diminuto es magnífico, un prodigio en todo el universo. Sin duda Dios lo hizo así para mostrarnos una paradoja que es una de las mayores verdades de la vida: No somos nada, pero somos los más amados.
Es un misterio enorme para descubrir. Despreciar mi vida para ganarla. Ponerme en el último lugar para ser llamado al primero. No se trata de repetir que no somos nada para desinteresarnos de nosotros al punto de aniquilarnos (eso sería una falsa humildad). No se nos pide que renunciemos a la felicidad. Sería, en cambio, algo como estar dispuesto a perder, pero sin perder las ganas de ganar.
Lo veo claro cuando pienso pícaramente acerca de aquella enseñanza de ponernos en último lugar cuando nos invitan a la fiesta. “¡Qué vivo!”, digo, “Al fin de cuentas, se pondrá a lo último para que lo llamen al primer lugar”. ¡Y precisamente! Nadie pide que no querramos estar en el primer lugar. Nadie pide que no querramos nuestra felicidad.
Pero no sabemos cuál es nuestro lugar. La felicidad la obtenemos cuando nuestro lugar nos lo dice Dios. Cuando nosotros resignamos a decidir sobre cosas que no nos corresponde decidir, cuando nos dejamos de pensar en “justicias” sobre quién es más importante que quién (quién estará la derecha y a la izquierda de Jesús cuando esté en su Reino). Y dejar que Dios nos ponga en nuestro lugar merecido no es más que dejar nuestra voluntad para hacer la suya.
Así que aquí estamos, en este lugar remoto, que no es el centro del universo ni mucho menos. Pero no estamos tirados y olvidados. Con tan magnífico lugar como es la Tierra, Dios nos da una pista del lugar que nos espera al final.
Juan Ignacio, todo tu post parece inspirado por la tremenda frase de Pascal: el hombre es nada comparado con el Universo, una caña que piensa, una caña que el Universo puede arrollar, pero eso le hace más grande que el Universo, porque él sabe que el Univesro le arrolla pero el Universo no sabe lo que hace.
ResponderBorrar¿Quién no ha tenido la experiencia de estar deprimido y sentir que su vida es nada, que es una pieza insignificante del mundo, que da igual que exista o no? Sólo Dios nos permite salir de esa agonía: si se me permite la frase cursi, somos un pequeño espejo roto que reflejamos la luz del sol.
Ingenioso tu comentario sobre el invitado astuto. Diríamos que hay que ir a la última fila sin esperar a que el novio se fije en nosotros, admitiendo que puede pasar de largo o ir bebido y que podemos llegar a los postres en el último puesto. Tampoco ahí se está mal, ¿no?
Nunca pude encararme de principio a fin los Pensées de Pascal. Ya me llegará la hora, por ahora los conozco aislados y los recibo de a gotas de los que me los cuentan. Así que gracias.
ResponderBorrarY claro, si uno está bebido, quizás conviene quedarse al fondo y no hacer papelones.
Es cierto que a veces nos puede gustar un lugarcito al fondo y pasar desapercibido. De todos modos, el primer lugar se debe entender como una realidad supraterrenal, estar junto a Dios. Y eso no lo dejamos de desear nunca. No debemos dejar de desearlo nunca.
En España hay una edición muy buena de los Pensamientos, Juan Ignacio, ordenada por temas, sin seguir la numeración original. Eso permite leer las partes más filosóficas, obviando las de teología o geometría.
ResponderBorrarMe gusta pasar desapercibido: a veces no es bueno que los demás te observen, sobre todo si no eres el novio que les invita.
"O God, I could be bounded in a nut-shell,
ResponderBorrarand count myself a king of infinite space (…) "
W. Shakespeare: Hamlet (II, ii)