No es que se propone al mundo el Dios de un pueblo de medio oriente.
Y es notorio el camino de descubrimiento de Dios que ha hecho ese pueblo. Como no hay otro.
Pero la verdad es que no fue el pueblo el que eligió a Dios, sino Dios quien eligió al pueblo.
Como dice el Deuteronomio, y leemos hoy en la primera lectura (4, 32-40.39-40):
“Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante.
¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir?
¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos?
Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios - allá arriba, en el cielo y aquí abajo, en la tierra - y no hay otro.
Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre”.
(En la solemnidad de la Santísima Trinidad)
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