domingo, 9 de julio de 2017

El Cristo de las sombras

Es una sorpresa encontrar una cosa así...

El Cristo de las sombras
(Carlos Ortiz, 1870-1910)

En el ruinoso muro de un viejo monasterio,
Donde el silencio mora con su paje el misterio,
Yo vi el desnudo cuerpo de un Cristo en el Calvario.

Que a su pasión le presta el muro solitario.
Era un Cristo de piedra, pendiente de los brazos
De una cruz, que la hiedra cubría con sus lazos.
Clavada en sus cabellos la corona de espinas,
Diadema del suplicio, corona el cuerpo en ruinas:
El cuerpo en que la lanza, de hiel envenenada,
Con hiel inoculara su carne inmaculada;
Y velando sus párpados esas pupilas yertas
Parecían dos pétalos sobre dos flores muertas.
Lo veo en mis recuerdos: una sonrisa vaga
Por su entreabierta boca: en su flanco una llaga
Florece como el rojo corazón de una rosa.
Yo vi el Cristo de piedra en la cruz silenciosa.
Yo vi el Cristo de piedra y esta impresión subsiste
Cuando la tarde baja serenamente triste,
Entre un vapor rosado, y entonces me parece
Ver, de pronto, en el cielo que sin luz se entristece,
Surgir la Noche, aún húmeda, como en sudor sangriento
Clavada en el sombrío terror del firmamento;
Y veo en las estrellas que poco a poco emergen,
Los clavos que en sus carnes desnudas se sumergen,
Haciéndole agujeros y heridas luminosas,
Que sangran en la sombra su sangre toda luz,
Toda luz cual la sangre de las sangrientas rosas
Del Cristo, florecido de rosas en la Cruz.
Así surge la noche clavada en el espacio
Hendidos en sus carnes los clavos de topacio;
Después, mientras la hora sombríamente avanza,
Se constela de heridas su flanco desgarrado;
De pronto se abre al golpe de una invisible lanza
La luna, llaga enorme, sangrando en su costado.

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