Imaginate que admiraras a un artista. A un pintor, a un músico, a un actor. Y que solo por admirarlo, pudieras acceder a su fama. Solo por admirarlo, sin tener ni un ápice de su talento, pudieras estar en sus espectáculos o responder con él las entrevistas en la televisión. (Quien no quisiera ser como el que admira…)
Siento que algo así nos promete Dios cuando habla de recibir a un profeta o a un justo. ¡Qué consoladora es la Palabra de hoy! Cuando sentimos que no podemos hacer nada, que somos poca cosa frente a esos hombres de Dios, Él nos dice que simplemente ayudándolos podemos participar de su mismo premio.
Tu explicación es mejor que la que dio el oficiante de mi Misa del domingo. Un fraile. Lo lio todo: que si acoger al profeta, hoy en día, es acoger lo que enseña la Iglesia, pues ella tiene en nuestros días el don de la profecía; que si el don de la profecía de la Iglesia ha de ir a defender la familia de hombre y de mujer, tan atacada por el Orgullo Gay celebrado estos día en Madrid; que si por atacar las Leyes gays nos van a discriminar y por eso Dios nos dará el premio de los profetas...
ResponderBorrarMe convence más tu explicación. Hay un punto incomprensible en el Evangelio que nos remite, una vez más, a nuestra indignidad y a la gracia, como dices tú. Lo demás sobra.
Esto es muy personal... Quien sabe no es correcto
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