lunes, 16 de octubre de 2017

Septiembre y octubre

(9/10)
Hay un árbol amarillo. En otoño tardío. Cuando llega la época de la fiesta de Corpus Christi le sacan hojas para hacer una infiorata. La infiorata es un camino hecho de pétalos de flores y hojas de árboles por donde transita el último tramo la procesión con el Santísimo.
Se gasta plata en esas cosas (muchas flores) y siempre que veo que la gente comenta los gastos recuerdo cuando buscábamos respuestas para las críticas al “oro del Vaticano”. Porque la gente no lo entiende. Pero es respetuosa. Porque lo hace. Cuida su trabajo. Y yo debería traer a cuenta a María derramando el perfume sobre los pies del Señor.

(9/10)
Hoy llegué con cinco minutos de ventaja y paré en la panadería. Me llevé una pequeña cremonita que salvó su vida a la mañana y ahora espera su hora en el cajón. Tengo un vaso de yerba para el mate que va hacerle el réquiem. Requiescat in panza”. No es para compartir. A veces sí hay para compartir. Uno ve algo y dice: “voy a llevar esto que vi, para compartir con los demás”. ¿Eso es Contemplata allis tradere? Pero esta no es para compartir. No, no.

(30/09)
Entramos. “Hola, qué tal. ¿El ruido y la furia, de William Faulkner?”
¡Esa forma que tenemos de preguntar, sin decir antes un “tiene” o un “tendría” o algo por el estilo! Se podría responder: “Sí, es un libro”. O “Sí, es correcto, esa obra es de ese autor”. Por supuesto que no me dijo eso sino que dijo algo como “sí” y se dirigió hacia un estante. ¡Qué bueno, un librero “posta”, que no va a la computadora porque sabe lo que tiene!

(12/10)
Ver una tapa y decir: “es turno de este”.
Tengo 20 GB de música en un palito pero extraño los discos.

(11/09)
“(...) Era como si Ringo lo sintiera también, y como si el ferrocarril, la locomotora veloz que esperaba ver, lo simbolizara: el movimiento, el impulso de moverse que ya había cobrado presión entre su gente, más oscuro que ellos mismos, sin razón, siguiendo y buscando una ilusión, un sueño, una forma luminosa que ellos no podían conocer porque no había nada en sus tradiciones, no había nada en su recuerdo, ni siquiera de los viejos, que pudieran decir a los demás: ‘Esto es lo que encontraremos’; ni él ni ellos podían saber lo que era, pero estaba allí: uno de esos impulsos inexplicables pero invencibles que aparecen de cuando en cuando en las razas y las impulsan a levantarse y abandonar toda la seguridad y la familiaridad de su tierra y su hogar y a ponerse en camino, sin saber hacia dónde, con las manos vacías, ciegos para todo salvo para una esperanza y un destino”. (Los Invictos, William Faulkner).

(09/09)
En el fondo de todo lo que pensamos subyace la misma, la única pregunta por el misterio de la vida humana.

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