Cumple diecinueve años el blog y me alegro de estar leyendo más que en años pasados porque puedo, cada tanto, traerles alguna cosita para compartir.
Las lecturas se arman de planes, regalos, recomendaciones, visitas a librerías de usados, revisión de la propia biblioteca, etc. De está última práctica es normal que cada tanto agarre un volumencito de la colorida pero mal encuadernada Biblioteca Básica Salvat. Y de allí recuerdo haber disfrutado a Gabriel Miró, a Alphonse Daudet y otros.
Esta vez me leí un volumencito llamado "Tiempos y cosas" del famoso Azorín. De esa colección de pequeños artículos les dejo el siguiente fragmento, pues me pareció de lo más pintoresco:
"Comenzaba a anochecer. Hemos regresado al pueblo y hemos discurrido un momento por los terrenos en que se abren las cuevas habitadas por los labriegos pobres. La ingente meseta del Cid palidecía a lo lejos; a sus pies, el valle se iba sumiendo poco a poco en la sombra... Yo he visto que un viejecito caminaba delante de nosotros: era uno de estos viejecitos de Levante, secos, menudos, silenciosos. Estaba ciego y marchaba encorvado, con la mano izquierda apoyada en el hombro de un niño y la derecha en un cayado blanco. He hecho una seña al niño mientras me llevaba la mano al bolsillo. Entonces el muchacho se ha detenido.-¿Qué es? -ha preguntado el viejecito.-Un señoret -ha contestado el niño. Se ha hecho una breve pausa, y luego el viejo ha tornado a preguntar:-¿Qué vol?Ya veis: la pregunta es sencilla, natural, lógica; y, sin embargo, yo he experimentado una emoción extraña ante estas simples palabras: «¿Qué quiere?» ¿Podréis formaros una idea del momentáneo y diminuto conflicto desarrollado entre los dos espíritus, el mío y el de este viejo, encorvado y ciego? Yo marcho hacia él henchido de generosidad y de simpatía; acaso voy a procurarle una ligera satisfacción con mi insignificante rasgo de altruismo; tal vez espero que de sus labios salgan palabras de agradecimiento. Y este viejecito, sereno, recogido sobre sí mismo, fuerte en su pobreza y en su soledad, vuelve sus ojos muertos y pregunta: «¿Qué quiere?»-Doctor - le he dicho al ilustre miembro del Real Colegio de Cirujanos de Londres-; doctor, hemos visto ya esta tarde, encarnada en un labriego, una partícula del alma española, grandiosa y feroz; he aquí ahora, simbolizada en este viejecito, otra partícula de esa misma alma, resignada e indiferente. «No sé cómo queremos vivir, pues es todo tan incierto», decía Santa Teresa; y añadía en otra parte estas desconsoladoras palabras: «A la verdad, no vemos sino hasta mala ventura en los que se van tras estas cosas visibles.» Es decir, debemos apartarnos, abstraernos, huir de todo lo que nos rodea, de todas estas cosas visibles; debemos encerrarnos en nosotros mismos, como en una torre inaccesible a los clamores y a las exigencias del mundo; debemos, en fin, cuando se nos excite a vivir con nuestros contemporáneos y a seguir la marcha incontrastable de la vida universal, preguntar como este viejecito, desde nuestra pobreza y nuestra soledad: «¿Qué quiere?» España, pobre, resignada, indiferente, ¿no ha pasado los últimos tres siglos, doctor, preguntando a Europa qué quiere?-Well and good! - ha exclamado el insigne doctor, lleno de entusiasmo, y nos hemos dirigido en busca de nuestro yantar nocturno".
Así es como también el blogger, con diecinueve años cumplidos, mira y dice a esos que vienen a invitarlo a pasar a Facebook, Twitter o Instagram: “¿Qué quiere?”