domingo, 30 de abril de 2006

Status viatoris X

En la historia de la conquista de la Ciudad de Buenos Aires, esa conquista que hizo un solitario muchacho nacido en el mismo seno de la Reina del Plata, se destacan las expediciones o viajes en bicicleta.
Iniciado en esas artes por su padre, un joven del interior que vino a conquistar Buenos Aires a mediados de siglo, y residiendo ya la nueva familia en el barrio de Caballito, este muchacho hizo entre varias, una expedición llamada “a Retiro por el norte”. La expedición surgió por causas azarosas, nombre que le ponemos a veces a las causas cuando las desconocemos.
El joven conquistador se hallaba en uno de los viajes de reconocimiento en la zona de Palermo, cuando descubrió que, paralelo a unas vías de tren, surgía un misterioso camino. Casi sin pensarlo, torció el rumbo y se internó con su “media carrera” en un lugar tan desconocido como atractivo.
Veía que cada tanto pasaba algún auto o algún camión. El camino, asfaltado, mostraba cierto deterioro y se observaban restos de arena y otras sustancias de transporte a granel. Avanzó más y divisaba a lo lejos unas casas y lo que parecía ser una estación de tren. Así estaban las cosas cuando, de repente, vio que unas vías (no transitadas) cruzaban el asfalto rasgándolo en forma oblícua al camino. No tuvo forma de reaccionar. La rueda trasera no alcanzó a morder bien la vía y no pudo pasarla por encima, se corrió y la bicicleta, con jinete incluído, fue a parar al piso. Como no era muy temprano, y el camino era desconocido, el muchacho, aunque triste y con ganas de seguir, decidió intentarlo otro día.
Consultó la cartografía de la época y descubrió que el lugar era más misterioso y atractivo aún. Parecía pasar por una estación de tren y desembocar en la multitudinaria stazione termini llamada Retiro.


Apenas estuvo listo, unos días después, volvió a salir, está vez un poco más confiado. Hizo el recorrido habitual hasta Palermo y se internó en el camino desconocido. Cruzó con éxito la vía tramposa y pudo descubrir, bien de cerca, una especie de pueblo oculto. Antiguas casas de ferrocarril que parecían funcionar ahora como casas particulares, calles de tierra y árboles pintados de blanco hasta media altura. Eso a un lado de la vía, hacia la izquierda. Del otro lado una estación, llamada Parada Saldías.

Luego el camino continuaba, internandose en lo que parecía ser una zona de viejos galpones del ferrocarril. Esos galpones no funcionaban, pero a la derecha y más allá habría otros que sí. Lo supo cuando llego a una curva. Era casi un cruce, pues hacia la derecha se dirigían algunos camiones a lo que podría ser una zona aún activa. A la izquierda se cruzaba por debajo de un puente de una vía elevada (supo años después que ese era el San Martín, que así cruzaba por arriba del Belgrano y del Mitre y se ubicaba en Retiro como el terminal más al este). Y apenas se cruzaba, la contracurva a la izquierda. Para seguir bordeando el Belgrano.

Ahí comenzaba un trayecto largo, casi descampado. Hacia el río se veía la villa, los talleres de Km. 1 del San Martín y al fondo edificios portuarios, hacia delante, la autopista y su paso en elevación, escupiendo autos hacia el centro de la ciudad y a la derecha, detrás de pilas de containers, los grandes edificios de “Libertador”, desde Callao hasta Retiro. El destino se acercaba lentamente. A medida que se multiplicaban las casillas ferroviarias (talleres, sala de controles) se iba llegando a Retiro.

El viajero entró en Retiro como quien viene de otro mundo. Entró por una backstreet, por la puerta de atrás, por donde los miles de barsuchos y fondas sacan la basura, por donde algunos autos de gente que trabaja por la zona se estacionan durante el día.

De esto hace más de diez años. Hoy la calle se llama Padre Carlos Mugica (refiere a complicadas épocas históricas cuyo recuerdo no vendría a cuento) y es muy transitada para salir de la zona portuaria directo a Salguero y Costanera.

(Acá ponemos la musiquita de “El país que no miramos”, dale...)

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