sábado, 10 de marzo de 2007

Añadiré alabanzas a tus alabanzas

"Añadiré alabanzas a tus alabanzas. ¿Podrás, acaso, hacer más per­fecta la alabanza de Dios? ¿Puedes añadirle algo? ¿Si ella es toda la alabanza, qué le añadirías? Dios es alabado en todas sus obras buenas, en cada criatura suya, en la disposición de todas las cosas..., en el dar­les la Ley, en liberar al pueblo elegido de la esclavitud de los egipcios y en toda la serie de sus gestas maravillosas. Todavía no era alabado por haber resucitado la carne a la vida eterna. Por esto, la alabanza que se añade está en la resurrección del Señor Jesucristo... Tú, quizás, eres un pecador temeroso... pero, ¿podrás añadir algo a todas las alabanzas de Dios? Lo añadiré, dice (por ti, el salmo). Veamos qué añades. Ad­mitamos que tu alabanza sea completa y que no le falte absolutamente nada porque, en realidad, nada le faltaría aunque Dios condenase a to­dos los pecadores. En efecto, no dejaría de ser una gran alabanza de Dios la misma justicia por la que son condenados los pecadores. Sería incluso una alabanza verdaderamente grande. Pero Tú has liberado al pecador justificando al impío y yo añadiré alabanzas a todas tus ala­banzas. Mi boca narrará tu justicia, no la mía. De este modo, añadiré alabanzas a todas tus alabanzas, porque también el hecho de que sea justo (si lo soy) lo debo a tu justicia que está en mí, no a la mía: por­que Tú eres el que justifica al impío".

(San Agustín, Comentario al Salmo 70, 15-16).

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