martes, 8 de abril de 2014

De New York a Palafrugell

De New York me mudé a Palafrugell y les puedo asegurar que no extraño nada. Diría que todo lo contrario. New York puede ser fascinante, eso sí. Pero los personajes de los escritores modernos tienen muchos problemas y amores desordenados. Estoy acostumbrado a gente con igual cantidad de problemas, pero más pudorosa. Son otras las cosas que me cuentan en Palafrugell. Estoy encantado con las historias de Pedro Brincs y su perro León, Gervasio y su cuerno hecho de caracol de mar, la ermita de San Sebastián, las tostadas con aceite, el rodaballo, las setas…
Soy de ciudad y me gustan las noches con avenidas llenas de luces. Pero la verdad… La verdad sospecho que está en otro lado.
Yo creo que este estado de ánimo del hombre de mar ante las cosas, es un estado verdaderamente superior. Cuando un hombre llega a uno de estos pueblos, la falta de pretextos para matar rápidamente el tiempo, produce un estado de exasperación, una tensión nerviosa que, vista desde fuera, debe parecer grotesca. Después, el hombre entra en una fase de añoranza mórbida, que ataca los músculos del movimiento y produce una gran pereza y ganas de vivir en posición horizontal. Pero después, uno reacciona - yo conozco todas las delicias de este estado - y encuentra entretenimiento en la cosa más minúscula. El cansancio producido por este entretenerse en cualquier pequeñez es delicioso, paradisíaco. El tedio, cristianamente aceptado, es inefable.
(Historias del Ampurdán; Josep Pla)

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