lunes, 5 de abril de 2021

Sino

Desde que leí que "saudade" era una palabra portuguesa que no podía tener una traducción exacta, que era un sentimiento que no tiene una palabra equivalente en nuestro u otros idiomas, me interesaron ese tipo de cosas.

Me encontré algo parecido mucho tiempo después en el libro Estambul, de Orhan Pamuk. Y dejamos aquí una entrada. La palabra era "Hüzün".

En estos días encontré un tercer caso. Es cuando Pemán habla, en "Ensayos andaluces", sobre el sino andaluz. Les dejo los párrafos:
¿De qué se acuerda el alma andaluza con tan suave melancolía? Según García Sanchiz, se acuerda de Tartesos del Califato, del oro de América. Sin embargo, éste me parece demasiado erudito. Yo creo que el alma andaluza se acuerda de algo más lejano y más imposible: de algo que sólo existe en su propia imaginación; yo creo que el andaluz sólo es un destronado del trono de sus propios sueños. Por eso su «cante» tiene languidez de canto moro de caravana. Porque el andaluz, que canta inmóvil, sentado en un poyete; el andaluz, que es el más sedentario de los seres, viaja, sin embargo, perpetuamente con la imaginación en una caravana de destierro. Por eso también la copla, madre de todas las coplas, se llama la «soleá», adaptación de la bella palabra portuguesa «saudade», cuyo significado, lleno de bellos matices intraducibles, oscila entre la melancolía y la añoranza. Por eso, en fin, cuando el campesino andaluz, liando un cigarro, empieza su cuento, dice invariablemente: «Hubo una vez un rey»...
De esto es, pues, de lo que se acuerda el andaluz. No de una anécdota histórica ni de una fecha concreta. No de la gloria de América o del Califato, sino de «un rey» que «hubo una vez». ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?... Nunca.

De aquí nace lógicamente lo que se ha llamado el «fatalismo» andaluz. Un alma que abriga perpetuamente un sueño fuera del tiempo y del espacio está a dos dedos de renunciar a todo esfuerzo. Por eso es poco emprendedor y combativo. Tira la hoz o la escopeta, como Petrarca tiraba la pluma, porque sabía que no era copiable «la gracia de su gentilísima señora». Uno de los conceptos folklóricos andaluces más necesitados de detenido estudio es el del «sino». Aunque su nombre es una desfiguración de un concepto pagano -el signo del horóscopo—, habría que descubrir delicadamente lo que hay en él de fatalismo astrológico y lo que hay en él de las creencias cristianas de la culpa, la caída y la resignada expiación. Esto podría estudiarse mejor que en ninguna parte en el gran drama del poeta cordobés «Don Álvaro o la fuerza del sino». Allí el sino, cuya fuerza arrastra a don Álvaro hasta tirarse de cabeza desde una peña, no es el «destino» de los dramas griegos, nacido de la irritación de un dios caprichoso; es el «sino» andaluz, consecuencia lógica de una primera culpa; expiación fatal de aquella florida noche sevillana, del amor, el pecado y la muerte. Así, con esa complicada dosificación de elementos senequitas, moros y cristianos se forma ese concepto andaluz del «sino», que engendra el desengañado conformismo social del viejo proloquio:

El que nace para ochavo
no puede llegar a cuarto.

O la renunciación total del poeta de «Adelfos»:

Que las olas me traigan y las olas me lleven
y que nunca me obliguen mi camino a elegir…”
(Lunes de Pascua 2021)

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