sábado, 26 de febrero de 2022

Imaginen mi sorpresa


Ayer ayudaba a mis padres a ordenar unos álbumes fotográficos y me sorprendí con una estatua que parecía ser para un rey, o un papa y, hecha la consulta no era más que un tal "Albert Memorial"...

"¡Ay, es muy famoso! ¿No lo conocés?", empiezan a llover los comentarios de los millones de lectores del blog. Y la verdad es que creo haberlo visto alguna vez en foto antes y tener una impresión parecida.

Imaginen mi sorpresa cuando hoy leo esto de Chesterton... (Es de "La Nueva Jerusalén". Chesterton está cuestionando a ciertos críticos que le habían dado una determinada opinión sobre Jerusalén y sobre lo chabacano o de mal gusto artístico que tienen esos lugares de piedad popular).
"Quiero que imaginen, no un esteta de Kensington caminando calle de David abajo hacia el Santo Sepulcro, sino un monje griego o un peregrino ruso, caminando por Kensington Street hacia Kensington Gardens. (...) Y bien, mi imaginario peregrino caminaría a través de Kensington Gardens hasta que su vista fuera golpeada por un prodigio. Frente a él, caería de rodillas como frente a un santuario, o cubriría su cara como frente a un sacrilegio. Habría contemplado el Albert Memorial. No existe nada tan conspicuo en Jerusalén. No hay nada tan dorado y abigarrado en Jerusalén. Sobre todo, no hay nada en Jerusalén en tan gran escala y al mismo tiempo en tan alegre y resplandeciente estilo. Mi simple cristiano oriental se vería seguramente llevado a exclamar en voz alta: "¿A que Dios sobrehumano se dedicó este enorme templo? Espero que sea a Cristo, pero me temo que es el Anticristo”. Tal, pensaría, puede ser muy bien la grande y dorada imagen del Príncipe de este Mundo, ubicada en este gran espacio abierto para recibir las paganas plegarias y los sacrificios paganos de una humanidad perdida. Me imagino que sentiría un fuerte deseo de volver a su hogar entre los humildes santuarios de Sión. Realmente no puedo imaginarme qué sentiría si le dijeran que el ídolo dorado no era ni dios ni demonio, sino un insignificante príncipe alemán que tuvo una ligera influencia en convertirnos en herramientas de Prusia.

Ahora bien: yo mismo, y lo admito alegremente, siento esa enormidad en Kensington Gardens como algo completamente natural. Lo siento porque he crecido, para decirlo así, bajo su sombra; he contemplado las imágenes en bajorrelieve de Rafael y Shakespeare casi antes de que conociera sus nombres, y mucho antes de que encontrara gracioso que sus imágenes estuvieran esculpidas, en una escala menor, bajo los pies del Príncipe Alberto. Inclusive el dorado del baldaquino y la aguja me causaron un cierto placer infantil, como si perteneciera al dorado palacio de lo que, para Peter Pan y todos los niños, era algo así como un jardín de hadas. De la misma manera los cristianos de Jerusalén se complacen, quizás infantilmente, en el dorado de un mejor palacio junto a un jardín más noble, ornamentado con un fin algo más valioso. Pero la cuestión es que la gente de Kensington, cualquiera sea lo que pueda pensar acerca del Santo Sepulcro, no piensa en absoluto sobre el Albert Memorial. Son completamente inconscientes de qué cosa extraña es, simplemente porque están acostumbrados a verlo”.
(Trad. Horacio Velázco Suárez, Agape Libros)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario