De esto hará ya dos o tres semanas. Abrí el Google Earth y me fui sobre Buenos Aires a una altura tal en que la capital y algunos partidos del conurbano entraban en la pantalla. Con un leve deslizamiento del mouse puse al globo terráqueo en movimiento y, como desde la ventanilla de un avión (aunque un poco más alto todavía), empecé a dar una lenta vuelta al mundo.
Con un atlas a mano y verificando las coordenadas de latitud y longitud que me decía el Google Earth, iba estimando mi ubicación. Tardé media hora en dejar tierra americana por Brasil a la altura de Recife. Ahí fue cuando tuve idea de estar yendo más rápido que un avión, pero estime que el cruce del Atlántico sería largo para los tiempos de un padre ocupado. Me dedique entonces a jugar con Francisco y a atender algunos asuntos de la casa. Y dejé el monitor encendido para mirar cada tanto de reojo.
Después del almuerzo colocamos dos sillones uno al lado del otro para descansar, como si fueran butacas de business. Cruzamos África por la parte noroccidental (relieves muy llamativos), sobrevolamos Cerdeña, pasamos Italia y entramos en Europa Oriental por la accidentada costa dálmata. Los colores más variados pasaron “por debajo de nosotros” mientras cruzábamos Rusia y alguna de sus compañeras de la ex URSS. Luego el país amarillo (¿vimos Mongolia?) y al agua por el Mar de la China Oriental.
Pudimos ver una de las islas más australes de Japón, Tokuno-Shima. La tierra de Oceanía nos fue esquiva, con excepción de algunas de las Islas Salomón, última tierra vista antes de la inmensa travesía del cruce del Pacífico (la circunferencia trazada no alcanzó ninguno de los trópicos).
Estábamos en la pieza (ya toda la familia) cuando llegó la hora estimada en que veríamos la costa chilena. Me asomé por la ventanilla y pude ver como el avión llegaba nuevamente a América por un lugar llamado Archipiélago de los Chonos. Luego de Los Andes, la Patagonia argentina y la primera ciudad cuyo trazado vimos desde el aire, Río Colorado. Unos minutos después se anunció la llegada a Buenos Aires.
Con sólo un clic detuve el globo en el mismo lugar del que habíamos partido no más de siete horas antes. ¡Felicitaciones al piloto por un aterrizaje tan suave!
Estupendo viaje -y mejor idea- que me has dado.
ResponderBorrar¡Maravilloso!
ResponderBorrarPor lo que entiendo, Francisco iba también en el viaje ¿no?
¡Así vale la pena aprender geografía!
Sí, iba.
ResponderBorrarMe alegro que les haya gustado la idea.