No sabíamos si tomar el camino de arriba o el de abajo (¿el Caradhrás o las Minas de Moria?) En realidad debería decirse "el del norte o el del sur". Es decir, entrar por las tierras cordobesas atravesando las Sierras Grandes o por las tierras puntanas rodeando esas sierras por el sur (camino subterráneo no hay; creo).
La duda era que, en la primera opción, a la hora del calor y del cansancio nos tocaría el Camino de las Altas Cumbres. Pero sin Comechingones defendiendo sus tierras, sin pumas ni yararás y con los espinillos solo de vista al costado del asfalto, uno ya no se puede acobardar. El diestro manejo de la lanza y el fusil se cambia por una buena concentración al tomar las curvas y listo. Nos decidimos. Salimos de casa a las 4:10 y a las 14:30 estábamos en San Javier, en el Valle de Traslasierra, Córdoba.
No hay que negarlo, uno es turista. Pero en el fuero íntimo uno trata siempre de ser un visitante. Las páginas de turismo, las ofertas de turismo, todas esas cosas son aburridas y deprimentes. Lo ideal sería tener un amigo local con el cual adentrarse en el lugar y su identidad. A falta de eso hay que recurrir a las charlas con los ocasionales interlocutores. Pero si encima uno es lento para socializar, queda entonces un recurso: la literatura y la música.
Un compañero de viaje fue don Fandermole. ¿Y qué podría el hombre del litoral paranaense decirnos de San Javier? Algo inesperado. Adormilado en un sillón escucho que empieza la zamba
"La Rosa Díaz", a la que nunca había prestado atención. Imagínense mi sorpresa al escuchar:
Esa es la Rosa que baja
con los yuyitos que junta.
La Sierra Grande a su espalda
le tapa el sol que despunta.
Del agua de la Pampita,
por los senderos de piedra
trae a San Javier, solita,
fragancias de las estrellas.
No cabe ni una tristeza
en su humilde alforja vacía
cuando a la tarde regresa
en los vinos de su alegría.
Tiempo lejos vino siendo
de cuantioso amor bendita,
cada estación floreciendo
lo mismo que sus plantitas.
El invierno sin un grito
segó su bulto en la loma
y sobre el pueblo marchito
cayó un silencio de aromas.
Se lleva la Rosa Díaz
sus yerbas al cielo mismo;
ahí vuelve al cerro su almita
perfumando los abismos.
Así que ya conocíamos a alguien. Y M. ya la envidiaba, porque ella quería conocer esos yuyos, algunos de los que se toman en el mate, otros medicinales.
Un día en una placa sobre una casa leí que allí había vivido el poeta Delfín H. Núñez Torres. Cómo en Internet no había nada sobre él, pensé en una visita a la oficina de información turística. Sería una pregunta original: "No, no vengo por el trekking ni por el bird watching, quería saber sobre Núnez Torres". No quise hacerme el raro, así que finalmente formulé la pregunta diciendo que había visto aquella placa y que quería saber si se podía visitar la casa (un clásico). La señorita dirigió la mirada a quien sería su jefe, quien dijo que lamentablemente no, porque vivía una familia allí. Pregunté entonces: ¿Hay algo de información de Núñez Torres, de su obra? Y me dijeron entonces que de "casas históricas" podía encontrar algo en un negocio frente a la plaza o en un centro cultural más allá. En fin, lo esperable; no solo está la placa, hay hasta una calle que lleva su nombre pero en la oficina de turismo no saben nada.
De todos modos entré en ese negocio frente a la plaza y conocí a un nuevo compañero de viaje llamado Claudio Morales Gorleri. Bueno, no a él, sino a un libro suyo. Este señor, que ostenta títulos como Director de la Maestría en Historia de la Guerra del Instituto Universitario del Ejército, o Miembro de Número de la Academia Nacional Sanmartiniana, del Instituto Nacional Belgraniano y del Instituto de Historia Militar Argenina, escribió un libro prologado nada menos que por Silvio Rodríguez (el cubano, sí) que se llama "San Javier, Cuentos".
Leyendo estos cuentos aprendí mucho de las costumbres, geografía y sobre todo historia del lugar. Los atardeceres rojos sobre las sierras (que vimos), los pájaros que abundan y son confianzudos (como pudimos comprobar a diario), la historia sobre la zona que fue disputada por las gobernaciones de Córdoba y San Luis, las familias de un lado y otro, los hombres que se unieron al Chacho Peñaloza, las viudas que quedaron y la comunidad cerrada que armaron, la leyenda de la Porfiada (especie de Virgen a la que se le rezaba al revés), monseñor Uladislao Castellano, los encomenderos, los Comechingones y otras cosas.
El padre de este señor se llamaba Alfredo Morales Gorleri y era pintor radicado en San Javier. Trabajaba para Buenos Aires y hacia retratos y pinturas en la zona. Un ejemplo es el mural de San Francisco Javier, que está en la iglesia parroquial del mismo nombre y que ilustra esta entrada.
PS: El regreso fue toda una aventura: niebla cruzando el Caradhrás… perdón, el Camino las Altas Cumbres e inundaciones cerca de los pagos del mismo Fandermole; más de medio día de travesía.