viernes, 28 de junio de 2024

Darse el tiempo para iniciar

Inquieto y despierto por algunos temas que me producían más ansiedad de terminar que preocupación, más molestia de interponerse entre el fin de semana y yo que otra cosa, y no pudiendo adelantarlos, por sus propias características de tener algunos horas fijas o requerir más información disponible, me levanté a las cinco y pico y me di el tiempo para iniciar El Pirata, de Walter Scott.

Darse el tiempo para iniciar un libro puede ser algo simple, como leer sin preocupación ni expectativas específicas y de repente encontrarse inmerso y confortable en la historia. Pero también puede demandar sortear algunas barreras que nos pone nuestra propia forma de ser. Por ejemplo, es muy raro que yo pueda iniciar un libro de ficción que está ambientado en un lugar de este planeta sin ir a reconocer bien en el mapa ese lugar (más aún cuánto más se describa en el libro el lugar). Si el lugar es lejano y desconocido, como suele pasar por las cosas que leo y por no haber viajado por el mundo, seguirá siendo el lugar una tierra casi de fantasía, compensando quizás con esa característica la falta de otras satisfacciones (como por ejemplo la que podría dar el verificar la correspondencia del mundo descrito por el autor con el que nosotros conocemos).

Me gustó el personaje así como se plantea al inicio (al menos quien parece que va a ser uno de los personajes principales). No me asusta el regodearme en el carácter misógino de un personaje (tengo debilidad por personajes raros, siempre que sean más bien buenos o bien intencionados) dado el hecho de que tengo en cultivo ya ciertas relaciones en este mundo, así que no debo temer un “contagio” o recibir alguna “mala educación”.

De todo esto no se debe inferir que me gusta el personaje (ni que sí, ni que no). Aún no lo conozco en su totalidad, es decir no sé lo que hará en el libro. Hablar de un libro sin haber leído más que un capítulo puede ser arriesgado, de cierta forma. Esta entrada no habla de un libro ni de los personajes. Habla de empezar a leer un libro. Y ya casi termina.

Esta edición de “El Pirata” de Scott es genial. Son dos tomitos de tamaño de aproximadamente 11 x 15 centímetros. Es como un pocket, ¡pero es del año ‘45! Tapa blanda pero lindo, con sus solapitas. Creo que lo compré por eso (además del gusto por Scott). Este es de Emecé, de una colección llamada Los Románticos y nos explican los editores:

“[Sir Walter Scott] Creador de la novela compacta y con genio propio, entra en la serie de Los Románticos por la puerta grande, pues sin haber hecho profesión de romántico, los nobles sentimientos de sus personajes, su manera de encarar la vida con justicia y exaltación desinteresada, se ven que armonizan con toda la escala romántica que suena en el templo de estas lecturas”. ¡Tomá, ahí tenés, ha! ¿Qué me contursi?

miércoles, 26 de junio de 2024

"La Chanson de Roland"

La presentación le da una solemnidad que la edición no tiene. “La Canción de Rolando” (o “El cantar de Roldán”). Traducción al castellano de Enriqueta Muñiz. Realizada sobre el texto “Publicado según el manuscrito de Oxford y vertido [al francés moderno] por” Joseph Bédier. Y a continuación una interesante “Advertencia del traductor” al respecto, que hace a uno imaginar sesudos estudios entre volúmenes de tapa dura y pergaminos. Con eso contrasta en las manos una sencilla edición de tapa blanda de Librería Hachette S.A., Buenos Aires, en tercera edición de 1970 (siendo la primera de 1956). La encuadernación es básica pero aún así pareciera que no se va a despegar. Por lo menos. Para hacer algo de honor a los estudios de don Bédier y al trabajo de doña Muñiz (que para algunos aspectos del mismo ha recibido el consejo de nada menos que del Profesor Don Ramón Menéndez Pidal). La tapa y algunas hojas están algo desteñidas, pudiendo ser lo segundo un problema de imprenta, aunque lo primero pareciera ser más atribuible al uso. Ha pertenecido a la librería Clásica y Moderna y me ha llegado a través de la menos famosa librería Prólogo, que vende libros usados en San Isidro y Beccar. En la página 38 me detengo a escribir esto, disfrutando el encuentro con la palabra faldriquera pero con el sabor amargo de (“spoiler alert!”) la traición de Ganelón y, hasta el momento, no he encontrado marcas que revelen la presencia de algún lector anterior.
(...)

He llegado al final y sin huellas de ese posible lector. “La Chanson de Roland” me hizo ir a Wikipedia a recordar la historia de Carlomagno. Quizás lo más sorprendente del libro me haya resultado todo lo concerniente al “juicio” a Ganelón y la figura de Thiery. Es como si hoy la inocencia o culpabilidad del acusado se dirimiera por un duelo entre los abogados. Fascinante.

lunes, 24 de junio de 2024

A Escobar por dentro (esta vez sí)

Siete años después, con una diferencia de dos días, hicimos el camino completo. Usamos el nuevo Puente de la Arenera y logramos ir “a Escobar por dentro”.

En los caminos semiprivados de don Constantini (el mega emprendimiento Puertos del Lago) descubrimos que el que antes se llamaba en Google “Nordelta 2 Puerto” es ahora el tramo sur-norte de la fantástica Avenida de los Lagos, especie de circunvalación o conexión interbarrial del emprendimiento. (Registrando tu DNI te podés mover luego por las barreras de ingreso y egreso con solo presentarlo a un scanner).

Esos caminos antaño estaban apenas “dibujados” y eran fríos en contraste con las rutas angostas bordeadas de quintas que aún hoy hay más o menos lejanas. Aún hoy contrastan, aunque tienen alguito más de calidez, dada ésta quizás por sus arboledas, algunas esculturas (feas), paradas de lo que debe ser un transporte público interno, etcétera. Y las casas. De esas todas iguales y que parecen a veces vacías. Pero casas al fin. (Algunas no están tan mal).

El cielo es aún inmenso, si algo hay que rescatar de esta nueva urbanización. Al menos desde la Avenida eso parece. No se siente uno dentro de un barrio. Y las casas parecen de la chatura exacta para tapar nomás lo indispensable del celeste.

Antes de salir nos fuimos por un desvío hasta el río. Desde allí aún no se ven las casas (aún no llegaron tan cerca) y el horizonte es conmovedor.


En la ribera armaron “Puertos / La Reserva”. Vale la pena ir armado de unos mates y hacerse todo el recorrido caminando junto a lo que Google llama Arroyo Correntino (pero la cartelería de la reserva dice que es el Río Luján). Nosotros estuvimos unas tres horas y F. avistó nuevas aves como este pequeño carpinterito:


Cuando salís de Puertos por el norte das en el corazón del camino que une ciudad y puerto de Escobar (que no son sino los primeros kilómetros de la ruta 25).

jueves, 13 de junio de 2024

La vida desde la muerte

Creemos que la muerte no es todo, sino que puede ser el paso a otra vida mejor. Pero cuando se hace tan patente lo efímero de esta vida “de acá” es normal que asumamos por un rato una especie de “perspectiva inversa” que ve la vida desde la muerte.

Quizás los clásicos hayan dicho algo de esto, pero yo no lo sé o no lo recuerdo. Luna Monti y Juan Quintero cantaban en el disco "El matecito de las siete" esa vidala de Raúl Galán y Rolando Valladares que se llama “del último día”. Que seguramente se hizo y se debe cantar pensado en el último día, pero que ella misma tiene una forma de considerar la muerte no como algo del último día sino como algo de toda la vida.

Ya relincha el nuevo día,
caballito de la suerte.
Es un galope la vida
que lleva justo a la muerte.

Ya amanece el nuevo día,
ya la esperanza amanece
y en las ancas de la vida
en silencio va la muerte.

¡Ay!, estrella amanecida,
ramito de albahaca verde,
el camino de la vida
es camino de la muerte.

Ya se escucha amiga mía
la musiquita de siempre.
Para que cante la vida
toca su caja su caja la muerte.

(Esta misma vidala la grabaron los muchachos que hicieron Immigrasons, mezclada con una canción de navidad catalana llamada “El Noi de la Mare”).

Algo parecido me encontré hoy entre las páginas de “La otra Buenos Aires”. Nos cuenta don Delfín Leocadio Garasa:
“En Muertes de Buenos Aires, Borges evoca el nacimiento del cementerio de la Chacarita, nombre ya convertido en inexorable memento de lo que canta la copla intercalada en el poema:

La muerte es vida vivida,
la vida es muerte que viene.

(...) En una glosa posterior recuerda Borges su paseo con el poeta Osvaldo Horacio Dondo por el costado de la Chacarita, “bordeando la erizada pared”. Al pasar delante de un comité político (eran vísperas electorales) fueron invitados a entrar, y allí, mientras saboreaban copitas de caña dulce, bajo el retrato del Caudillo, esfinge adusta, escucharon una copla entonada por un “mozo enlutado, oscuro el achinado rostro sobre el pañuelo dominguero de seda, requintado con precisión el chambergo”.

La vida no es otra cosa
que muerte que anda luciendo.