martes, 4 de enero de 2022

Una larga brecha vacía cortada a través de los árboles

Todo el año pasado tuve en el teléfono esta imagen del Tren de las Sierras y me hacía recordar un pasaje de una historia que abajo les dejo (aún con las enormes diferencias que puedan ustedes ver). Y anoto: ir alguna vez al Tren de las Sierras, que dicen que este año llegará hasta La Cumbre.

"Cuando estuvimos allí la abuela y yo la otra vez, el primo Denny me había enseñado el ferrocarril, pero él era entonces tan pequeño que Jingus había tenido que llevarlo a cuestas. Era la cosa más recta que yo había visto en mi vida, transcurría recto y vacío y silencioso por una larga brecha vacía cortada a través de los árboles y también del suelo y lleno del sol como el agua de un río, solo que más recto que ningún río, con las traviesas cortadas regulares, lisas y ordenadas y la luz reflejándose en los raíles como en dos hilos de araña que transcurrían rectos hasta tan lejos que no se veía. Parecía limpio ordenado, como el corral de detrás de la cabaña de Louvinia después de haberlo barrido ella los sábados por la mañana, con esos dos hilos pequeños que no parecían bastante fuertes para que nada corriera sobre ellos, que transcurrían rectos y rápidos v ligeros como si estuvieran cobrando velocidad para salir del mundo de un salto. Jingus sabía cuándo iba a llegar el tren, me cogió de la mano y llevó a cuestas al primo Denny y nos pusimos entre los raíles y él nos enseñó por donde vendría, y nos enseñó después la sombra de un pino, que cuando llegase a una estaca que había clavado él en el suelo oiríamos el silbato. Y nos apartamos y miramos la sombra y entonces lo oímos; silbaba y cada vez sonaba más fuerte, y Jingus fue hasta la vía y se quitó el sombrero y lo sostuvo hacia delante con la cara vuelta hacia nosotros mientras gritaba a plena voz: «¡Mirad ahora! ¡Mirad!», aun cuando ya no lo podíamos oír por el ruido del tren; y entonces pasó. Llegó rugiendo y pasó de largo; el río que habían abierto entre los árboles se llenó de humo y ruido y chispas y bronce que saltaba y después se vació otra vez y no había más que el sombrero viejo de Jingus que rebotaba y saltaba por la vía vacía como si estuviera vivo".

(William Faulkner, Los invictos)

sábado, 1 de enero de 2022

Para llevar... dentro

“Qué libros te llevarías a una isla desierta” siempre fue una rara pregunta. ¡Cómo si alguien quisiera irse a una isla desierta! Y si llega por naufragio no creo que pueda elegir con qué libros naufragar. Salvo que sepa llevarlos siempre encima y a la hora de un eventual naufragio simplemente trate de rescatarlos. Es decir que, al fin de cuentas, la pregunta es simplemente cuáles son tus libros favoritos...

Acá me apuntan que sí, que muchas veces hay quienes quisieran escapar del “mundo cruel” e irse a una isla. Y allí gustarían poder leer y releer tranquilos. De todos modos me parece exagerado. "Hay otros lugares que son también el fin del mundo" decía un poema de T. S. Eliot y acá en el blog hemos hablado de algunos mucho más a mano. Así que eso de la isla… mirá, no sé... Sea como sea, se trata de tus libros favoritos y punto...

Pero de vuelta surge una objeción. Los libros favoritos pueden ser muchos. Imposible llevarlos siempre a todos a mano. Por eso la figura de la isla. Para elegir al top de los top. A los primeros de los primeros. Los que están "in your heart of hearts". ¡Ah, así puede ser! Ya voy entendiendo...

¿Y para un viaje? Un viaje del que esperás volver y al que querés llevar nuevos libros. (Pero sin embargo un viaje que te alejará varios días de la biblioteca). ¿Cuáles llevarías? Eso depende de cada momento de la vida. Ya no es un ranking de los mejores de tu vida. Para este viaje, que me toca si Dios quiere en algunos días, salgo con mi regalo de Navidad: “Kim”, de Rudyard Kipling. Acompaña una versión pocket en inglés del “David Copperfield”, para leer dos o tres páginas y capturar alguna simpática palabra o frase (como "in my heart of hearts") y de paso recordar esa gran historia. Van también unas aventuras de Sherlock Holmes para leer con los chicos y, por si todo eso falla, “El Jugador” de Dostoievsky.

Y si naufragamos (Dios no quiera, y por lo pronto no vamos por agua) no tendré a mano las encíclicas de Juan Pablo II, ni las Confesiones de San Agustín, ni siquiera el Adán Buenosayres. Pero, al fin de cuentas, de esos grandes libros ("elegibles para isla desierta"), seguramente llevamos algo dentro de nosotros mismos.