Alguna vez que pensé en esa aparente paradoja del ser más destacado del universo y su lugar marginal en el mismo, escribí lo siguiente:
Dios hizo enorme al universo. Pero puso al hombre en un lugar muy chiquito y marginal. A la vez, ese lugar diminuto es magnífico, un prodigio en todo el universo. Sin duda Dios lo hizo así para mostrarnos una paradoja que es una de las mayores verdades de la vida: No somos nada frente a su grandeza, pero somos los más amados. (Ref., y otra Ref.)
Mucho mejor lo pensó para sus hombres J. R. R. Tolkien. Él lo dijo así:
Ahora bien, los Hijos de Ilúvatar son Elfos y Hombres, los Primeros Nacidos y los Seguidores. Y entre todos los esplendores del Mundo, las vastas salas y los espacios, y los carros de fuego, Ilúvatar escogió como morada un sitio en los Abismos del Tiempo y en medio de las estrellas innumerables. Y puede que esta morada parezca algo pequeña a aquellos que sólo consideran la majestad de los Ainur y no su terrible sutileza; como quien tomara toda la anchura de Arda para levantar allí una columna y la elevara hasta que el cono de la cima fuera más punzante que una aguja; o quien considerara sólo la vastedad inconmensurable del Mundo, que los Ainur aún están modelando, y no la minuciosa precisión con que dan forma a todas las cosas que en él se encuentran. (El Silmarillion, Ainulindalë)