A veces se justifica la acción, la actividad o la profesión de alguien diciendo que “hace bien a mucha gente”.
No habría mejor motivación para una acción, una actividad o una profesión que la caridad, el amor al prójimo. Pero el amor al prójimo no es solo hacerle el bien. Y se puede hacer el bien sin amar.
No siempre hay que desarrollar en alguien una capacidad que tiene, pero a la que no le tiene gusto. Y mucho menos diciéndole: “harías mucho bien a mucha gente”. Le damos una mala enseñanza de la caridad de esa manera y no lo orientamos bien vocacionalmente.
Dios no es un empresario que busca el rendimiento. La parábola de los talentos no creo que nos enseñe algo como “desarrollar a tope una habilidad que tengamos para maximizar el bien a los demás”. Me imagino que la parábola de los talentos presupone siempre, como todo otro mandamiento o enseñanza, el amor.
Tener facilidad para las matemáticas no nos obliga a ser licenciados en matemática y mucho menos a desarrollar algo como una organización caritativa basada en algoritmos matemáticos.
La caridad nace de percibir la miseria propia y ajena y de saber que Dios ama al hombre y lo amó hasta el extremo y, sintiéndose amados, tratar de hacer lo que Él hizo por nosotros con los demás. Si estamos animados por esto, luego podremos hacer lo que sea, que seguramente muchas veces incluirá el hacer el bien a los demás con nuestros dones.
[Actualización 17/06/24: "En cuanto a la elevada frase que encubre la ambición y la avaricia, y que reza: 'No hemos nacido para nosotros mismos, sino para los demás', miremos resueltamente a algunos de los que están en la danza y veamos si, por el contrario, los oficios, cargos y demás agitaciones del mundo no se buscan más bien por provecho particular". Montaigne.]