viernes, 27 de octubre de 2023

Buenos Aires, ciudad secreta (I)

¿Veían en la televisión “Buenos Aires, ciudad secreta” con Germinal Nogués?

Mi primo estaba regalando libros (por reestructuración de la biblioteca) y, entre otros, he elegido el libro homónimo de aquel programa. No homónimo por casualidad, sino que se me hace que es el mismísimo “libro del programa” (como quien dice “la película del libro”). Y casi que parece no el libro sino el libreto, porque la redacción es muy peculiar. Un libro que se les ocurrió hacer a los de Sudamericana allá recién iniciadito el siglo y donde este señor don Germinal recopiló todo tipo de información sobre la Ciudad de Buenos Aires.

De las 270 primeras páginas me llevo relativamente muy pocos datos interesantes. Me gustó una anécdota que involucró a Roberto Arlt y a Evita Perón, el simple dato de saber que el subte B pasa por debajo del Arroyo Maldonado y saber que existen los monumentos a Mendoza y a Garay y donde están, y poco más.

Entrando ya en la parte en que se habla barrio por barrio la cosa se pone más interesante. Callecitas ocultas, plazas con sus curiosidades, edificios peculiares, historias de personajes del barrio (todo lo que un nerd geográfico porteño necesita).

Dado lo propenso del libro, en las primeras páginas, a hablar de leyendas, hubiera esperado algo más de Parque Chas (que para la edición de este libro era parte del barrio de Agronomía). Pero es curioso el dato de que en la Iglesia de San Alfonso María de Ligorio (Barzana 1525) hay una imagen de Cristo crucificado que en vez de corona de espinas lleva una corona real.

La cosa no es tan rara, como quizá sepa pero no llega a explicar don Germinal. Seguro alguna vez todos vimos una. Es interesante escudriñar sobre sus orígenes en Wikipedia, que cita a su vez a la “Enciclopedia Moderna. Diccionario universal de literatura, ciencias, artes, agricultura, industria y comercio, publicada por Francisco de P. Mellado”, Madrid, 1852:
"El año 705 mandó el papa Juan VII ejecutar en la basílica de San Pedro un mosaico que representaba al Crucificado. El dibujo que se ha conservado, es muy curioso, porque demuestra que las tradiciones de gloria y de triunfo atribuidas a la cruz cedían lentamente y por grados al espíritu de realidad. En aquel mosaico tiene Jesús los ojos abiertos, la cabeza derecha y rodeada de la aureola crucífera. Tiene puesta la túnica y sus miembros están sujetos por cuatro clavos. Toda la figura es grave y severa; sin embargo, un verdugo atraviesa el costado de Jesús y otro le presenta la esponja empapada en hiel y vinagre. Al pie de la cruz están la Virgen y San Juan en aire de tranquilidad y recogimiento; en fin, el sol y la luna, suspendidos en los aires a cada lado del brazo superior de la cruz, asisten al martirio.

Hace todavía poco tiempo que se veía en las catacumbas de los santos Julio y Valentín en Roma una pintura de la crucifixión, la cual databa de fines del siglo VIII, cuando el papa Adriano I mandó restaurar las catacumbas. Es el segundo monumento de este género cuyo dibujo ha llegado hasta nosotros. En él está también el Cristo vestido con una larga túnica; tiene la cabeza derecha y los ojos abiertos y está sujeto por cuatro clavos, sosteniendo sus pies una especie de escabel. Al pie de la cruz está la Virgen mostrando con sus manos alzadas a su hijo y al otro lado San Juan en actitud recogida aunque menos heroica que la de la Virgen.

No solamente estos dos dibujos, sino todas las representaciones análogas de los siglos VIII, IX y X, y aun de principios del XI, tienen un carácter muy marcado de grandeza y de serenidad divina. No es ya la cruz tan brillante como los astros de la antigua antífona, sino Jesucristo vencedor del suplicio; el dolor no altera su divinidad, la cruz llega a ser para él un trono desde donde bendice al mundo con su mirada y sus manos extendidas. De aquí provino el uso de coronar su cabeza con la diadema, con la tiara o la aureola crucífera, como en el crucifijo llamado Santo Volto de Luca, y en los de Alepo, Siroli, cerca de Ancona, y baptisterio de Florencia y vestirlos con la túnica larga, según lo demuestran la figura llamada Sainte Saulve en Amiens, las figuras ya citadas de los primeros monumentos, del Santo Volto, etc. y los manuscritos bizantinos de aquella época, en que la túnica es de color de púrpura como la estola de los emperadores".

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