Alimentar la salamandra y leer el “¡Desciende, Moisés!”. Con eso solo ya hubieran sido las vacaciones ideales. El libro podría haber sido otro. Pero a este la salamandra le quedaba muy bien. Cada tanto, cuando levantaba la vista y la veía, y estando en una casa desconocida, la sensación era de no haber salido aún del libro.
En la edición de Argos Vergara de 1980 parece una novela de Morris West o algún bestseller romántico. Pero adentro hay “‘spirituals’ que rompen todos los cánones y rebasan todos los cauces”, como dijo su apasionada traductora para esta edición, Ana María de Foronda.
Cuando volví, con mí libro a medias, la primera noche que lo abrí me parecía oler aún a humo (es probable que, aunque lavado, fuera mi pelo, dicen los escépticos).
Después lo leí entre las luchas diarias, dándole huecos entre las ocupaciones, ese tiempo que parece miserable frente al que uno puede darle a un libro en unas vacaciones (¿la verdadera lectura es un lujo?).
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Y hoy lo leí a las tres y media de la madrugada, en ese momento en que uno se despierta a mitad de la noche cuando el día previo fue de cierta agitación emocional…
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Y hoy lo leí a la tarde mientras crecía el olor de las empanadas de choclo…
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Y hoy lo leía mientras esperaba que nos confirmen si se hacía un cumpleaños y no había apuro si no confirmaban…
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(Se hizo; ahora estamos de vuelta y es la una de la mañana; antes de irme pude terminar la intensa parte 3 de El Oso…)
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¿Por qué leer esos párrafos sin respiración de Faulkner? ¿Es esnobismo? Puede haber algo, pero su mundo es cautivante y por eso me someto a esos párrafos desordenados (desordenado no es virtud literaria… pero desordenada es la realidad… eterna discusión…)
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El señalador cumple su segunda misión, si no me equivoco (y estoy casi seguro de no equivocarme). Sé que estuvo en un libro antes pero no recuerdo en cuál. Sé que estuvo y funcionó bien porque es un cartoncito que es “etiqueta” de una prenda de vestir, y estos cartoncitos suelen ser gruesos y no funcionar pero este una vez funcionó y por eso lo recuerdo…
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Cuando el autor no es bueno presenta mal a los personajes. O no aparecen con la debida antelación, o no tienen “sustancia”, o tienen diversas fallas que hacen que el personaje “no sea creíble” (parezca un forzado hecho literario sin interés).
Faulkner, en cambio, te tira un nombre de un personaje secundario en medio de la nada y tiene “credibilidad” porque parece que lo sacó (y es muy probable que lo haya hecho) de un inmenso mundo de personajes que ya existía en su mente y a los que no les había prestado atención para contarte sobre ellos hasta ese momento. Pero allí estaban, tienen solidez (“validez”) como si hubieran sido presentados de antemano en el programa de una ópera y estabas esperando solo que ingresen…
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