…pero esto que dije ayer no quiere decir que desprecie las discusiones “racionales” (y apasionadas) entre ateos y creyentes. Al contrario.
Si hay dos personas que, como se dice usualmente, “buscan la verdad”, pues bienvenida la discusión. Y aunque no exista (al menos en forma decidida) esa búsqueda, las discusiones son a veces necesarias.
Porque si dije “amor”, hablando de discusiones entre ateos y creyentes, no estoy negando el valor de la defensa de la verdad, la necesidad de alzar la voz cuando se “ataca a nuestra religión” o no se permite profesarla.
Así y todo, es el amor el que debe motivar y guiar nuestra acción. Es por eso que constantemente debemos revisar cuáles son las motivaciones que tenemos para nuestro accionar. Y más que nada, tratar de ser instrumentos de Dios. Hay que saber que podemos fallar y no ser “verdaderos defensores de la verdad” ni “justos defensores de nuestra religión” sino soberbios e iracundos. O las cuatro cosas juntas.
Si hay dos personas que, como se dice usualmente, “buscan la verdad”, pues bienvenida la discusión. Y aunque no exista (al menos en forma decidida) esa búsqueda, las discusiones son a veces necesarias.
Porque si dije “amor”, hablando de discusiones entre ateos y creyentes, no estoy negando el valor de la defensa de la verdad, la necesidad de alzar la voz cuando se “ataca a nuestra religión” o no se permite profesarla.
Así y todo, es el amor el que debe motivar y guiar nuestra acción. Es por eso que constantemente debemos revisar cuáles son las motivaciones que tenemos para nuestro accionar. Y más que nada, tratar de ser instrumentos de Dios. Hay que saber que podemos fallar y no ser “verdaderos defensores de la verdad” ni “justos defensores de nuestra religión” sino soberbios e iracundos. O las cuatro cosas juntas.
La misericordia, el amor misericordioso, es más que la justicia. Así que no hacemos mal si nos preocupamos primero por aquella (digo yo, tómenlo como de quien viene). Además, por más fe que tenga y buenas obras que haga, dijo san Pablo, si no tengo amor, nada soy.
(En el día de la Presentación de Jesús en el Templo y la Virgen de la Candelaria)
4 comentarios:
Creo que no estás equivocado en lo que decís... Es más, me parece que un verdadero amor lleva a la verdad, y el verdadero conocimiento lleva al amor y así.
Aristóteles hablaba de los "Trascendentales del Ser": Ser=Bien-Verdad-Belleza
Y creo -también en mi improvisado razonamiento- que está diciendo algo así.
Si no se da muchas veces en nosotros esta igualdad, creo que es más bien por nuestra finitud, que nos limita. Pero en realidad plena debería darse.
¡Ojalá se entienda lo que quiero decir!
Estoy basicamente de acuerdo con todo lo expuesto, aunque quisiera hacer una matización. El Concilio Vaticano I proclamó que el hombre es capaz por las solas fuerzas de la razón de llegar al conocimiento de Dios, y de este como Creador. Ahora bien, esta capacidad en el hombre siendo real, sin embargo se puede estrellar contra una incapacidad moral, puesto que el uso de su razón está oscurecido por un gran número de razones aparentes que tienden apuntalar las propias opciones de vida tomadas inicialmente contra la conciencia, aunque esta con el paso del tiempo se halla dormido. A las mil razones que justifican la existencia de Dios se me pueden oponer muchas razones aparentes, que una a una se pueden desmontar, pero en la práctica una conversación tan racional no es tan sencilla.
¡Ya he respondido la encuesta!
Hna. Josefina, creo que está claro.
Padre Declan (si puedo llamarlo así), creo que entonces no anduve tan errado en lo que dije en la entrada anterior, de la cual esta es complementaria.
Juan Pablo II decía, en "Fides et Ratio", que la fe es "razón creyente", yo no puedo creer si no lo puedo pensar, razonar. San Agustín lo decía de forma magistral: "Todo el que cree, piensa; pensando cree, y creyendo piensa". Pero también la fe es don, y yo conozco varios amigos agnósticos y ateos que quisieran creer, pero no han tenido ese don. Por eso la exigencia de una demostración, que nosotros no podemos dar, es como la analogía que nos hacían en el colegio: un pez le pregunta al otro "¿dónde está el mar?, yo no lo logro ver, demuéstrame la existencia del mar." Bueno, ojalá que sigas pensando sobre esta relación, fructífera entre ateos y creyentes.
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