Estuve averiguando, pero Riverito me cobraba fortuna por venir a cantarme el ocho en vivo acá en el blog. Así que me conformé con cambiar el encabezado, traer de vuelta al pez en el anzuelo y poner allí que cumplo ocho años aquí estando, pero de aquí no siendo.
Hecha la mención, pasemos a otro tema. Hay unas cositas que están lejos de ser milagros. Y son menudencias para las cuales tampoco convendría utilizar el magnífico nombre de la providencia. Son como… guiños de Dios. En el lenguaje vulgar hay que llamarlos “casualidad”, pero todos sabemos que ese es un nombre ficticio.
¿No habíamos dicho algo de finales felices en la última entrada? Bueno, “ahicito” nomás, al día siguiente, leyendo la biografía de Tolkien según Joseph Pearce, me encuentro con la eucatástrofe. Un lector de blogs insignia (Esperando Nacer, Ens…) no puede desconocer algo de eso. Pero, a decir verdad, Tolkien siempre fue una asignatura pendiente para mí. Sin embargo, todas las cosas tienen su momento. La eucatástrofe, la catástrofe buena, el repentino y gozoso giro en los cuentos de hadas, ese término que acuñó Tolkien, había llegado en el momento justo, mientras pensaba en el final del Conde Olinos y los finales felices.
Pero hay algo más. Últimamente estoy cansado como para abordar textos complejos. Por otro lado, también ando con fictitis (gracias, ARP). Así que creo que es el momento justo para algo intermedio, como un cuento de hadas con “sustento”. Por eso es muy probable que de esta biografía me vaya directo a ESDLA (o primero a El Hobbit). Lo prodigioso de esto es darse cuenta como se van dando las cosas. Porque a la biografía de Tolkien también la encontré de “casualidad”.
Estaba con la beba a upa en una librería y haciendo malabarismos y cosquillas para que cambie gritos por risas. Yo no buscaba nada en especial. Pero, con el tercer hijo, a los padres nos crece un tercer ojo. Y con ese ojo fue que vi que el canto de un libro desentonaba con los de la colección que lo rodeaba. Así que me acerqué y con la tercer mano (sí, también…) lo agarré. Resultó ser el ya aludido, que lleva por nombre “Tolkien: hombre y mito”. Y resultó estar a solo veintinueve pesos. Es decir, ideal para un padre que transitaba las famosas “vacaciones de invierno”. Porque, como imaginarán, una de las pocas cosas que no nos crecen en esa época es un tercer bolsillo.
Guiños, guiños de Dios.