viernes, 17 de junio de 2022

Modo Miró

Y claro, se impuso la lectura que era ágil, la del inglés de los güesos. Además de que su también pobre impresión era, sin embargo, mucho más agradable de manejar. No es que no sean ágiles los años y las leguas de Miró, y son un disfrute total. Pero se necesita estar fresquito para aprovecharlo, para leer la metáfora y sentirla. Y esa penosa edición de Salvat no ayuda. Edición que encima se da corte de tener un "Comité de patronazgo" cuyos integrantes eran Dámaso Alonso, Presidente de la Real Academia Española, Miguel Angel Asturias, Premio Nobel de Literatura y Maurice Genevoix, Secretario Perpetuo de la Academia de Francia.

Después de leerlo un rato fui al fondo y los limones estaban de postal. Capturaban la última luz del día y brillaban tenues en medio de la penumbra. La misma luz final se agarraban dos laterales ciegos de dos edificios cercanos. Los limones probablemente la tomaran de ellos. El farol del vecino ya estaba prendido pero su luz solo estaba allí. Brillaba solo dentro del farol porque la poca luz de afuera era, sin embargo, de una fuerza superior. Había tanto silencio que escuché el tren. El grado normal de un silencio notable es poder escuchar las campanas de las benedictinas. Este era un grado superior de silencio.

Uno escribe torpe pero siente adoptar, aunque sea en forma tosca, el modo de lo que lee. Como cuando veías una película de acción y salías dando patadas de karate.

domingo, 12 de junio de 2022

¡Qué te han hecho!

Y me lo imagino al pelado raro ese hablando de cómo mejoraron la conectividad de la ciudad… Pero, ¡han violentado al Pentágono!

Seguro le viene bárbaro a los camiones de Danone o de Carrefour o quizás a algún emprendedor de zona, y no niego que a todos aquellos que muchas veces sufrimos en algún paso a nivel. Sin embargo, ¿han consultado a todos los vecinos? ¿Y a los poetas? ¿A los contemplativos que viven felices con lo que tienen y saben que aunque a veces los nervios nos ponen ansiosos ese lugar era tan pintoresco, tan una isla que no necesitaba ser herida por los autos que pasan a toda velocidad sin saber por dónde pasan?

Ya la veo a una joven con su Up cero kilómetro yendo a su fiestita y pasando por ahí porque así lo indicó Google. Cuando haga Punta Arenas, Bauness y llegue a Warnes ni sabrá que pisó un pedacito de la Donato Álvarez oculta. ¡Y por entrar y no haber seguido el perímetro (ese que es para los que tiene que pasar nomás) nunca habrá conocido el bulevar más triste de Buenos Aires, ese que forman Del Campo y Garmendia! (Salvo que lo hayan sacado, o embellecido; a esto último no me negaría ya que no es fácil transitarlo con el alma sensible).

Túnel de Punta Arenas y vías elevadas de La Paternal, dos heridas al Pentágono que nos dejan algo tristes. Nos consolamos pensando que aún viven tranquilos la Iglesia de Santa Inés y San Camilo o el Club Floreal.

(Y si bien la pena de Carnota debería ser más grande, haber estado escuchándola en estos días me impulsa a dejarla como acompañamiento al cierre de esta entrada).

miércoles, 8 de junio de 2022

Entre el Levante y la Pampa

(6 de junio)

Ando con un problemilla de lo más divertido. Iba yo para la Astral de Munro en este mediodía de poco pero esperado sol (un sol que también luego se desearía hacia atrás y que según dicen no se volverá a ver hasta mañana al mediodía) y no pude evitar detenerme en los cajones de libros usados. En el cajón de $50 ya no había nada que valga la pena. Pero en el de $100 había un ejemplar de "El inglés de los güesos" y, como no lo tenemos, lo tuve que tener. Y mientras caminaba mesmo me adentré un par de capítulos en la historia y quedé enganchau.

¿Y ahora qué hago? ¿Lo dejo a Sigüenza? ¿Me vengo de golpe del Levante a la Pampa? Soy lector de un solo libro y encima ya tengo abierto "La Ciudad de Dios". En fin...

Mi hijo está estudiando biología y una orientación posible son “los huesos”. Y se sabe los nombres científicos de los animales. Por eso a la tarde le leí este pasaje:
- A ver, míster -preguntaba, por ejemplo, el muchacho, señalando con la barbilla un grupo de teruteros reales, que mojaban sus rojas patitas en el agua-, a ver, míster, ¿a que no sabe qué bichos son aquéllos?
- ¡Aoh! ¡Yes!
Y desdoblando su larga silueta, míster James miraba curiosamente hacia el sitio indicado, la recia diestra a modo de pantalla sobre los ojos azules y decía al cabo, muy contento:
- ¡Aoh! ¡Yes! Imantopus, imantopus… ¡Aoh! ¡Yes! Mí conoce…
- ¿Cómo dice?
- Imantopus, imantopus melanurus… ¡Yes! ¡Yes!
Y enarcaba las cejas rubias con gravedad cómica, tratando de convencer al muchacho, que se echaba a reír irreverente:
- ¡Qué “mantopo” ni “mantopo”, míster! ¿No ve que no sabe? Esos son teros riales; ahí tiene, teros riales, ¡pa que aprenda!
Y se retorcía de risa sobre el caballo, divertidísimo con la ignorancia de aquel hombre…
Según notas del editor de mi ejemplar (Editorial Troquel, Clásicos, 1960), acá Benito Lynch "hace alarde de sus lecturas científicas".

Y es en otra nota donde surge el interesante tema del mate dulce. (Recordemos que aquí en el blog siempre pensamos que el mate dulce era una "barbaridad" hasta que supimos que Don Segundo Sombra lo tomaba).

La joven Balbina se había puesto hacer tortas fritas. Y entonces dice el libro:
Después, cuando la masa ya estuvo lista, cuando comenzó a chirriar la grasa hirviente en el sartén y el grato olorcillo de las primeras tortas doradas a esparcirse en el ambiente de la cocina, todos se alegraron de pronto, y hasta el mismo don Juan levantó la cabeza para decir a su consorte que le habían venido deseos de tomar un mate dulce…
A lo que el editor anota: "Habitualmente el paisano toma el mate amargo, cimarrón; pero en ocasiones excepcionales, como especial agasajo, toma el mate con azúcar".

¿Qué opinan de esto? Dejen sus comentarios, suscríbanse y activen la campanita (¿chiste repetido?)

domingo, 5 de junio de 2022

Primeros años y leguas

Y entonces agarré de la biblioteca el librito que tenía al lado. Y era "Años y leguas" de Gabriel Miró. Y me enganché. Y resolví la situación. Dos o tres comienzos ya tentados tendrán que esperar. Porque ahora tengo que leer la historia de este Sigüenza. ¡Qué potentes descripciones!
"Y entonces Sigüenza percibe el grito interior sobrecogido: «¡Campo mío!». Ya se ve, sin verse, en el agua de los riegos que corría, en la cal de los cortinales, en el temblor de los chopos, en el azul, en todo lo que le rodeaba. Como en esa tarde vino en aquel tiempo. El olor de los viejos campos de la Marina, como el olor de su casa familiar en la felicidad de los veranos de su primera juventud. Pero no pareciendo que «fuese ayer», o pareciéndolo precisamente porque entonces sentimos todo lo contrario. Y porque nos oprime la verdad del tiempo devanado tuvo más fuerza alucinante la emoción de esta hora que se había quedado inmóvil para Sigüenza desde entonces. Y hasta hizo un ademán suave de tocarla, de empujarla, queriendo que volviese a caminar a su lado. Una lente lírica le acercaba a sí mismo. En ese algarrobo desgarrado, en aquella quebrada, en un contorno de una colina, en una tonalidad, en un rasgo preciso, debió de dejarse más hincada su mirada, y ahora, entre todo, se le presentaba, no el recuerdo óptico y casuístico, sino la misma mirada, la sensación de su vida, que se había envejecido allí, y ahora le salía para verle pasar, a veinte años de distancia…"
El tomito es de los horribles (pero por alguna razón entrañables) de la famosa "Biblioteca Básica Salvat", esa de distintos colores por temática. Pasar las páginas es desagradable y se nota a mis cuarentilargos lo chiquito de la tipografía. Pero eso no es obstáculo.

¡Y alguien lo estuvo marcando! ¿Lo habrán pedido en el colegio alguna vez cuando éramos chicos? ¿Se leía a Miró en los colegios a fines del siglo pasado? ¿O quizás lo prestamos a alguien? (Solía pasar eso en casa).

El Levante me va a gustar. Estoy seguro. Y se sumará a la Costa Brava, que me mostró Josep Plá hace unos años, para completar en gran parte el Mediterráneo español.
"Las avispas vuelan con dejamiento, con descuido de sí mismas. No se preocupan ni de recogerse las patas. Deben haberse dicho: «Voy cerca, y no es menester que me suba las piernas; colgando van bien; tal como estaba, sobra...». Esas zancas llevan una media de vello arrugadita y caída. Pasan, vuelven, meciéndose en el sol, distraídas y comadres.
Los abejorros, repolludos y malhumorados, se afanan por sentir mucha prisa. Si no se fijan ni cavilan más en las cosas, no es porque les falte capacidad de atención y ahínco; y, si no, que se repare en el bramido que llevan. Pues, si se estuviesen en torno del parral, no lo podría resistir el envigado; cada pámpano se estremecería, doblándose bajo el ímpetu de su viento; una perdición. Además, es que no pueden parar. La inmensa mañana les solicita; todo ha de recibir la sensación de su diligencia.

Llegan los escarabajos con su negrura pavonada. Antenas, palpos, patas se les cruzan reciamente como un costillaje. En su sotanilla bombada y en su bonete, traen ellos todo el sol de los campos en una gota; todo el sol miniaturizado dentro de un azabache. Sus alas y elictras son un molino de hélices y exhalaciones moradas. Se pesan tanto a sí mismos que rebotan contra los pilares. Temen no haberse puesto las alas que les corresponden. Esa es su lástima. ¡Tan bien acabados, esferoidales, carbonosos, bruñidos, organizados para empresas de terquedad, y con las mangas tan cortas que no les permiten sostenerse en todo el día del cielo!

Ven la redonda entrada obscura de un cañuto del techo del parral. Las avispas y los abejorros han visto ese agujero, y nada. Pues los escarabajos no pasan delante del misterio sin escudriñarlo. Les obliga su naturaleza y su crédito. La creación les contempla. El mediodía tan grande, con tanto sol, no puede sumergirse en un tubo de caña. No importa: allí está el escarabajo. No temerá. Para él solo estaba guardada la tenebrosa aventura. Y se agarra al borde del cañuto y se va asomando. Su cuerpo tan orondo principia a sudar y crujir, adelgazándose, afilándose para internarse en el abismo. Después, se queda silencioso; y en silencio, blandamente, se hunde. Fuera, está toda la mañana esperándole. ¿Qué sabrá, a estas horas, el desaparecido? ¿Cómo podrá salir?

El desaparecido sale reculando, y en seguida se le encienden en su espalda y en su sombrero de luto los negros fanalillos de sol. Y se pasa a otra caña horadada. Es otro misterio. No se cansará el investigador. Vuelve a sumirse; vuelve a salir; y acude insaciable al cañuto de al lado. ¿Qué hace dentro? Está encogido, atendiendo lo que piensa de él la gloriosa mañana. A otro cañuto, después al siguiente; todos los pesquisa; y nunca acaba, porque tiene el goce doctísimo de volver a penetrar en los mismos misterios de los mismos cañutos de antes, sin darse cuenta…"