domingo, 27 de noviembre de 2016

Olores (Biblioteca Básica Salvat)

Hoy custodio la Biblioteca Básica Salvat de mis padres. En un tiempo hojeé un “Robinson Crusoe” y hasta que creo que lo llevé en un bolso para hacerme el adolescente erudito. En otro tiempo usé en el colegio “Poema de mío Cid” y no sé si intenté por mi cuenta “1984”, de George Orwell. Más adelante recuerdo haber leído “Antígona”. Durante una época me dediqué a buscar los faltantes en la librería de usados. Habré encontrado tres o cuatro. Aún me faltan dos. Cuando llegaron a mi custodia, tantos años después, leí “Cartas desde el molino” de Alphonse Daudet y “Flush” de Virginia Woolf. Una cosa buena de esta colección es que, a pesar de su antigüedad, todavía los libros tienen un olor genial. Quizás sea un olor que maduró con el tiempo, pero también lo sentí por momentos como un olor de la niñez.

Y hablando justamente de olores, ¡quién pudiera oler más! Como Flush en Italia, por ejemplo:

“Y éste es el momento en que el biógrafo se ve forzado a hacer un alto. Si son insuficientes dos o tres mil palabras para expresar lo que vemos -y mistress Browning se declaró vencida por los Apeninos-, no contamos más que con dos palabras y media para manifestar lo que olemos. Casi no existe olfato humano. Los más grandes poetas del mundo no han olido más que rosas, por una parte, y estiércol por otra. Las infinitas gradaciones intermedias han quedado sin registrar. Y precisamente era en el mundo olfativo donde vivía Flush. El amor era, sobre todo, olor; la forma y el color eran también olor; la música, la arquitectura, la ley, la política y la ciencia eran olor. Para él, hasta la religión era olor. Nos resultaría imposible describir la más insignificante de sus experiencias con la carne o el bizcocho de cada día. Ni mister Swinburne podría haber dicho qué significaba para Flush el olor de Wimpole Street en una calurosa tarde de junio. En cuanto a describir el olor a perrita spaniel mezclado con el de antorchas, laureles, incienso, banderas, cirios, y de una guirnalda de hojas de rosal pisada por un zapatito de satén que estuvo guardado con alcanfor, eso quizá Shakespeare, si se hubiera detenido hacia la mitad de Antonio y Cleopatra, cuando lo escribía... Pero Shakespeare no se detuvo en esto. De modo que, confesando nuestra incapacidad, sólo podemos hacer constar que en estos años -los más plenos, libres y felices en la vida de Flush- Italia significaba para él, principalmente, una sucesión de olores”.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Algo sobre el asunto ese de los cuatro cardenales y la Amoris Laetitia

Estuve leyendo esas objeciones que cuatro cardenales presentaron a Francisco por cosas que dice la Amoris Laetitia (y también lo que dijeron otras personas al respecto).
Mi sensación (casi una sensación de piel; el gusto que me queda en el fondo de la boca) es que los señores lo deberían haber manejado en privado. En mi ignorancia no puedo permitirme más que decir eso.

Pero miro el punto 4 que dice:

“Después de las afirmaciones de «Amoris laetitia» n. 302 sobre las «circunstancias que atenúan la responsabilidad moral», ¿se debe considerar todavía válida la enseñanza de la encíclica de San Juan Pablo II, «Veritatis splendor» n. 81, fundamentada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, según la cual: «las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección»?

Y yo me pregunto: ¿No es la “Evangelium Vitae” de Juan Pablo II, una de mis encíclicas preferidas, la que dice, a propósito de los temas de la cultura de la muerte, de los atentados a la vida, algo equivalente?

Leamos parte del punto 18:

“Las opciones contra la vida proceden, a veces, de situaciones difíciles o incluso dramáticas de profundo sufrimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas, depresión y angustia por el futuro. Estas circunstancias pueden atenuar incluso notablemente la responsabilidad subjetiva y la consiguiente culpabilidad de quienes hacen estas opciones en sí mismas moralmente malas”.

¡Epa, eh! Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa pero, ¿qué tul? El mismísimo san Juan Pablo II lo dijo.

sábado, 12 de noviembre de 2016

1 * 2

No hay idea tan mezquina, entre todas las modernas, como la de creer que el heroísmo constituye una extravagancia o una anomalía, y que las cosas que nos unen son únicamente bajas y mezquinas”.
(Gilbert K. Chesterton, Charles Dickens, 1906)

*

Urge ante todo cultivar, en nosotros y en los demás, una mirada contemplativa”.
(Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 83 -cf. Carta enc. Centesimus annus-, 1995)

Debemos mantener viva en el mundo la sed de lo absoluto”.
(Francisco, Audiencia general a los Delegados Fraternos de otras iglesias y comunidades cristianas, así como a los representantes de las religiones no cristianas, con motivo del inicio de su ministerio de Obispo de Roma y de sucesor del apóstol Pedro, 2013)

domingo, 6 de noviembre de 2016

Mi eterno Chesterton

Siempre me pasa eso con los libros de Chesterton: voy lento, por unos días los dejo, me cuesta, leo párrafos geniales de los que quisiera postear y al día siguiente de vuelta lento, descansar. Pero son sin duda esos libros que, como dicen, me llevaría a una isla desierta.

Porque, como ya dijimos hace tiempo, los buenos libros no se leen rápido sino que se leen lento. Porque queremos que no se acaben, queremos que duren para siempre.

Con Chesterton me pasa lo que él dice que pasa con Dickens (comparando a Dickens con otros autores populares de su época):
El lector de una novela policíaca de Le Queux desea saber cómo termina; el lector de una novela de Dickens deseaba que no se terminara nunca. Las gentes pueden leer seis veces una historia de Dickens, porque se la saben casi de memoria. Si hay alguien capaz de leer seis veces una historia de Le Queux, será que es capaz de olvidarla otras tantas. En una palabra: si las novelas de Dickens eran populares se debía no a que constituyesen un mundo real, sino, al revés, la realidad misma: un mundo en que el alma puede vivir a sus anchas” (Charles Dickens, G. K. Chesterton)
Pues así me pasa con Chesterton.