lunes, 22 de julio de 2024

Reencuentro con el Cid (preludio)

Al parecer vamos a leer “Poema de mío Cid”. En el apoyabrazos se pusieron varias opciones (sería redundante decir “varias opciones de lo más variadas”): el Cid, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el segundo tomo de los Ensayos de Montaigne y una cosa que quiero ver si pasa o va al tacho que se llama “Euforia y utopía” de Arthur Koestler.

El mío "Poema de mío Cid" es de la famosa y vilipendiada colección “Biblioteca Básica Salvat”. Tiene un sello con mi nombre y al lado “4°A”. En cuarto año de la escuela secundaria, hace casi treinta y cinco años, el profesor Ampudia nos lo hizo leer (no sé si todo o parte, no sé si lo logró). No recuerdo nada del libro pero sí a don Ampudia hablando de literatura y dudando de la calidad de Borges, diciendo que a un buen libro lo gradúa de tal el tiempo, que así que habría que ver, etc.

No es la elección de este libro solo una decisión en base a la premisa de “primero los clásicos” (creo fervientemente en ella, que no es la única regla, pero siempre debe guiarnos) sino también un interés surgido después de haber leído “La Chanson de Roland”. Algo como “a ver cómo eran ‘nuestros’ caballeros…” (porque uno se considera descendiente de españoles, aunque haya por ahí un apellido italiano materno).

Me entusiasma mucho este epígrafe que don Luis Guarner pone en su prólogo y es palabra de un tal Federico Schlegel:
España, con el histórico poema de su Cid, tiene una ventaja peculiar sobre otras muchas naciones; es este el género de poesía que influye más inmediata y eficazmente en el sentimiento nacional y en el carácter de un pueblo. Un solo recuerdo como el del Cid es de más valor para una nación que toda una biblioteca llena de obras literarias hijas únicamente del ingenio y sin un contenido nacional
¡Casi que Schlegel me pone de vuelta a don Ampudia frente a mis narices!

Así que bueno, allá vamos, después les cuento… O no. No sé.

domingo, 21 de julio de 2024

"On Belloc"

Quedó Belloc solo, así que charlamos unos días sin interrupciones (él conmigo y yo conmigo mismo; lo único que podría ser o incluso haber sido, porque se trata de un libro y porque, aunque no lo fuera, yo no estaría a la altura de una charla con Belloc).

Cada vez que intento decir algo veo que Knox lo dijo mejor en la introducción que tiene el libro. Yo lo que puedo decir, ahora que Belloc se fue, es que es un tipo con el que me hubiera gustado viajar. Observa cosas como me gusta observar a mí (o será que a mí me hubiera gustado decir lo que él dice cuando las observa). Busca simbolismos y hasta “explicaciones” en el paisaje; explora sus sentimientos frente al mismo.

Él conoce muchos lugares y eso le permite hacer comparaciones. Yo puedo imaginarme de vuelta frente a lugares que conocí y sentirlos de vuelta mientras veo como Belloc siente los suyos. Leer a Belloc te da ganas de atesorar esos recuerdos de otra manera o simplemente volver a recordarlos.

Así entre todos me vinieron hace instantes a la mente unas sierras cordobesas, en un punto exacto de la ruta en que cada vez que paso se aparecen de golpe altas y majestuosas como si fueran mucho más altas de lo que son. Pero no sé historia, así que no puedo saber cómo podría haber eso influido en que esas tierras sean cordobesas o puntanas… Y si leí algo alguna vez, porque lo hice, no lo recuerdo.

Habría varios pasajes para citar acá pero haría muy larga la entrada. Uno de mis ensayos favoritos es “The mowing of a field”; les dejo el enlace.

La entrada igual va a ser larga, pero pueden llegar hasta acá. Lo que viene abajo son dos párrafos que pueden ser o bien un gusto para los que conocen a Belloc o bien un irresistible “gancho” para los que lo quieran conocer.
It is not easy for a modern generation to understand the background of Hilaire Belloc. Even in his own day, he was a bundle of contradictions. He was a great lover of England, yet wherever foreign politics were concerned, he at once became a Frenchman. He was a conscientious Liberal, yet wholly out of sympathy with that tradition of Puritanism which was the strength of the old Liberal party. He was a fervent Catholic, yet much of his admiration was reserved for the heroes of the French Revolution. He was an accepted figure in the fashionable world, yet he never ceased to ridicule its conventions”.
(Ronald Knox en “Belloc Essays”, editado por Anthony Foster, Methuen & Co. Ltd., 1955)
When I first met Belloc he remarked to the friend who introduced us that he was in low spirits. His low spirits were and are much more uproarious and enlivening than anybody else's high spirits. He talked into the night; and left behind in it a glowing track of good things. When I have said that I mean things that are good, and certainly not merely bons mots, I have said all that can be said in the most serious aspect about the man who has made the greatest fight for good things of all the men of my time”.
(G. K. Chesterton en “Hilaire Belloc, The man and his work”, de C. Creighton Mandell y Edward Shanks, Methuen & Co. Ltd., 1916)




sábado, 6 de julio de 2024

Piensa bien

¿Qué es ese acierto sino una alegría fugaz y egoísta cuando se dice: “piensa mal y acertarás”? Una sola alegría que se obtiene cuando se piensa bien y se acierta es mucho mayor que noventa y nueve desengaños y que mil de las de aquellos fútiles aciertos.

viernes, 28 de junio de 2024

Darse el tiempo para iniciar

Inquieto y despierto por algunos temas que me producían más ansiedad de terminar que preocupación, más molestia de interponerse entre el fin de semana y yo que otra cosa, y no pudiendo adelantarlos, por sus propias características de tener algunos horas fijas o requerir más información disponible, me levanté a las cinco y pico y me di el tiempo para iniciar El Pirata, de Walter Scott.

Darse el tiempo para iniciar un libro puede ser algo simple, como leer sin preocupación ni expectativas específicas y de repente encontrarse inmerso y confortable en la historia. Pero también puede demandar sortear algunas barreras que nos pone nuestra propia forma de ser. Por ejemplo, es muy raro que yo pueda iniciar un libro de ficción que está ambientado en un lugar de este planeta sin ir a reconocer bien en el mapa ese lugar (más aún cuánto más se describa en el libro el lugar). Si el lugar es lejano y desconocido, como suele pasar por las cosas que leo y por no haber viajado por el mundo, seguirá siendo el lugar una tierra casi de fantasía, compensando quizás con esa característica la falta de otras satisfacciones (como por ejemplo la que podría dar el verificar la correspondencia del mundo descrito por el autor con el que nosotros conocemos).

Me gustó el personaje así como se plantea al inicio (al menos quien parece que va a ser uno de los personajes principales). No me asusta el regodearme en el carácter misógino de un personaje (tengo debilidad por personajes raros, siempre que sean más bien buenos o bien intencionados) dado el hecho de que tengo en cultivo ya ciertas relaciones en este mundo, así que no debo temer un “contagio” o recibir alguna “mala educación”.

De todo esto no se debe inferir que me gusta el personaje (ni que sí, ni que no). Aún no lo conozco en su totalidad, es decir no sé lo que hará en el libro. Hablar de un libro sin haber leído más que un capítulo puede ser arriesgado, de cierta forma. Esta entrada no habla de un libro ni de los personajes. Habla de empezar a leer un libro. Y ya casi termina.

Esta edición de “El Pirata” de Scott es genial. Son dos tomitos de tamaño de aproximadamente 11 x 15 centímetros. Es como un pocket, ¡pero es del año ‘45! Tapa blanda pero lindo, con sus solapitas. Creo que lo compré por eso (además del gusto por Scott). Este es de Emecé, de una colección llamada Los Románticos y nos explican los editores:

“[Sir Walter Scott] Creador de la novela compacta y con genio propio, entra en la serie de Los Románticos por la puerta grande, pues sin haber hecho profesión de romántico, los nobles sentimientos de sus personajes, su manera de encarar la vida con justicia y exaltación desinteresada, se ven que armonizan con toda la escala romántica que suena en el templo de estas lecturas”. ¡Tomá, ahí tenés, ha! ¿Qué me contursi?

miércoles, 26 de junio de 2024

"La Chanson de Roland"

La presentación le da una solemnidad que la edición no tiene. “La Canción de Rolando” (o “El cantar de Roldán”). Traducción al castellano de Enriqueta Muñiz. Realizada sobre el texto “Publicado según el manuscrito de Oxford y vertido [al francés moderno] por” Joseph Bédier. Y a continuación una interesante “Advertencia del traductor” al respecto, que hace a uno imaginar sesudos estudios entre volúmenes de tapa dura y pergaminos. Con eso contrasta en las manos una sencilla edición de tapa blanda de Librería Hachette S.A., Buenos Aires, en tercera edición de 1970 (siendo la primera de 1956). La encuadernación es básica pero aún así pareciera que no se va a despegar. Por lo menos. Para hacer algo de honor a los estudios de don Bédier y al trabajo de doña Muñiz (que para algunos aspectos del mismo ha recibido el consejo de nada menos que del Profesor Don Ramón Menéndez Pidal). La tapa y algunas hojas están algo desteñidas, pudiendo ser lo segundo un problema de imprenta, aunque lo primero pareciera ser más atribuible al uso. Ha pertenecido a la librería Clásica y Moderna y me ha llegado a través de la menos famosa librería Prólogo, que vende libros usados en San Isidro y Beccar. En la página 38 me detengo a escribir esto, disfrutando el encuentro con la palabra faldriquera pero con el sabor amargo de (“spoiler alert!”) la traición de Ganelón y, hasta el momento, no he encontrado marcas que revelen la presencia de algún lector anterior.
(...)

He llegado al final y sin huellas de ese posible lector. “La Chanson de Roland” me hizo ir a Wikipedia a recordar la historia de Carlomagno. Quizás lo más sorprendente del libro me haya resultado todo lo concerniente al “juicio” a Ganelón y la figura de Thiery. Es como si hoy la inocencia o culpabilidad del acusado se dirimiera por un duelo entre los abogados. Fascinante.

lunes, 24 de junio de 2024

A Escobar por dentro (esta vez sí)

Siete años después, con una diferencia de dos días, hicimos el camino completo. Usamos el nuevo Puente de la Arenera y logramos ir “a Escobar por dentro”.

En los caminos semiprivados de don Constantini (el mega emprendimiento Puertos del Lago) descubrimos que el que antes se llamaba en Google “Nordelta 2 Puerto” es ahora el tramo sur-norte de la fantástica Avenida de los Lagos, especie de circunvalación o conexión interbarrial del emprendimiento. (Registrando tu DNI te podés mover luego por las barreras de ingreso y egreso con solo presentarlo a un scanner).

Esos caminos antaño estaban apenas “dibujados” y eran fríos en contraste con las rutas angostas bordeadas de quintas que aún hoy hay más o menos lejanas. Aún hoy contrastan, aunque tienen alguito más de calidez, dada ésta quizás por sus arboledas, algunas esculturas (feas), paradas de lo que debe ser un transporte público interno, etcétera. Y las casas. De esas todas iguales y que parecen a veces vacías. Pero casas al fin. (Algunas no están tan mal).

El cielo es aún inmenso, si algo hay que rescatar de esta nueva urbanización. Al menos desde la Avenida eso parece. No se siente uno dentro de un barrio. Y las casas parecen de la chatura exacta para tapar nomás lo indispensable del celeste.

Antes de salir nos fuimos por un desvío hasta el río. Desde allí aún no se ven las casas (aún no llegaron tan cerca) y el horizonte es conmovedor.


En la ribera armaron “Puertos / La Reserva”. Vale la pena ir armado de unos mates y hacerse todo el recorrido caminando junto a lo que Google llama Arroyo Correntino (pero la cartelería de la reserva dice que es el Río Luján). Nosotros estuvimos unas tres horas y F. avistó nuevas aves como este pequeño carpinterito:


Cuando salís de Puertos por el norte das en el corazón del camino que une ciudad y puerto de Escobar (que no son sino los primeros kilómetros de la ruta 25).

jueves, 13 de junio de 2024

La vida desde la muerte

Creemos que la muerte no es todo, sino que puede ser el paso a otra vida mejor. Pero cuando se hace tan patente lo efímero de esta vida “de acá” es normal que asumamos por un rato una especie de “perspectiva inversa” que ve la vida desde la muerte.

Quizás los clásicos hayan dicho algo de esto, pero yo no lo sé o no lo recuerdo. Luna Monti y Juan Quintero cantaban en el disco "El matecito de las siete" esa vidala de Raúl Galán y Rolando Valladares que se llama “del último día”. Que seguramente se hizo y se debe cantar pensado en el último día, pero que ella misma tiene una forma de considerar la muerte no como algo del último día sino como algo de toda la vida.

Ya relincha el nuevo día,
caballito de la suerte.
Es un galope la vida
que lleva justo a la muerte.

Ya amanece el nuevo día,
ya la esperanza amanece
y en las ancas de la vida
en silencio va la muerte.

¡Ay!, estrella amanecida,
ramito de albahaca verde,
el camino de la vida
es camino de la muerte.

Ya se escucha amiga mía
la musiquita de siempre.
Para que cante la vida
toca su caja su caja la muerte.

(Esta misma vidala la grabaron los muchachos que hicieron Immigrasons, mezclada con una canción de navidad catalana llamada “El Noi de la Mare”).

Algo parecido me encontré hoy entre las páginas de “La otra Buenos Aires”. Nos cuenta don Delfín Leocadio Garasa:
“En Muertes de Buenos Aires, Borges evoca el nacimiento del cementerio de la Chacarita, nombre ya convertido en inexorable memento de lo que canta la copla intercalada en el poema:

La muerte es vida vivida,
la vida es muerte que viene.

(...) En una glosa posterior recuerda Borges su paseo con el poeta Osvaldo Horacio Dondo por el costado de la Chacarita, “bordeando la erizada pared”. Al pasar delante de un comité político (eran vísperas electorales) fueron invitados a entrar, y allí, mientras saboreaban copitas de caña dulce, bajo el retrato del Caudillo, esfinge adusta, escucharon una copla entonada por un “mozo enlutado, oscuro el achinado rostro sobre el pañuelo dominguero de seda, requintado con precisión el chambergo”.

La vida no es otra cosa
que muerte que anda luciendo.

domingo, 26 de mayo de 2024

Vocacional

A veces se justifica la acción, la actividad o la profesión de alguien diciendo que “hace bien a mucha gente”.

No habría mejor motivación para una acción, una actividad o una profesión que la caridad, el amor al prójimo. Pero el amor al prójimo no es solo hacerle el bien. Y se puede hacer el bien sin amar.

No siempre hay que desarrollar en alguien una capacidad que tiene, pero a la que no le tiene gusto. Y mucho menos diciéndole: “harías mucho bien a mucha gente”. Le damos una mala enseñanza de la caridad de esa manera y no lo orientamos bien vocacionalmente.

Dios no es un empresario que busca el rendimiento. La parábola de los talentos no creo que nos enseñe algo como “desarrollar a tope una habilidad que tengamos para maximizar el bien a los demás”. Me imagino que la parábola de los talentos presupone siempre, como todo otro mandamiento o enseñanza, el amor.

Tener facilidad para las matemáticas no nos obliga a ser licenciados en matemática y mucho menos a desarrollar algo como una organización caritativa basada en algoritmos matemáticos.

La caridad nace de percibir la miseria propia y ajena y de saber que Dios ama al hombre y lo amó hasta el extremo y, sintiéndose amados, tratar de hacer lo que Él hizo por nosotros con los demás. Si estamos animados por esto, luego podremos hacer lo que sea, que seguramente muchas veces incluirá el hacer el bien a los demás con nuestros dones.

[Actualización 17/06/24: "En cuanto a la elevada frase que encubre la ambición y la avaricia, y que reza: 'No hemos nacido para nosotros mismos, sino para los demás', miremos resueltamente a algunos de los que están en la danza y veamos si, por el contrario, los oficios, cargos y demás agitaciones del mundo no se buscan más bien por provecho particular". Montaigne.]

jueves, 16 de mayo de 2024

Seguimos leyendo

Cerrando abril se coló Amalia, de José Mármol. Me gustó mucho por el ambiente que describe, la situación histórica, la acción muy bien relatada. Me acordé de Walter Scott, de Victor Hugo… Algo de Dickens…Lo único pesado del relato son las partes románticas, ¡jaja, qué anticuadas!

Pude terminar el libro del viaje de Paul Theroux en tren desde Boston hasta Esquel (pasando por Buenos Aires y un encuentro con Borges; nunca me va a simpatizar Borges pero sí me gustaron algunas cosas de las que hablaron). Y Theroux tiene sus momentos, su sensibilidad y su humor… Pero me pregunté varias veces qué hacía yo ahí y no en los clásicos.

(Es increíble pero en dos libros tan distintos se dio una coincidencia. En boca de una persona real que Theroux se encontró en el norte argentino se repite casi la misma idea que Mármol pone en el pensamiento de su protagonista: que los argentinos no podemos asociarnos en una causa común. Somos buenos trabajando individualmente pero no en equipo, dijo un señor Naveiro. Nos cuesta asociarnos, aún en los casos en que a todos nos molesta una misma cosa y deseamos cambiarla, como un tirano).

Los ensayos de Belloc son como grajeas que voy consumiendo de a poco y ya tendrán su manifestación acá, van a ver. También va de a poco ese “museo” que es “La otra Buenos Aires”. Ando con ganas de meter algo para seguir acompañando a las grajeas y a los recorridos porteños: Mosquitos de Faulkner, o algo de Ramón Gómez de la Serna, o releer Retorno a Brideshead (nunca lo supe apreciar bien), o terminar Ivanhoe, o… Sí, ya sé, algunos de estos tampoco son clásicos, ni en un sentido laxo del término.

jueves, 25 de abril de 2024

Puchero de anotaciones

Cada tanto, leer un libro de reciente edición y moderna editorial, seguramente un bestseller, es poder descansar en tipografías grandes. (Supongo que el precio de venta hace que se pueda recuperar el gasto de tantas hojas usadas, márgenes generosos, etcétera). Es cómodo, pero es frío.
(...)

Es increíble cómo la etiqueta plástica, esa cosa también tan simple y barata, disimula la tristeza de las botellas plásticas de gaseosas. Una botella a la que, por ejemplo, un chico le sacó jugando la etiqueta, así desnuda hace pensar en lo pobre que es ese líquido interior, que era el mismo hace instantes.
(...)

Me encanta apilar libros variados. No sabría expresar la sensación que tengo cuando lo hago. Quizás pueda tenerse alguna idea de dicha sensación haciendo el simple ejercicio de nombrar dos autores disímiles: Paul Theroux con Delfín Leocadio Garasa, Belloc y Mármol.
(...)

La lectura de “La otra Buenos Aires”, de don Delfín, mentado hace instantes, puede hacerse un poco monótona por ser una impresionante colección. Por eso hay que leer de a poco. Si no te puede pasar como cuando recorrés un enorme museo con muchas vitrinas y pretendés leer todas las etiquetas una a una. Te cansás. Pero estás fascinado con la colección.
(...)

Voy caminando por Martín y Omar y escucho que en una confitería una joven le decía a otra: “...Cómo vamos a pretender que todo sea eterno si la misma biología…” Y en las siguientes cuadras esbocé mis continuaciones (contestatarias en forma irónica):

Cómo vamos a pretender que todo sea eterno si la misma biología…
¡Me hace sentir que lo puede ser!

Cómo vamos a pretender que todo sea eterno si la misma biología…
¡Convive a veces con cierta física, que dice que el universo lo es!

Aunque, ahora que lo pienso, no creo que estuviera hablando del sentido de la vida o de la trascendencia espiritual. Quizás solo estaba consolando a la amiga que había roto con el novio. Quizás simplemente no creía en el amor hasta la muerte.
(...)