miércoles, 14 de noviembre de 2018

De vuelta a Yoknapatawpha

En este momento el olor del libro se mezcla con el olor de las flores de jazmín. Los dos me gustan. Y no van nada mal juntos. O al menos alternándose.

Eso podría ser toda la entrada. Pero debería leerse algo que resulte tan agradable como la sensación me resulta a mí, y de eso no soy capaz. Así que, para justificar la entrada, les cuento algo más.

Después de haber fracasado con "El ruido y la furia" vuelvo a Faulkner porque encontré un libro que va a tener lo que a mí me gusta: Yoknapatawpha. En la librería de la calle Chacabuco, en la mesa que está a la izquierda pasando la caja, dónde está esa colección que están todos de canto, de colores con centro negro y letras blancas, me estaba esperando un volumen llamado "Relatos", cuyo título original es "Uncollected stories of William Faulkner".

Son "cuarenta y cinco relatos que incluyen los que Faulkner público y nunca incluyó en sus libros, los que más tarde refundió a fin de convertirlos en parte de obras posteriores y los que habían permanecido inéditos" y fueron parte de la formación del famoso condado ficticio sureño de Yoknapatawpha y sus habitantes.

Así que arranqué por textos de "El villorrio", mientras releo (u ocasionalmente leo en voz alta para un paciente auditorio) algunos entrañables pasajes de "Los Invictos", como este:

"Debió de [sic] partir a caballo bajo la lluvia, porque durante el desayuno aún seguía lloviendo, y también durante el almuerzo, hasta que al fin al nana dejó a un lado la costura y dijo:
- Muy bien. Marengo, traeme el libro de cocina.
Ringo trajo el libro, y nos echamos en el suelo al lado del hogar; en la pared, sobre la repisa, estaba colgado de unos ganchos el mosquete cargado.
-¿Qué os parece que leamos hoy? -dijo la nana.
-Lee lo de los pasteles -dije.
-Muy bien. ¿Qué clase de pastel queréis que les lea?
Pero no había necesidad de preguntarlo, porque Ringo, antes incluso de que la nana hubiera terminado de hablar, dijo como de costumbre:
-El pastel de coco, nana.
-Creo que un poco más no nos hará daño -dijo la nana".

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Ego

Una vez (yo era chico) puse un libro en la bolsa de inglés. Era Robinson Crusoe. Supongo que lo hice para que piensen que leía. Porque yo no sé si por ese entonces leía. Y Robinson Crusoe nunca lo leí. Hoy en día cuando tengo un libro que no puedo soltar me lo llevo en una bolsita y cuando lo saco uso la bolsita para ocultar la tapa. Quizás como enmienda de aquello de Robinson Crusoe.
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Hay dos formas de no entender por qué la gente hace ciertas cosas. La forma típica es cuando la gente hace cosas que vos no hacés, jamás harías y te parecen malas, aburridas o razones por el estilo. La otra es cuando la gente hace cosas que vos hacés y que creés que son raras y, cómo dijimos, no entendés cómo otro puede hacerlas. Es una forma distinta de no entendimiento de la gente en la que no solo no se entiende al otro sino que uno se cree único.

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En Munro está la esquina del automovilista narcisista. Es en Guido y Spano y Armenia. Una ochava espejada y su continuación (por ambas calles) permite mirarse el auto unos instantes más que lo posible en otros lados del barrio.