sábado, 29 de noviembre de 2008

Litúrgicas (V)

El hombre contemporáneo, sobre todo el de temperamento individualista, prefiere que su oración sea la expresión directa e inmediata de su estado de alma; y lo que la liturgia le exige, al contrario, es que acepte como expresión de su vida interior un mundo de ideas, de oraciones y prácticas que, por su universalidad, resulta para él excesivamente amplio, en el que naufraga su pequeñez y su individualidad. Ese mundo se le presenta glacial, casi vacío, sobre todo al compararlo con el ímpetu y el calor y la riqueza sentimental de una oración espontánea”. (Romano Guardini, El espíritu de la Liturgia, cap. III: El estilo litúrgico).
Para “ponderar todo el alcance de este obstáculo nada despreciable”, Guardini explica la diferencia con que se nos muestra la figura de Jesús en la liturgia y en el Evangelio. Al ir recorriendo las páginas del Evangelio uno ve a Jesús recorrer los caminos, lo escucha hablar con las personas, siente su voz; es Jesús, el hijo del carpintero, que vivía en tal rincón de Nazaret, etc. “De este detallismo enumerativo, de esta precisión descriptiva es de lo que está ávido el hombre de nuestros días…”.
En la liturgia es muy diferente. “Aquí se trueca ya en el majestuoso mediador entre Dios y las criaturas; en el gran sacerdote eterno, en el Maestro Divino, en el gran pedagogo de la humanidad, en el juez de vivos y muertos, en el Dios oculto bajo los tenues velos de la Eucaristía, que une en su cuerpo vivo a todos los creyentes entre sí, constituyendo la gran familia universal de la Iglesia; en el Dios-Hombre; en una palabra, en el Verbo hecho carne”.
Pero Guardini aclara a tiempo que la liturgia no falsea la figura de Cristo de los Evangelios (respondiendo a la crítica protestante). La liturgia, como lo han hecho las divinas escrituras desde el Evangelio hasta el Apocalipsis, va partiendo de todos los rasgos de la persona histórica Jesús, hasta llegar a destacar su carácter eterno (y precisamente porque no es sólo un recuerdo, sino una presencia actual la de Cristo).
Y vuelve sobre la dificultad. “¡Cuántos de nosotros, de seguir nuestro primer impulso, sacrificaríamos gustosos los más bellos y profundos conceptos teológicos, con tal de poder contemplar emocionados a Jesús, recorriendo los caminos de Galilea, o de percibir el tono amoroso de su voz, cuando Él conversaba con sus discípulos!
La respuesta a este dilema, dice Guardini, no está en tomar una cosa o la otra, sino las dos. “No cabe, por lo tanto, la disyuntiva de decir: ‘esto o aquello’, sino esto y aquello, lo uno y lo otro coexistiendo en una viva y eficiente compenetración”.
Como detallaremos más en la próxima entrada.

lunes, 24 de noviembre de 2008

En tono de adivinanza

Lo van empujando constantemente hacia atrás hasta que al final se cae afuera. Pronto sabrá que no todo termina allí. Será cuando empiece a señalar otro libro.

martes, 18 de noviembre de 2008

Litúrgicas (IV)

Guardini cita dos textos bíblicos que son claves para entender la “inutilidad” de la liturgia. Uno es un pasaje de la visión de Ezequiel en Ez 1,4ss. Y el que él llama “definitivo” es el de Proverbios 8, 30-31, donde se habla de la Sabiduría: “Cum eo eram, cuncta componens; et delectabar per singulos dies LUDENS coram eo omni tempore: LUDENS in orbe terrarum”.[*]
Podemos leer allí la figura del Hijo. “El Padre halla su alegría y su gozo en la contemplación del Hijo, plenitud de la verdad, que difunde ante sus ojos los infinitos tesoros de su belleza, de su sabiduría y de su bondad, (...) del Hijo que se recrea, ludens, jugando, ante el Padre”. Asimismo es la vida de los ángeles, “que se complacen, sin ningún fin ni objeto práctico, en moverse misteriosamente delante de Dios (...)”
También en este mundo encontramos dos manifestaciones vitales que tienen la misma inutilidad: los juegos del niño y las creaciones del artista.
Los juegos de los niños están libres de toda finalidad práctica, pero impregnados de profundo sentido, “y éste no es otro que el de expansionar su vida incipiente y traducirla en pensamientos, impulsos y movimientos, para lograr su plenitud de vida: en una palabra, para demostrar la conciencia de su ser, de su existir. (...) La expresión de esa vida se desborda y trasciende al exterior, llena de cautivadora armonía, bajo las formas de la más pura y desinteresada belleza; su conducta, su vivir se convierte espontáneamente en ritmo y movimiento, en imagen y armonía, en canto y acompasada rueda”.
Luego, cuando la vida avanza, el hombre se plantea lo que quiere y debe ser, pero al intentar hacerlo la vida pone obstáculos y el hombre toma conciencia de lo arduo de su objetivo. Entonces busca resolver ese conflicto en la región de la imaginación, en el arte. El arte no busca un fin práctico en sí mismo; “el artista no intenta otro fin que liberar su ser y su ideal, exteriorizándolos, y proyectar su verdad interior por medio de las representaciones vivas”. El espectador, por otro lado, no debe buscar más que el gozo de la contemplación.
La liturgia tiene, en este sentido, mucho mayor rendimiento aún que la obra de arte. Ella brinda al hombre la posibilidad y la ocasión de realizar, ayudado por la gracia, su esencial y verdadero fin, que es ser lo que debe y quisiera ser, si se mantiene fiel a sus destinos eternos, un verdadero hijo de Dios. (...) Esto es indudablemente algo sobrenatural, pero por eso mismo responde a lo más íntimo de nuestra naturaleza”.
Como la liturgia está muy por encima de lo que la realidad cotidiana nos puede ofrecer, se vale de las formas y armonías del arte (melodía, ritmo métrico, uso de colores y ornatos que no se encuentran en la vida corriente, movimientos solemnes y majestuosos, fechas y lugares detallada y rigurosamente reglamentados y acoplados). “Bien puede afirmarse, en el más alto sentido de la palabra, que es la verdadera vida del niño, en la cual todo está admirablemente combinado: imágenes, ritmos y cánticos”.
He ahí, pues, el fenómeno admirable, la realidad íntima que se da en la liturgia: el arte y la realidad, admirablemente conciliados, en una sobrenatural infancia, se despliegan y viven bajo la mirada de Dios”.
Sin finalidad práctica pero plena de sentido. “Es que no es un trabajo, sino un juego jugar ante Dios; no crear, sino ser uno mismo la obra de arte, he ahí la esencia de la liturgia. De ahí proviene esa mezcla dichosa de profunda gravedad y de divina alegría...” (Recuerda Guardini la seriedad con que los niños establecen las reglas de sus propios juegos).
Al igual que el artista que lucha por lograr la expresión de su intimidad (que es a su vez imagen de la creación divina, de Dios que ha hecho las cosas sencillamente para que sean, ut sint), así la teorización de la liturgia. “Con un exquisito esmero, a la vez que con la seriedad convencida del niño y la meticulosidad del verdadero artista, se esfuerza también por expresar, proyectándola bajo mil diversas formas, la vida del alma, la dichosa vida del alma, que ha sido creada para Dios, sin más finalidad que la de poder desplegarse dentro de ese maravilloso mundo de imágenes que hacen posible su existencia”.
Mediante un código de severas leyes, ha reglamentado la liturgia el juego sagrado que el alma ejecuta delante de Dios. (…) Es el Espíritu Santo (…) el que ha ordenado ese juego que la sabiduría eterna ejecuta en el recinto del templo, que es su reino sobre la tierra, ante la faz del Padre que está en los cielos, ‘cuya delicia es habitar entre los hijos de los hombres’”.
Vivir litúrgicamente, movido por la gracia y orientado por la Iglesia, es convertirse en una obra viva de arte, que se realiza delante de Dios Creador, sin otro fin que el de ser y vivir en su presencia: es cumplir las palabras del Divino Maestro que ordenan que nos hagamos como niños; es renunciar a la artificiosa y falsa prudencia de la edad madura que en todo pretende hallar un resultado práctico, y jugar como David lo hacía delante del Arca de la Alianza”.
[*] Yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra (y mis delicias están con los hijos de los hombres).

jueves, 13 de noviembre de 2008

¡Bien, don Tabaré!

Lo que más me gustó fue la primera parte del comentario de un lector de La Nación: "Quién lo hubiera dicho: la Iglesia aliada con el positivismo científico más recalcitrante".
Y le respondía para mis adentros: "Precisamente, estimado. Date cuenta que se trata de algo importante y algo de una evidencia tal que es prácticamente imposible que dos personas con recta razón y buena voluntad puedan disentir. Acá no hay más intereses que la verdad. Acá se trata de un atentado al hombre. De una ley que permite que el hombre se destruya feliz y contento. Eso no es una ley, no puede ser una ley".
Don Tabaré, mis respetos.

PS: Tabaré Vázquez vetó la despenalización del aborto. El presidente uruguayo rechazó el proyecto aprobado por el Parlamento, que permitía la interrupción del embarazo durante las primeras doce semanas de gestación. Enlace al discurso completo. Un caso en cierta forma relacionado: El rey Balduino de Bélgica.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Me llegó el momento de las Camperas

En las postrimerías del año (a como pasan de rápido estas ya son las postrimerías), en lo que llamamos el último bimestre o yo veo como el sexto sexto, me encuentro leyendo un clásico argentino: las Camperas de Leonardo Castellani.
Ese libro del que hace unos cuatro años, cuando empezaba con el blog y leía Ens, Fotos del Apocalipsis y otros, supe de su existencia. Por ese entonces le conté a mi esposa y ella lo conocía, aunque no lo tenía. Hace algunos meses, quizás ya vaya para el año (a como pasa de rápido) lo encontré por diez pesos en una librería de usados. Un ejemplar de la 11ª edición a cargo de Ediciones Vórtice del que alguien se deshizo vaya a saber por qué. Finalmente hace unos días lo tomé para suavizar la rudeza de la lectura teológica con otras algo más fáciles (pero no por eso menos profundas).
Son geniales fábulas de ambiente de campo muy argentinas y con enseñanza universal, de las cuales hacer un post es retroceder en el tiempo (se compran un ejemplar antiguo de la Revista Ens o se ven algunas fotos del Apocalipsis y listo); dejar acá una de las fábulas sería algo poco original. Pero la tentación es irresistible. Así que para no abultar y que el lector lo pueda sobrellevar, les dejo una muy breve que, aunque no alcanza a mostrar toda la riqueza del libro, es muy pintoresca. Se llama “La tala”.

Tres días duró en la isleta el estruendo de las hachas, y crujieron al tumbarse los viejos troncos, y volaron todos los pájaros menos las tijeretas, que no se van de sus nidos aunque las maten, y se quedaron por allí chillando, sobre las ramas mustias.
Aquello era una desolación. El Guayacán duro, el Algarrobo dulce, el Quebracho tenaz, el Cedro valioso, el Jacaranda florido, y el Ñandubay añudado, los forzudos del monte habían caído. Sólo quedaban en pie el Ombú inútil y el Abrojo dañino.
-¡Lo que yo siempre he dicho, mi compadre! -gritó el Abrojo-. En esta vida los únicos que sobreviven son dos clases: los que no sirven ni para leña como usté, y los que muerden a todos, como yo.
Pero sucedió que con los árboles martirizados se hicieron muebles finos, vigas inmortales y durmientes eternos: y después los obrajeros pegaron fuego a la isleta talada y del Ombú y del Abrojo no quedaron ni las cenizas.