sábado, 20 de julio de 2013

Mi disco en francés

No tengo ancestros franceses (por lo menos conocidos), no tuve niñera francesa ni que me cantara en francés (ni niñera), no me enamoré cuando era adolescente de la profesora de francés en el colegio, mi esposa no tiene nada que ver con Francia y para rematar, me daba y me da vergüenza hablar (lo poco que sé) en francés. No me explico entonces este gusto por el francés.
 
Pero como hace un tiempo empecé a escuchar canciones en francés, se me ocurrió hacer un pequeño disco recopilatorio. Como siempre, es difícil, porque muchas quedan afuera. Pero por suerte mi “repertorio” no es muy amplio. Hay mucho quebequés y casi nada “clásico francés”, salvo las versiones que hacen intérpretes modernos.
 
Mi disco en francés (a julio 2013)
 
01. Le festin | Camille
02. Incognito | The Lost Fingers
03. La nuit | Les Choristes
05. La vie en rose | Pomplamoose
06. La grande déclaration | Mes Aïeux
07. Rue des souvenirs | Les Cowboys Fringants
08. Je veux | ZAZ
09. Je te laisserai des mots | Patrick Watson
10. La fée | ZAZ
11. Le repos du guerrier | Mes Aïeux
12. Les gens qui doutent | Jorane
13. Les passants | ZAZ
14. Je l’aime à mourir | Jairo y Yaco González

jueves, 4 de julio de 2013

Vísperas

No recuerdo a qué edad fue. Pero saber que las fiestas tenían vísperas fue un descubrimiento genial. Porque las vísperas son un motivo más de festejo, una extensión de la fiesta, una celebración que acompaña ese momento de ansiedad en la espera.
 
(Ese momento que también puede ser, no necesariamente, pero sí a veces, más emocionante que la fiesta misma. Porque somos futurizos y muchas veces disfrutamos, antes, de la fiesta que vendrá, mientras que en la fiesta ya nos embarga el sabor de que ella pronto terminará).

martes, 2 de julio de 2013

Chango Spasiuk en San Fernando

Al Chango Spasiuk le cabría muy bien lo de la integración de lo local y lo universal que buscaba Leopoldo Marechal. Porque el Chango toca temas “universales” a través del “instrumento” local que es la música del litoral. Está Dino Saluzzi, que mezcló el folklore con algo como el jazz. El Chango Spasiuk, en cambio, lo mezcló con lo clásico. A mí me gusta mucho más este mestizaje. La Suite Nordeste es quizás la obra más desarrollada al respecto. Cuatro pequeños movimientos con sus tiempos cada uno, con acordeón, violín, guitarras, percusiones varias, un chelo y un contrabajo.
 
Ir a ver al Chango no es ir a ver chamamé. Es ir a ver una música distinta, elaborada. Aunque no desprecia la fuente, el origen, tampoco. De hecho hay en sus presentaciones temas muy de tierra adentro. Y hay que decir incluso que la misma base, la música original, que parece ser sencilla, de gente humilde, no es tan simple como parece. En Encuentro en el Estudio, hacia el final del minuto veinte, el Chango explica un poco los ritmos del litoral, su origen, su forma en la teoría musical.
 
Ir a ver al Chango es ir a ver a un tipo muy rico, pero a la vez muy humilde. El sábado pasado, en San Fernando, él se fue soltando de a poco. Una de las primeras cosas que dijo fue algo como que estaba prohibido filmar. Por el tono o lo que sea, no entendimos si era broma o iba en serio. Y quizás se dio cuenta, porque aclaró sonriente mientras iniciaba un tema: “buscando el botoncito de REC se van a perder el concierto”. En el esfuerzo por hablar y ser amable le salían frases que pareciera que a él mismo le sonaban muy trilladas, poco cálidas. Entonces frenaba, sacaba las manos del instrumento y trataba de decir algo más. Enroscado en eso decidió aclarar en un momento: “ya me iré soltando, ya voy a hablar más hacia el final”.
 
Y a medida que avanzaba se fue dando. Hubo cosas para sonreír. Pero se ve que es un tipo pensante, porque le dio vueltas al mismo asunto en que se encontraba metido. Entonces habló de esa aparente necesidad de decir algo. Habló de un discurso o comunicación que necesita de palabras y que hasta que no hay, sentimos que falta algo (como los locutores que pisan las introducciones de los temas hasta que empieza la letra, dijo). Habló también de cómo la comunicación con el público se puede dar más en un acorde musical que en toda una letra, citando para eso una frase de Atahualpa Yupanqui que ahora no recuerdo.
 
Y de tema en tema se nos pasó volando la noche.

lunes, 1 de julio de 2013

Niceto Vega

La contra-mano de la Avenida Córdoba, de la Córdoba “más allá”, esa de la que ya hablamos, es la Avenida Niceto Vega. Esta avenida se hizo más famosa últimamente, me dio la impresión, desde el boom de Palermo Hollywood y Palermo Soho. Cuando yo la descubrí, hace tiempo, fue uno de esos lugares que parecían una ciudad nueva. ¡Qué bien se volvía en bicicleta por Niceto! Mucho menos poblada que Córdoba, al menos cuando es ancha. Manos libres, o cruzadas y sintiendo el viento en la cara. Viento de casa viejas, viento de talleres mecánicos, viento de cafetines de zona arrabalera, limítrofe.
 
Niceto es la continuación obligada de ese misterioso carril de contramano de Álvarez Thomas. Para agarrarla hay que hacer como un conjuro, pero en vez de decir palabras al revés, hay que llegar al revés a la gran “ese” de Córdoba-Newbery-Alvarez Thomas (ahí donde están ahora los estudios de Suar o Taxis Barzola). Como la “ese” no se puede hacer al revés, uno debe seguir derecho y allí, todavía con el nombre de Álvarez Thomas por tres cuadras más, empieza una avenida ancha y arbolada. Cruzan calles de nombres muy interesantes como Santos Dumont o Concepción Arenal (calles de tachero, típicas calles de pregunta a tachero). Y en eso cruzás Dorrego (una de las mil facetas de la Dorrego, sí, la misma Dorrego de “Libertador y Dorrego” o de “Warnes y Dorrego”), y ahí la avenida se empieza a llamar Niceto Vega. Allí te cruzan de repente, en una esquina, esos bondis de circuitos transversales, esos que hacen Plaza Italia-Chacarita, como el 93 o el 111. Y la avenida ancha, con el cielo grande al fondo, parece no terminar nunca. Pero son solo seis cuadras más.
 
En el puente de Juan B. Justo, vías del San Martín, Niceto Vega se hace angosta. Sigue siendo rápida pero ahora empieza lentamente a hacerse cuesta arriba. Y es trabajo para las piernas del ciclista, aunque si se agarra con ganas es una satisfacción llegar a la cima, en Scalabrini Ortiz. Mezcla de satisfacción y pena, porque allí Niceto Vega se termina (contra una casa de sepelios, encima). Y hay que elegir. Para mí, cuando vivía en Capital, el dilema era así: a la derecha, a casa vía Villa Crespo, o a la izquierda a seguir explorando, quizás a tomar Cabrera, o quizás hasta Santa Fe.