martes, 31 de enero de 2006

Y sigue la pregunta

"El amor es la respuesta", improvisaba en la entrada anterior. Ahora me quedaré un rato con la pregunta.

Primer punto. El hombre pregunta muchas veces a Dios el porqué del sufrimiento. Y a veces es un fuerte clamor. Al respecto quería comentarles un gran descubrimiento. Y es el siguiente: lo que puede representar el “hacer una protesta[1]” a Dios, como algo que no se contrapone con la fe. Normalmente uno tiende a pensar que la protesta es propio de alguien que no cree. Pero dice Benedicto XVI en Deus caritas est, 38:

A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir. Por otra parte, Él tampoco nos impide gritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en diálogo orante: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin hacer justicia, tú que eres santo y veraz?» (cf. Ap 6, 10). San Agustín da a este sufrimiento nuestro la respuesta de la fe: «Si comprehendis, non est Deus», si lo comprendes, entonces no es Dios.[2] Nuestra protesta no quiere desafiar a Dios, ni insinuar en Él algún error, debilidad o indiferencia. Para el creyente no es posible pensar que Él sea impotente, o bien que «tal vez esté dormido» (1 R 18, 27). Es cierto, más bien, que incluso nuestro grito es, como en la boca de Jesús en la cruz, el modo extremo y más profundo de afirmar nuestra fe en su poder soberano. En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la «bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3, 4). Aunque estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros.

Segundo punto. Lo anterior es relativo al creyente (y al que quiere creer). En aquel que no da lugar a la fe, la pregunta puede ser eterna. Si dijimos que Dios no nos da palabras[3] sino que “sufre con” nosotros, el no creyente puede encerrarse en su razón y seguir preguntando. Algo así: “¿Por qué no hay palabras que expliquen el sufrimiento? ¿Por qué Dios “hizo” que no haya palabras para que podamos entender porqué sufrimos?”

Puede que sea ahí cuando la razón llega a su límite. Y el salto lo puede dar con la fe. Porque no se puede volar con una sola ala, se necesitan las dos[4]. El misterio es inescrutable para la razón. Pero hay dos caminos. O bien aceptamos el misterio, y nos dejamos iluminar por él, o nos encerramos en la sola razón. (Aceptar el misterio no es renegar de la razón. Al contrario, partiendo del misterio, buscamos con nuestra razón las posibles “explicaciones”. Si yo no me equivoco, es así como llegamos, por ejemplo, a hablar del libre albedrío y la actitud de Dios de no intervenir, por ejemplo. O hablamos del pecado original. Y otras explicaciones basadas en la fe).

[1] Si acaso no les suena muy convincente la palabra “protesta” y piensan en la traducción, les comento que la palabra alemana (todo según el sitio oficial del vaticano) es “Protest”. No sé si la palabra, que parece similar en ambos idiomas, difiere mucho en su uso.
[2] Sermo 52, 16: PL 38, 360.
[3] Esto se puede prestar a confusión. Para el que crea en Él, Dios dijo palabras para el sufrimiento, como las Bienaventuranzas. Cuando digo “no hay palabras” me refiero a aquellas que respondan a la causa por la cual existe el sufrimiento.
[4] En referencia a la introducción de la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II.

La respuesta es el amor

Muchas veces, para el que sufre no hay palabras. El amor es entonces acompañamiento, “sufrir con”.
Hablando sin rigor teológico, se me ocurre que Dios ha de saber eso (cómo no, si todo lo sabe). Por algo mandó a su Hijo a “sufrir con” nosotros; quizás no existe palabra adecuada para el hombre ante su pregunta de “por qué el sufrimiento”. (Lo que no quiere decir que no haya significado).

Entonces, como no hay palabras humanas, palabras que podamos entender, Dios hace un gesto (¿se puede decir así?). Su Hijo muerto en la cruz. Él nos ha acompañado. Ha pasado las nuestras, y bien malas (las peores, puesto que Él era justo). O sea, Jesús nos amó. El amor es la respuesta para el que sufre.

Ahora veámoslo a la inversa. Si Dios se comporta así con nosotros, así debemos comportarnos nosotros con los demás. Sufrir con el que sufre, no darle grandilocuentes y sabias palabras.

Y si, en su dolor, el que sufre dice que Dios no existe, pues de nada vale contradecirlo con palabras. Sino que es hora de amarlo, pues será la única forma de que crea en Dios, de que vea su rostro.
(Estribaciones de los pensamientos despertados por la última Encíclica papal)

sábado, 28 de enero de 2006

Ser parte del don

A quien le guste Atahualpa Yupanqui y sea creyente, le debe causar cierta pena su dificultad para con Dios (al menos la que se refleja en algunos de sus cantos; no sé qué caminos recorrió la persona del músico).
En la "Milonga del solitario" hay un verso que siempre me quedó resonando: "...desprecio la caridad por la vergüenza que encierra..." Y aunque sé que la verdadera caridad, el verdadero amor, si está bien hecho, si está bien dado, no humilla ni avergüenza al que lo recibe, no había pensado bien porqué. Me sorprendió gratamente escuchar entonces estas palabras, que veré de experimentar en la práctica:
La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona.
Benedicto XVI, "Deus caritas est", 34.

viernes, 27 de enero de 2006

Aquello del encuentro

Presentado el fragmento a un amigo, "comunionyliberacionista" de experiencia, él lo encontró "como sacado de un libro de don Giuss".

La idea era muy interesante. Aunque quizás quedó, en mi caso, sólo como una idea. La propuesta de Comunión y Liberación nunca fue, en mi camino de fe, algo decisivo. Quizás porque soy un poco "antisocial". Quizás porque yo ya había experimentado ese encuentro con alguien, ese encuentro con un miembro de la Iglesia, continuación de Cristo, que me dio a conocer a su Maestro. Es por eso que, imagino, no me faltaba lo que C&L me podía dar.

Pero aún los que parecemos (y somos) muy tímidos o poco sociales, aquellos que describimos nuestro camino hacia Dios por un proceso casi exclusivamente personal, aún esos tenemos nuestro momento de encuentro, de conocimiento de una persona.

Lo necesitamos al menos para conocer a Jesús. Para creer sin haber visto. Para aceptarlo. Para empezar a seguir al Hijo de Dios y cumplir su Palabra, lo cual se transforma luego en todo un proceso posterior, más o menos "social".

En mi caso debería hablar, casi sin duda, de mis padres como esas personas con las que me encontré. Pero creo conocer casos en que ese encuentro se da con otras personas y en distitos momentos de la vida.

(No hay que desacreditar a C&L. Vale aclarar que en un evento organizado por ese movimiento tuve un encuentro que, si bien no fue mi primer encuentro con Jesús, fue un encuentro decisivo en mi vida, y por demás amoroso; imaginensé).

Juntas la fe (por corazón) y la razón (por naturaleza)

Me arriesgo a seguir jugando con esas palabras. Lo que pone Hernán me viene bárbaro para lo que estaba yo pensando estos días. Rescato el fragmento de Danielou donde dice:

(...) la razón no puede sondear ese misterio, pero, al menos, puede conducirnos a él y en eso consiste su misión: conduce al espíritu hasta sus fronteras.

Es un gran ejemplo de como sirven fe y razón juntas. Y yo creo que está también el camino inverso para ver esa unión. Sería algo así. Conocemos una verdad por fe. (Y creemos en esa verdad por un encuentro con una persona, que es imagen de otra Persona, que me la da a conocer -ahí la importancia de la "afectividad" o del "corazón", si es que es correcta esa palabra para referirse a la confianza en otro, al amor del otro hacia mí). Luego, a partir de esa verdad, inferimos otras inferiores por medio de la razón.
Vemos que la verdad inicial no la podríamos haber descubierto con nuestra razón, porque la supera a esta. Pero vemos que es "razonable", o sea, al menos "puede ser". Y vemos que de esa verdad se infieren otras que, además de ser obra de la razón, se comprueban como medios efectivos para la felicidad si vivimos de acuerdo a ellas. Así se satisface nuestra razón y no queda disminuida.
En fin, hay como dos caminos, "por la razón a la fe" y "desde la fe con la razón" (dicho así en forma muy analítica, con todos los riesgos que ello conlleva).

miércoles, 25 de enero de 2006

Comenzando con la nueva encíclica

Hoy salió a la luz “Deus caritas est”, la primera encíclica de Benedicto XVI. Mucha expectativa (tener tantos medios católicos a disposición hace que uno espere muy de antemano estos sucesos).

Yo también la imprimí y antes de guardarla para llevar hojeé la introducción. Vi que decía lo siguiente:
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16).
Y creo que eso está muy relacionado con lo que comentó la hermana Josefina en la entrada anterior: "si todos y cada uno, nos 'enganchamos' realmente con Jesús, nuestra adhesión a Él es lo que nos va a llevar a adherir después a su Evangelio. Me parece que es algo que a veces nos falta a los cristianos, ser de Jesús, y por eso aceptar la verdad que El nos trae”.

Es, además, una de las ideas más “impactantes” que me llegaron cuando alguna vez participé de las “escuelas de comunidad” de Comunión y Liberación; es uno de sus mensajes centrales, creo, de los que dan forma al movimiento (esa forma que, en privado, supe criticar bastante).

martes, 24 de enero de 2006

La dracma perdida

En el primer ejercicio, Grün propone trabajar a partir de la parábola de la dracma perdida (Lc 15, 8-10). Y me sorprendió con una interpretación totalmente fuera de lo común (lease "lo común" como "el estrecho conocimiento del que acá escribe").

La interpretación clásica (lease "clásica" como "que escuchó toda la vida el que aquí sigue escribiendo") es la que va asociada a las parábolas de la oveja pérdida (anterior) y el hijo pródigo (posterior). La alegría de Dios por recuperar al perdido, aunque sea uno entre muchos que no lo están.

Pero propone Grün:

La mujer está en una situación parecida a la nuestra. Perdió una dracma y con la dracma se perdió a sí misma. El diez es un símbolo de totali­dad. Al perder su totalidad la mujer perdió su ver­dadero centro. También nosotros, con las preocupaciones y los problemas, frecuentemente perdemos de vista nuestro corazón. Si bien hace­mos muchas cosas, incluso muchos actos piadosos, hemos perdido la coraza que retiene la mul­tiplicidad en nuestra vida. Oramos y celebramos la eucaristía, pero no vivimos en nuestro centro, en nuestro corazón. Como diría san Gregorio de Nisa, hemos perdido, por el descuido en nuestra vida, nuestro verdadero interior.

Si no les suena, busquen. Si ponen la parábola de la dracma en Google, no va a ser fácil. Las primeras coinciden todas con la interpretación más escuchada. Hay quienes incluso dicen que "no debemos buscar un simbolismo especial en el número 10" (sitio de la Catedral de León, España).
Pero para ver que Grün se está alimentando en fuentes anteriores y que les suene más lo que dice, es de gran utilidad la Concordia de los Evangelios de la página de Hernán y en concreto la Catena Aurea vinculada a aquella. De ahí citaré sólo el texto de San Gregorio Niceno, aunque vale la pena leer casi todos:
De otro modo: creo que el Señor nos da a conocer en la búsqueda de la dracma perdida que no nos viene utilidad alguna de la práctica de las virtudes exteriores -a las que llama dracmas- aun cuando se posean todas, si queda el alma como viuda de aquella que le da el brillo de la semejanza de Dios. Por esto, primero manda encender la luz -esto es, la palabra divina que descubre las cosas ocultas-, o acaso la lámpara de la penitencia. Pero en la casa propia -en sí mismo y en su conciencia- conviene buscar la dracma perdida. Es decir, la imagen del rey[*], que no se ha perdido del todo, sino que está cubierta debajo del abono, que significa la miseria humana. Una vez quitado éste con esmero, es decir limpiado por el esfuerzo de la vida, resplandece lo que fue encontrado. Por esto conviene que aquella que la encuentra se alegre y que llame a participar de su alegría a las vecinas, esto es, a las que están más próximas, que son las virtudes; a saber: el entendimiento, la sensibilidad y todos los afectos que puedan considerarse como propios del alma, que deben alegrarse en el Señor. Finalmente, para concluir la parábola añade: "Así os digo que habrá gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que hace penitencia".
* Ver el texto de Cirilo, en donde se dice que "la dracma es una moneda que lleva impresa la imagen del rey".

lunes, 23 de enero de 2006

Verdad (razón y corazón)

Me atrevo a pensar lo siguiente en voz alta.

Si hay una verdad a la que se puede llegar o, aunque no se pueda llegar, permanecer en dirección a ella, saber dónde buscarla, darnos cuenta cuando nos alejamos de ella; digo, si eso es así, es posible el camino ecuménico (no digo que sea condición suficiente).

Supongo que, entre otras, la Iglesia cree en el ecumenismo, porque cree en una verdad.

Esa palabrita, eso de la verdad, que tanto irrita los que la ven de afuera a la Iglesia, que suena como lo más intolerante, lo más “antidialogante”, puede ser, precisamente, la fuente de los mayores entendimientos.

El camino ecuménico, me imagino, no implica una negociación entre intereses. No es que “te saco tal dogma, sacame vos tal creencia”. El diálogo no debe ser “negociación de intereses” sino “búsqueda juntos de verdades preexistentes a nosotros”.

Verdades que por no ser intereses de partes, son de una ayuda inigualable a la hora de buscar acuerdos. Porque si son verdades tendrán la propiedad de satisfacer a ambas partes, por su misma característica de ser verdad (todos queremos la verdad, la verdad es buena).

A veces me lo hago más simple de lo que es. A veces pienso, en otros campos más lejanos a la religión, que hay muchísimas cosas en las que dos personas se podrían poner de acuerdo si simplemente utilizaran la razón. Si no están de acuerdo es por pasión más que por razón. Pero, ¡atención! No sólo con la razón se adhiere a las verdades. Como nos decía alguien el otro día, hay un gran componente afectivo en todo aprendizaje (no sé si digo bien, ahora que digo de memoria). La misma “emocionalidad” que nos separa, no se puede eliminar a la hora de buscar el entendimiento. Hay que usarla, contar con esa característica humana, porque es inextirpable.

Por eso dije que me lo hago muy simple. Porque no es sólo encontrar juntos una verdad razonando. Si no, no se hubieran dado tantas divisiones. Si no ya se hubieran dado más uniones. La verdad la escucho de alguien y debo confiar en quien la escucho (ahí está la afectividad, la “emocionalidad”; sé que mezclo palabras que no son lo mismo). Llego con mi razón a la verdad, pero siempre gracias a la ayuda o el diálogo con alguien, al menos atendiendo a una propuesta del camino a tomar en mi razonamiento. Y eso lo puedo hacer si confío en el que me habla.

(Claro que no hablé de la fe, pero ya temo haber avanzado demasiado para mi ignorancia en el tema. Creer como acto voluntario, fe como don, necesidad de confiar para creer... como verán, eso supera a este bloguero y a este blog).

domingo, 22 de enero de 2006

Instrumentos de salvación

(...) como esas figuras de vírgenes mártires que se pueden ver en las antiguas miniaturas, vírgenes mártires cada una con un hacha gigantesca o un potro portátil o una parrilla sobre la que había sido asada en una etapa previa de su carrera. Pero en ese caso la santa llevaba el arma de sus enemigos. Fue ciertamente una de las más audaces y más pintorescas de las revoluciones hecha por la cristiandad, esta idea de que las cosas usadas contra alguien se hacían parte de él; que no solamente pudiera besar la vara del castigo, sino usarla como bastón. Sentía, supongo, que cuando una lanza al rojo vivo atravesaba el cuerpo de un caballero, se convertía en alguna forma en su propiedad.
"De todo un poco" es una selección de artículos de Chesterton (gracias por el dato). El fragmento citado es del artículo que se llama: "Fanatismo en las áreas residenciales", y no es parte del tema central, aunque es muy interesante.
Y qué gran símbolo (y más que eso quizás) es que las cosas usadas contra el cristiano se hagan parte de él. Quizás sea ese uno de los atributos del "luchador divino", ese que nombraba Hans Urs von Balthasar:
Ningún luchador es tan divino como aquél que puede aprestarse a vencer mediante la derrota. En el momento en que recibe la herida mortal, su adversario cae definitivamente herido a tierra. Pues él ataca al amor y resulta afectado por el amor.
De "El corazón del mundo", El Reino, II.

sábado, 21 de enero de 2006

Ejercicios en la vida diaria

A mi también me ha dado buen resultado hablar en voz alta con Jesús. (...) Hablar a Jesús con la propia voz y escucharme con la mía me conmueve tanto que se me saltan las lágrimas; (...) Me veo así frente a Él con mi realidad, con todo lo que normalmente escondo bajo la fachada de mis actos piadosos, con mis anhelos más profundos, pero también con todo lo que me hace cerrarme a Dios, con lo que me hace eludir mi verdad y no me permite alcanzar lo que realmente quiero.
Así dice Anselm Grün en la introducción al libro "Buscar a Jesús en lo cotidiano; ejercicios en la vida diaria". Es un "regalo de reyes" y veré de utilizarlo. O sea, hacer estos ejercicios. ¿Por qué no algo más clásico, los Ejercicios de San Ignacio, por ejemplo? Pues porque así se dio. Hay que creer en lo providencial de algunos regalos, de cosas que nos llegan sin planear. No he hecho nunca ejercicios y los pocos retiros a los que he asistido eran de "iniciación". No pierdo nada siguiendo este libro. Ya les contaré, si mereciera la pena.

jueves, 19 de enero de 2006

El melancólico

Ayer fue una poesía de lectura fácil, así se me ocurrió llamarla. En comparación con la de hoy, de lectura un poco más difícil. "Perfiles del Cireneo" es el título que las agrupa a ambas. Me imagino que está representando a las distintas personas, a nosotros, a los que se nos llama a llevar la cruz de Cristo. Ayer fueron "Los ciegos". El de hoy es "El melancólico". Y debo decir que aunque no me atreva a considerarme melancólico, hay mucho en la poesía que me habla de mí.

¡Ah, yo no quería tomar la cruz!
aunque desde hace mucho el dolor pesaba en mí.
Primero, cuando la acoges distraídamente...
ella pesa en tu imaginación,
ella pesa, zumba, como hipócrita insecto,
una herrumbre que ataca al acero.

¿Cómo emerger de la deriva interior,
sobrepasar ese gusto anticipado de sufrir?
Existe la vida simple y grande,
que no puede detenerse en mí.
Resplandece la realidad, ella sólo es sufrimiento.
¿Cómo equilibrar una y otra
en un gesto adulto, resuelto?

No siempre retornar sobre mis pasos;
sino avanzar, llevar hora tras hora
el peso de esta estructura tan delicada,
tan delicada y tan presta a romperse,
sin embargo más agobiante que dolorosa en sí.

Es preciso quizá adherirse más e Él que a mí mismo,
intentar estar más con Él...
rechazar de inmediato el horror por las cosas
para que baste el acto cotidiano.

miércoles, 18 de enero de 2006

Los ciegos

Golpeando el pavimento con nuestros bastones blancos
creamos la indispensable distancia.
Cada paso nos es difícil.
En nuestras pupilas vacías, el mundo se muere
desconociéndose a sí mismo.

Mundo de ruidos heridos, no de colores
(nada sino líneas, contornos que hacen ruido).
Cuán difícil es convertirse en el todo
cuando una sola parte es accesible,
la única que podemos elegir.

Con qué alegría esperaríamos el fardo
de aquellos que conquistan el espacio sin un bastón blanco.
¿Cómo hacer que Tú nos enseñes
que esa condena es peor que la nuestra?
¿Cómo puedes convencernos que puede haber felicidad
en ser ciegos?
De "Perfiles del Cireneo", inciso "Los ciegos". Karol Wojtyla. 1957.

martes, 17 de enero de 2006

Tonada de luna llena

De vuelta en esto. ¡Qué cosa, che! Cantan los Copla. Y se van de a poco con una canción venezolana llamada "Tonada de Luna Llena", de Simón Díaz.
Yo vide una garza mora
Dándole combate a un río
Así es como se enamora
Tu corazón con el mío

Luna llena, luna llena
Menguante

Anda muchacho a la casa
Y me traes la carabina
Pa’ mata’ a ese gavilán
Que no me deja gallina

La luna me está mirando
Yo no sé lo que me ve
Yo tengo la ropa limpia
Ayer tarde la lavé

Luna llena, luna llena
Menguante

sábado, 7 de enero de 2006

Contradicción y contracorriente

Ya varios blogs que suelo leer han nombrado (desde hace un par de años a esta parte) a Vladimir Volkoff. Y varios también a la Editorial Virtual, en dónde hay un texto de ese autor: “Por qué soy medianamente democrático”.
No conozco al autor ni al libro, pero este texto on-line me atrajo por una razón. ¿Quizás por la misma razón que él pone como primera de las razones para llamarse medianamente democrático?
I. Por espíritu de contradicción
Sí, lo admito. Si se tuviera a la democracia como un régimen más entre otros, si no se nos la impusiera como panacea evidente y obligatoria, si no se viera en ella más que un modo de elegir gobernantes, estaría más dispuesto a encontrarle cualidades. Jean Dutroud afirma que la virtud comienza con el espíritu de contradicción y yo, por mi parte, agrego que ese espíritu es necesario para conservar la imparcialidad: mantiene el amor a la independencia de juicio, asegura la rebelión contra todo lo que es gregario y vulgar, y brevemente, constituye algo seguramente más simpático que la sumisión a las modas, a los esnobismos, a los conformismos de todo pelaje. Me repugnan los benditos si-si y los políticamente correctos, sin que esté inficionado -Dios me guarde- de la superstición de la rebeldía.

Si la balanza se inclina demasiado de un lado, mi reacción espontánea es poner un poco de peso en el otro platillo.
Interesante punto de vista. Quizás eso del espíritu de contradicción tenga algo que ver con el nadar contracorriente. Ese que Chesterton menciona en el El Hombre Eterno (a propósito, ¿dónde se consigue ese libro?):
Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir contracorriente.
Y si no tiene nada que ver, pues no tendrá nada que ver. Pero para mí que sí, eh.
Bien, será hasta la vuelta. ¡Ah! Si dejan comentarios quizás no aparezcan porque estará el moderador y no lo voy a poder administrar.

Breve sobre creación y evolución

Aunque no ando con mucho tiempo para leer, no hace mucho que agregué algunos blogs en inglés a mis feeds de bloglines. Vía "Open book" fui a conocer "The Schönborn Site". Y chusmié un artículo que el arzobispo de Viena (y Director del Catecismo de la Iglesia Católica, 1994; no sabía) escribió para el New York Times. Me interesó porque se relaciona con "creación y evolución" (defino yo así, de alguna forma, al tema).
Schönborn toma las palabras de Juan Pablo II de una audiencia general de 1985:
"All the observations concerning the development of life lead to a similar conclusion. The evolution of living beings, of which science seeks to determine the stages and to discern the mechanism, presents an internal finality which arouses admiration. This finality which directs beings in a direction for which they are not responsible or in charge, obliges one to suppose a Mind which is its inventor, its creator."
He went on: "To all these indications of the existence of God the Creator, some oppose the power of chance or of the proper mechanisms of matter. To speak of chance for a universe which presents such a complex organization in its elements and such marvelous finality in its life would be equivalent to giving up the search for an explanation of the world as it appears to us. In fact, this would be equivalent to admitting effects without a cause. It would be to abdicate human intelligence, which would thus refuse to think and to seek a solution for its problems."
Trato de pensarlo con mis palabras: si vemos lo existente, los seres vivientes (que pueden haber evolucionado, sin duda, en el aspecto biológico) podemos intuir que hay un Creador. Eso por la finalidad de aquellos seres (causa final) hacia la cual se dirigen sin estar ellos a cargo o ser los responsables. Si negamos eso y hablamos sólo de azar, estamos diciendo que todo el mundo es un gran efecto sin causa, estamos dejando de lado la razón.

viernes, 6 de enero de 2006

Epifanía

La verdad es que nunca había visto de esta forma (la que sigue) a esta fiesta (la del título). En tres párrafos de la homilía de Juan Pablo II del 6 de enero de 1999 se los presento:
1. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron» (Jn 1, 5).
Toda la liturgia habla hoy de la luz de Cristo, de la luz que se encendió en la noche santa. La misma luz que guió a los pastores hasta el portal de Belén indicó el camino, el día de la Epifanía, a los Magos que fueron desde Oriente para adorar al Rey de los judíos, y resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a Dios.
En su búsqueda espiritual, el ser humano ya dispone naturalmente de una luz que lo guía: es la razón, gracias a la cual puede orientarse, aunque a tientas (cf. Hch 17, 27), hacia su Creador. Pero, dado que es fácil perder el camino, Dios mismo vino en su ayuda con la luz de la revelación, que alcanzó su plenitud en la encarnación del Verbo, Palabra eterna de verdad.
La Epifanía celebra la aparición en el mundo de esta luz divina, con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón humana. Así, en la solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para elevarse hacia la contemplación de la verdad, como recordé en la reciente encíclica Fides et ratio.

Vacas

“Aquí estamos (pero de aquí no somos)” se complace en anunciar que, gracias a que se conjugan las vacaciones familiares y las ganas de desconectarse, aprovechará para pegarse una "siestita" de semana, semana y media (o quizás dos), antes de la cual habrá enviado al que día a día escribe “mesejantes inorancias” a descansar a la montaña.
Los Andes tienen su pico más alto en Argentina y, entre otras cosas, podremos verlo (ella ya lo conoce). Siempre estamos hablamos de verlo desde abajo, eso sí. Aunque estaremos conociendo lugares, como Puente del Inca, que están a más de dos mil metros sobre el nivel del mar (“¿Y a mí qué?”, dirá un lector).
Luego hay planes de usar el resto de los días acá en casa, haciendo esas siempre presentes “cosas pendientes”, aunque ya advertidos por Hernán de los problemas que puede haber.

jueves, 5 de enero de 2006

¿Cosa de épocas o cosa de fe?

- Sí, hay monjas también, Jaqui. Hermanas como las de Tigre, dónde vos estabas.
- ¿Sí?
- Sí, pero estas son de clausura, que quiere decir que no pueden salir; como las otras que iban con Uds. a varios lugares.
- ¿Y por qué?
Dudé un instante, ¿cómo explicarle?
- Porque son monjas que se aíslan del mundo…
“…Para rezar”, iba a agregar, pero ella salió con otra cosa. Además, ¿cómo entendería ella eso de “aislarse del mundo”? Ella que tiene casi la misma cantidad de años vividos en este milenio que en el pasado.
¿Cómo lo entiendo yo? Yo que soy dos décadas mayor.

Si insisto con las edades es porque hoy leí un texto que me llamó la atención. Según “Evangelio del día”, hoy se recuerda a San Simeón. Y es muy interesante el relato de su vida. Pero quiero traer a colación el párrafo final, que tiene que ver con esto, y es muy discutible.

Terminados los mártires ha comenzado una nueva época de testimonio. Los nuevos testigos son ahora los anacoretas. Una forma incomprensible para nuestro tiempo; falta el sincronismo necesario para entenderlo.

¿Habrá algo de eso en nuestras dificultades para entender la vocación de clausura? Puede ser, pero no debe ser sólo cuestión de épocas. Y quizás esa falta de entendimiento tenga posibilidad de remediarse.

Pensemos que es difícil, muchas veces, entender una vocación que no se tiene, que no es la propia. Entonces hay un trabajo para hacer. De conocer, de respetar, de tratar de entender pero sin que el fracaso de mi entendimiento conduzca a un juicio.

La “cuestión de la época” influye, por supuesto. Si miramos otros “indicadores”: cantidad de vocaciones de clausura, ayer y hoy, podemos deducir algo. Y difícilmente puedo aceptar que se trate sólo de un error, de una pérdida de fe. No creo que él único camino sea volver a esas vocaciones “de antes”.

Sí que se puede, y se debe, revalorizarlas. Y sí, podemos entender que hay un empobrecimiento del hombre y su fe al ver ya no tenemos algunas vocaciones. Es muy posible que haya algo malo que cause la falta de cierto tipo de vocaciones. Veamos.

La falta de vocaciones sacerdotales que podemos estar sufriendo en algunos lugares no me hace pensar que la vocación del sacerdocio sea algo que no se adecua a los tiempos de hoy, sino que hay algo de empobrecimiento del hombre y su capacidad de entrega. Sí, sí, me dirán que es preferible tener pocos y buenos, que basta de esos que se ordenan tan jóvenes y después fracasan, etc. Lo sé, lo entiendo, me parece bien. Pero una cosa no quita la otra.

El texto de “Evangelio del día” sigue con un intento de revalorización de la vocación de los anacoretas. Podríamos intentar otro “traslado” para hablar de la vocación de clausura. Pero el texto que citaré valoriza esas vocaciones en su época (no dice que valgan hoy; y puede tener sentido al hablar de anacoretas, por su antigüedad). Y tiene el texto una forma que no sé si es “ver los frutos” (bien) o “buscar efectividad” (en el mal sentido). Pero se los dejo para el que le interese.
Pero el conocimiento de Cristo, los millares de gentes convertidas, los pecadores arrepentidos, los animados a ser fieles, los consolados por la penitencia, los motivados a la oración y a la austeridad es muy importante para despreciar o juzgar como improcedente esta forma de seguir a Cristo y de testimoniarle ante el mundo por el camino de la penitencia pública e integral.

miércoles, 4 de enero de 2006

Amigo sombra

Imagen interesante. Para describir a esos supuestos amigos que sólo están en las buenas.

(...) Amigo le llamas,
Fue solo tu sombra:
Si acaso mañana
Volviese a salir
Allí en tu morada
El sol, lo tendrás
Al lado, sin falta;
Pero mientras dure
El nublado en casa,
No pienses que vuelva
A verte la cara.

Fragmento de la fábula cuarta, “El comerciante y la cotorra”, de unas “Fábulas” de Domingo de Azcuénaga (cosa que descubrí por ahí de casualidad).

martes, 3 de enero de 2006

Algo sobre creyentes y no creyentes en el ámbito de la participación cívica

Antes (quizás, no lo sé) proponer ideas y discutir para formar leyes para la sociedad, era para el creyente proponer al mismo tiempo al Dios en que se basaban. Hoy pareciera que hay que “cuidarse” más.

En cierta forma, es verdad que alguien que no cree no puede aceptar leyes que regulen su vida y estén basadas en cuestiones de fe. ¿Pero qué pasa si esas ideas o leyes son perfectamente razonables? O sea, a pesar de estar fundadas en la fe en Dios, son perfectamente entendibles, tienen lógica y no ofenden ninguna conciencia si se las pone en práctica por el hecho de ser buenas.

Ese podría ser el aspecto válido del “cuidarse”, que tan mal suena: mostrar la racionalidad de las propuestas cristianas; es una labor muy buena hoy en día. Necesaria, digamos.

Pero “cuidarse” es una palabra que sin duda suena mal. Porque cuidarse muchas veces significa temor a proponer a Dios, temor a hablar de creencias religiosas en la sociedad, cuidarse de nombrar a Dios porque ofende. (¿Y no ofende más querer negarlo? Pero dejemos ese tema para otra entrada).

Un creyente puede y debe participar en los mecanismos democráticos que hoy son los que se utilizan para generar las leyes. Decía el cardenal Carlo María Martini en el libro “¿En qué creen los que no creen?” (diálogos con Umberto Eco):
Estoy de acuerdo en el principio general de que una confesión religiosa debe atenerse al ám­bito de las leyes del Estado y que, por otra parte, los laicos no tienen derecho a censu­rar los modos de vida de un creyente que se ajustan al cuadro de dichas leyes. Pero con­sidero (y estoy seguro de que también usted estará de acuerdo) que no se puede hablar de "leyes del Estado" como de algo absoluto e inmutable. Las leyes expresan la conciencia común de la mayoría de los ciudadanos y tal conciencia común está sometida al libre jue­go del diálogo y de las propuestas alternativas, bajo las que subyacen (o pueden subyacer) profundas convicciones éticas. Resulta por ello obvio que algunas corrientes de opi­nión, y por lo tanto las confesiones religiosas también, pueden intentar influir democráti­camente en el tenor de las leyes que no con­sideran correspondientes a un ideal ético que para ellos no representa algo confesional si­no perteneciente a todos los ciudadanos.
Pero a veces el cristiano parece atemorizado (o excesivamente cuidadoso). Estos días el blog “Arguments #” trae un artículo sobre un nuevo libro llamado “Permiso para creer”, que está muy relacionado con esto (al menos lo que he podido leer).

Y un caso “de estudio” fue el de Rocco Butiglione. Para el filósofo Spaemann (a través de "Arguments #"): “triste espectáculo que se ofreció a Europa y al mundo entero cuando el año pasado se rechazó la candidatura de Rocco Butiglione, tras manifestar "sus convicciones personales a propósito de la familia, de la posición de la mujer y de la homosexualidad". El filósofo alemán aseguró que "la cristiandad europea está claramente atemorizada".

Del mismo artículo, el siguiente fragmento que da una pista muy importante para entender y trabajar en el asunto.
Sin la idea de un derecho según la naturaleza, que agradecemos a los griegos, no hay ninguna base común entre creyentes e increyentes. Pero quienes mantienen hoy esta idea son los cristianos católicos. A la táctica de sus oponentes pertenece caracterizar esta idea de una ley moral natural como una idea cristiana y, por tanto, considerarla inaceptable para los no cristianos. Pero esto es injustificado.

lunes, 2 de enero de 2006

Comenzando un año nuevo

A mi sí me gustan los recomienzos. Será que todavía no estoy listo para el Banquete*. Será que nunca termino conforme con lo que hago y entonces me gusta poder empezar todo de nuevo, renovar los planes, la emoción el comienzo, la emoción de ver en proyecto los grandes planes (esa emoción que luego empieza a menguar; y necesitamos constancia y perseverancia). Pero hay quienes no gustan de los recomienzos.

Si alguna vez ilustré una hipótesis de Marechal y otra vez volví a hacer lo mismo, esta vez quizás no podría. A no ser que supongamos un poco. Que vayamos a los motivos invisibles de los actos visibles. Veamos (tomado del mismo texto y situación que la última vez):
-Por otra parte, y en coherencia -añadió Inaudi-, hay en us­ted algo así como una "vocación finalista". ¿No ha gozado usted siempre los finales de ciclo, ya se tratara de un ciclo diurno, se­manal o anual? ¿Y no detestó siempre los "recomienzos"?
-¡Es verdad! -admití yo nuevamente sorprendido.
-Quiere decir que usted, por intuición, viene soñando con un "final de finales".
Y el ejemplo ilustrativo (que muestra que hay quienes detestan los recomienzos) lo podría poner el propio Marechal. Leyendo páginas por ahí, encontré que hay quienes dicen que, a la vuelta del primer viaje por Europa, "ya iniciado el curso lectivo de 1927, a Leopoldo lo aguardaba un sumario administrativo en el Ministerio de Educación, por 'abandono de trabajo' ".
Sería posible atribuir esto a falta de dinero para regresar, pero no sería tan absurdo pensar que Marechal podría ser alguien que detestara los recomienzos, y que eso influyera de algún modo en sus retrasos (de alguna forma no tan decidida sino casi inconsciente).
* tanto al final de la pregunta y respuesta usadas en la entrada que habla del "júbilo de vísperas" como en las de esta entrada, el diálogo sigue con un Lisandro Farías sorprendido, diciendo: "¡El Banquete!" (por "El Banquete de Severo Arcángelo", nombre del libro, aunque con un significado alegórico también).

domingo, 1 de enero de 2006

María, Madre de Dios

Motivos para festejar, hay. No es sólo el Año Nuevo. Hay un festejo que se entiende más en silencio que con tanto ruido: María, Madre de Dios.
No sé si sabían, pero dijo el Predicador del Papa (Zenit, 01.01.2006):
El título de Madre de Dios es también hoy el punto de encuentro y la base común a todos los cristianos, del que volver a partir para reencontrar el acuerdo en torno al lugar de María en la fe. Es el único título ecuménico, no sólo de derecho, porque fue definido en un Concilio ecuménico, sino también de hecho, en cuanto que es reconocido por todas las mayores Iglesias cristianas.
Hoy también fue la Jornada Mundial de la Paz de 2006, donde el lema fue: "En la verdad, la paz". Esto más que un festejo es un llamado a la reflexión; también en Zenit los mensajes.