Es un entretenimiento regular enredarme en la frase “la naturaleza imita al arte”, de Oscar Wilde. Por momentos veo tan clara la imagen que repito satisfecho la frase. Otras veces pierdo total conexión con ese estado poético en que ella me resultaba tan clara. No es tan complicado, dirán algunos. Mi formación no es literaria, les diré. Yo más bien tiendo a lo literal.
Hoy volvió el tema porque en unas pocas páginas de su “Viaje a Italia” Goethe se despacha con dos comparaciones que vendrían de perlas si uno quisiera “explicar” la frase de Wilde (si es que eso de explicar tiene sentido en este caso).
“Algunos molinos, entre viejísimos pinos, sobre el río espumoso, eran verdaderos Everdingen”.
“Los magníficos bueyes que vuelven del mercado a casa, los borriquillos cargados; todo representa un animado cuadro de Enrique Roos”.
La ven, ¿no? La realidad parece un cuadro. Tenemos presente el cuadro, porque lo conocemos, porque lo pintó el artista imitando a la naturaleza. Pero nosotros solo conocemos el cuadro y cuando vemos una realidad que no conocíamos decimos “esto es un cuadro de fulano”, expresándonos como si el cuadro fuera anterior (pues lo es en nuestra experiencia) y la naturaleza su imitadora.
Las posibilidades son mayores. Aún conociendo previamente la realidad, el autor de un cuadro nos puede hacer verla de otra manera, descubrir nuevos matices. Usando palabras buscadas al azar en Internet: el arte se convierte en modelo frecuente de nuestro acercamiento a la naturaleza.
Y no es solo el arte sino otras actividades las que nos acercan de otra forma a la naturaleza. ¿No les pasó muchas veces de cruzar un río y no haber notado nada en particular hasta que un día se enteran que ese río fue llamado Negro, o Colorado, y ahí le empiezan a descubrir una especial tonalidad?
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