Las vacaciones no salieron como planeadas, pero esa suele ser la forma en que llegan muchas buenas cosas. Y ahora al relatarlas y recordarlas, como dice Jyoi en Malacandra, son parte del mismo suceso placentero.
En la plaza Giordano Bruno, en Caballito, cumplí con un sueño de mi infancia que era subirme al puente de maniobras del tren. Es un tramo de vía-puente giratorio que servía sin duda para girar el sentido de la locomotora y hacer reparaciones. Tiene ruedas transversales en sus extremos, que giran sobre una vía circular en un pozo.
En la plaza Vicente López y Planes, frente a la iglesia Jesús en el Huerto de los Olivos, un chico discapacitado cayó al piso lado mío. No me preocupé, aunque su mano temblara, porque conozco chicos con estos problemas gracias a mi esposa. A pesar de eso no sabía qué acción tomar. Por suerte llego la maestra o instructora y lo animó a levantarse. Como parecía dispuesta a ayudarlo ella misma, ofrecí mi ayuda por el peso, pero ella me dijo que no era necesario. Y como me lo dijo de una manera muy amable lo sentí también como un consuelo para mi inutilidad.
Así estuvimos, de plaza en plaza, de acá para allá. Y estuvo bien. Mientras tanto ella acompañaba a su tía M., que se estaba yendo.
(Hoy, San Ignacio de Loyola de 2016)