Para
el duodécimo aniversario del blog, es decir para el día de hoy, les regalo dos
nacimientos. Se alargará un poco la entrada, pero es un cumpleaños y hay
tiempo. El primer nacimiento, allá por 1849, es el de David Copperffield[*]. El
segundo, noventa y nueve años más tarde, es el de Samuel Tesler[**].
“___(…)
Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho
y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el
reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente.
___Teniendo
en cuenta el día y la hora de nacimiento, la enfermera y algunas comadronas del
barrio (que tenían puesto un interés vital en mí bastantes meses antes de que
pudiéramos conocernos personalmente) declararon: primero, que estaba
predestinado a ser desgraciado en esta vida, y segundo, que gozaría del
privilegio de ver fantasmas y espíritus. Según ellas, estos dones eran inevitablemente
otorgados a todo niño (de un sexo o de otro) que tuviera la desgracia de nacer
en viernes y a medianoche.
___No
hablaré ahora de la primera de las predicciones, pues esta historia demostrará
si es cierta o falsa. Respecto a la segunda, sólo haré constar que, a no ser
que tuviera este don en mi primera infancia, todavía lo estoy esperando. Y no es
que me queje por haber sido defraudado, pues si alguien está disfrutando de él
por equivocación, le agradeceré que lo conserve a su lado.
___Nací
envuelto en una membrana que se trató de vender, anunciándola en los
periódicos, al módico precio de quince guineas. No sé si los marineros en
aquella época tendrían poco dinero o si lo que tenían era poca fe y preferían
cinturones de corcho; lo que sí sé es que sólo se presentó un comprador,
comerciante, que ofrecía por ella dos libras en plata y el resto en jerez,
negándose a pagar ni un céntimo más por la seguridad de no morir ahogado. Como
la adquisición de los vinos no interesaba a mi pobre madre, pues acababa de
vender los suyos, desistió de la venta, después de retirar los anuncios, que
tuvo que pagar. Diez años más tarde mi membrana fue sacada a sorteo en nuestra
aldea, al precio de media corona la papeleta y con la condición de que el
agraciado con ella pagaría además cinco chelines. Yo estuve presente en el
sorteo, y recuerdo que me sentía humillado y confuso de que dispusieran así de
una parte de mi persona. Le tocó a una señora que llevaba un gran bolso de
mano, del que sacó de muy mala gana los estipulados cinco chelines, todos en
medios peniques, y además dio un penique de menos, no sirviendo de nada el tiempo
que se perdió en explicaciones y demostraciones aritméticas, pues no lograron convencerla
de ello. Y es un hecho, que todos recuerdan como sorprendente, que la señora no
murió ahogada, sino triunfalmente en su lecho a los noventa y dos años de edad.
___(…)
Nací en Blunderstone, en Sooffolk, o « por ahí», como dicen en Escocia, y fui
un niño póstumo. Los ojos de mi padre se cerraron a la luz de este mundo seis
meses antes de que se abrieran los míos. Aún ahora supone algo extraño para mí
el hecho de que nunca me llegara a ver; y todavía más extraño es el oscuro
recuerdo que conservo de mi primer encuentro, siendo un niño, con la piedra
blanca de su tumba en el cementerio; la indefinible compasión que sentía al
recordarle allí tendido y solo en la noche oscura, mientras nuestra salita
estaba caliente a iluminada por el fuego y las velas, y las puertas de la casa
estaban cuidadosa y cruelmente (me parecía entonces) cerradas”.
“Samuel
Tesler, filósofo, había nacido en Odesa, junto al Pontus Euxinos, circunstancia
feliz y harto reveladora que a su juicio lo consagraba ineluctablemente a los
estudios clásicos. Aunque reiteradas veces había insinuado él alguna
intervención de lo sobrenatural en su advenimiento a este mundo, Samuel Tesler no
nació, como Palas, del cráneo majestuoso de Zeus, ni siquiera, como el duro
Marte, gracias a una percusión insólita de la vulva materna, sino del modo
natural y llano con que nacen los hombres corrientes y molientes: cierto es que
su enorme cabeza infantil —en cuya estructuración se había descalcificado su
madre hasta perder casi toda la dentadura— resistiese durante largas horas a
trasponer el dolorido umbral de la tierra; pero debió ceder al forceps heroico,
de cuya virtud operativa conservó dos marcas sangrientas en sus regiones temporales,
o dos rosas tristísimas que su madre le besaba llorando. En lo que atañe a su
lactancia, jamás
negó Samuel Tesler que a duras penas había conseguido extraer algún zumo de las
resecas ubres maternales; y sin embargo, cuando se refería él a ese tema, no
dejaba de sugerir la colaboración de una loba o ninfa láctea cuya benignidad lo
había convertido en hermano de leche de Júpiter. Los historiadores están de acuerdo
en afirmar que, pese a sus innumerables reticencias, Samuel Tesler no acometió
en su cuna ningún trabajo excepcional, pues ni estranguló la serpiente de
Heracles, ni halló la cuadratura del círculo, ni resolvió siquiera una ecuación
de tercer grado con nueve incógnitas; en cambio sábese que, dueño de una
facilidad diurética verdaderamente increíble, se dedicó a mojar pañales y
pañales que su abuela Judith secaba en la gran estufa de la cocina. Bien que su
padre fuera sólo un discreto remendón de violines y su madre apenas una dulce
tejedora de cáñamo, Samuel Tesler afirmaba descender en línea recta de Abraham
el patriarca y de Salomón el rey; y cuando alguno ponía en duda el carácter
sacerdotal de su estirpe, exhibía su frente rugosa en la que juraba y perjuraba
sentir los dos cuernos de los iniciados. Un lustro apenas tenía cuando emigró con
su tribu y sus dioses a las tierras del Plata, donde creció en fealdad y
sabiduría, recorrió paisajes, tanteó caracteres, estudió costumbres, y gracias
al más asombroso de los mimetismos llegó a considerarse un aborigen de nuestras
pampas, hasta el extremo de que, mirándose al espejo, solía preguntarse si no
estaba contemplando la mismísima efigie de Santos Vega”.
[*]
Protagonista de “David Copperfield”, de Charles Dickens.
[**]
Personaje de “Adán Buenosayres”, de Leopoldo Marechal.