¿Quién es la irresponsable? ¿Una señora pobre que decide tener un hijo más de los muchos que ya tiene y que engendró sin decidirlo una noche que su marido volvió alcoholizado, o una señora que lo encarga a gusto y medida en un laboratorio con células ajenas y como una adquisición más de su proyecto de vida porque sintió que tenía ganas? Aunque lo primero nace de una tragedia que no debe suceder, la irresponsabilidad mayor es de la segunda.
Ahora que el feminismo o las organizaciones tipo Ni una menos descubrieron lo que ya enseñaban viejas sabidurías sobre la mujer objeto, quizás sea el momento de advertir que también estamos "cosificando" a los niños y a la vida en general.
Quizás la falta de sensibilidad sobre la vida humana que subyace en quienes hablan del aborto legal no venga de no entender que un embrión es un niño sino precisamente de pensar que somos los dueños de los embriones.
Pero no somos los dueños de los embriones, sino solo sus custodios. Pruebas sobran, desde el momento en que, pasado muy poco tiempo, ya perdemos el dominio de sus vidas; desde el momento en que se transforman en unos seres por los cuales nada podemos hacer con seguridad: ni darles la felicidad, ni evitarle sus angustias, en el peor de los casos ni hacerles entender por qué o para qué viven.
Y entonces, ¿qué les diremos? ¿"Viniste porque yo te adquirí, porque eras parte de mi proyecto de vida"?
Si lo ponemos todo en nuestras manos, como dueños, es una locura tener hijos. ¿No es demasiado alta la responsabilidad, no puede ser trágica la culpa que podríamos llevar encima?
Al contrario, aún planeando y actuando responsablemente, si en ciertos momentos nos entregamos a la vida como algo que nos sobrepasa, nos liberamos de responsabilidades que no nos corresponde asumir y somos fieles a la verdad de este mundo.