En Dersú Uzalá menciona Arséniev el cuento “El pescador y el pez” de Pushkin, que fui a leer. Y cuando lo leía imaginaba otro final (que requeriría algunas modificaciones en el desarrollo, claro, y tendría otro mensaje).
En el original, el pez es una especie de mago de la botella que cumple deseos. La esposa del pescador quiere (y pide a través de su marido) cada vez más cosas, bienes y posición social. El mar se encrespa cada vez más. En un momento ella pide el deseo que hace que “estalle la paciencia” del pez: quiere ser dueña del mar y del pez mismo. La avaricia rompe el saco, decían por ahí. El pez entonces le quita todo, devolviéndola a su pobreza original (no puedo evitar el imaginarme cinematográficamente ese remate, con la aparición del balde roto con el que empezó todo, ¡plop!, casi como si estuviera todavía terminando de tambalearse para quedar parado: tiqui-tiqui-tiqui-tic…).
En mi final alternativo el pez también la devuelve a la señora a la pobreza original, pero con una sutil diferencia que hace que él, al hacerlo, no quebrante su promesa (la de darle siempre lo que le pida)...
Modificación del desarrollo necesaria: Habría que mostrar que la vida humilde que tenía antes la esposa la hacía dueña de ir cuando quisiera al mar, quizás hablar también ella también con el pececillo, etcétera. En cambio con los lujos y posición social que había adquirido, la mujer había perdido eso (tenía compromisos, tenía que cuidar sus bienes, no podía disfrutar tranquilamente del mar cuando quería).
Entonces el pez efectivamente cumple el último deseo de la mujer, pero lo hace de una forma ingeniosa: quitándole todo. Al quitarle todo le devuelve la libertad para disponer del mar y hasta la posible compañía del pez cuando ella quisiera. La hace pobre, pero verdaderamente dueña de aquello que había perdido.