Explicando como Jesús llevó a plenitud la Ley, y en el caso del mandato del amor a los enemigos, dice Papini una frase que se presenta como una paradoja: “Nuestro enemigo es también nuestro salvador”.
Papini dice que el enemigo, al decirnos sin fingimientos lo malo de nosotros, nos permite darnos cuenta de la gravedad de nuestra condición pecadora, siendo esta percepción el principio de la conversión. Por gratitud le debemos entonces al enemigo amor. (Y también con el objetivo de darle la felicidad que él, como todo el que odia, no tiene).
“Pero eso no es siempre así”, le dije a Papini para mis adentros. A veces nuestro enemigo miente acerca de nosotros y nos hace mal sin razón ni necesidad.
Sin embargo, a pesar de esta objeción, la frase de Papini mantiene su paradoja y su verdad si la leo de la siguiente manera.
“Nuestro enemigo es también nuestro salvador”, dice. Pues bien, si lo pensamos, sabemos que para nuestra salvación debemos seguir a Jesucristo. Y sabemos que Él nos manda el amor a los enemigos. Luego amando a nuestros enemigos, nos salvamos. Y así nuestro enemigo es también nuestro salvador (quod erat demonstrandum). Me explico, ¿no? Es de notarse que no sería el artífice de nuestra salvación, pero si el que nos da la oportunidad de perseguirla.
(Esta paradoja me hace acordar a aquella del luchador que al ser derrotado es vencedor,
aquel texto de von Balthasar sobre el amor hasta la muerte).