martes, 12 de enero de 2010

Paradoja (y teorema) del enemigo salvador

Explicando como Jesús llevó a plenitud la Ley, y en el caso del mandato del amor a los enemigos, dice Papini una frase que se presenta como una paradoja: “Nuestro enemigo es también nuestro salvador”.
Papini dice que el enemigo, al decirnos sin fingimientos lo malo de nosotros, nos permite darnos cuenta de la gravedad de nuestra condición pecadora, siendo esta percepción el principio de la conversión. Por gratitud le debemos entonces al enemigo amor. (Y también con el objetivo de darle la felicidad que él, como todo el que odia, no tiene).
“Pero eso no es siempre así”, le dije a Papini para mis adentros. A veces nuestro enemigo miente acerca de nosotros y nos hace mal sin razón ni necesidad.
Sin embargo, a pesar de esta objeción, la frase de Papini mantiene su paradoja y su verdad si la leo de la siguiente manera.
“Nuestro enemigo es también nuestro salvador”, dice. Pues bien, si lo pensamos, sabemos que para nuestra salvación debemos seguir a Jesucristo. Y sabemos que Él nos manda el amor a los enemigos. Luego amando a nuestros enemigos, nos salvamos. Y así nuestro enemigo es también nuestro salvador (quod erat demonstrandum). Me explico, ¿no? Es de notarse que no sería el artífice de nuestra salvación, pero si el que nos da la oportunidad de perseguirla.
(Esta paradoja me hace acordar a aquella del luchador que al ser derrotado es vencedor, aquel texto de von Balthasar sobre el amor hasta la muerte).

10 comentarios:

Fernando dijo...

Exacto, eso no es siempre así, porque parece que Papini piensa en un enemigo gentleman, que antes de batirse en duelo te dice educadamente cómo te ve. Más bien es al revés: es la gente que realmente te quiere la que te señala, con mucha caridad, qué cosas de tu carácter o de tu vida espiritual van mal, en qué podrías cambiar.

Tenés razón: la tentación es lo que nos hace santificarnos y acercarnos al Evangelio, porque sólo María estuvo libre del pecado original. Alguien cuyos familiares le protegieran y le evitaran tener enemigos nunca llegaría a entender qué significa el mandato de Jesús. Es extensible, creo, a todo: alguien que no tuviera deseos de mentir o de tener relaciones sexuales ilícitas o de enfadarse o de robar sería santo, pero un santo un poco light, oxigenado, de vía estrecha. Es el roce con los defectos de nuestra condición pecadora lo que, al superarlos con la gracia de Dios, nos hace mejorar y ser un poco más santos: la oportunidad a la que te referís.

Juan Ignacio dijo...

Lo que me decís me hace acordar a cuando Santa Teresita decía que mucho amaba a Dios no sólo porque de mucho se la perdonaba sino porque de mucho se la "preservaba".

Extrapolando un poco, en no tener tentación por algunas cosas hay también una bendición de Dios.

Si nos focalizamos sólo en los casos en que resistimos una tentación y desvaloramos los otros en los que somos preservados quizás corramos el riesgo de dar mucha importancia a nuestra parte, a nuestro esfuerzo y voluntad y no tanto a la gracia divina.

Pero esto es sólo una idea algo desprolija.

Natalio Ruiz dijo...

Me deja pensando la equivocidad del término enemigo, referido al hostis, el inimicus, al "Enemigo", etc.

Pero voy a seguir pensando, en cualquier caso, la línea es la de todo el cristianismo: felix culpa, leño santo, cuando soy débil soy fuerte, etc....

Pero sigo pensando.

Respetos pensantes.

Natalio

Fernando dijo...

Recuerdo la frase de Santa Teresita, la citaste en mi blog, y luego vino una reflexión muy buena sobre el que cae y se levanta y sobre el que no cae nunca, todo está bien -decías- si ninguno olvida que en ambos casos es la gracia de Dios la que le ayuda.

Por supuesto, es como decís: no se trata de ser un forzudo de la fe, tener muchas tentaciones y vencerlas a todas, cuantas menos mejor. ¿Viste esos cuadros locos de San Jerónimo en el desierto, que es tentado al tiempo por la lujuria, la gula, la locura, la ira? Igual nosotros.

Era lo que decías en el post, que me pareció una idea correcta: tener enemigos no es una desgracia, porque si uno lo logra llevar bien -como pedía Jesús- pues se va santificando, en eso como en cualquier otra tentación. Si no las hay, mejor, pero si las hay también está bien.

Juan Ignacio dijo...

¡Qué memoria!
(¡Cómo me repito!)
Voy a ver si veo esos cuadros de san Jerónimo.

Fernando dijo...

(Me equivoqué: el tentado no era San Jerónimo, sino San Antonio Abad.

A ver si funciona el enlace al Prado).

Juan Ignacio dijo...

Perfecto, gracias.

Juan Ignacio dijo...

Natalio, por un error que no entiendo algunos comentarios me los manda al spam. Interesante punto, sabrás que lo mío es muy amateur en estos temas. Espero que sigas o hayas pensado. Me alegro y saludos.

Pame... dijo...

Te digo... a veces me cuesta!... ¿pero quien dijo que no costaría?, pasando desde la Hna. Josefina hasta aquí... sigo pasandoo, tu sigue escribiendo!!

Ululatus sapiens dijo...

Yo creo que no es muy difícil darse cuenta de qué debe de entenderse por enemigo.

Si el doble mandamiento cristiano de amar a Dios y al prójimo se entiende a la luz de la parábola del buen samaritano, entonces quedamos en que ese prójimo, el más necesitado de nuestro amor concreto, es justamente aquel que a nuestros ojos menos lo merece. Al que más se desprecia, el que mayor daño nas hace, aquel que está en las antípodas de nuestro pensamiento... ¡ése!

A mí me costó mucho trabajo entender esto... pero el Señor me mostró que sobreabunda su gracia en los lugares más insospechados. En mi caso, yo lo vi en los presos de una cárcel... con ladrones, proxenetas, un asesino... Pocas veces he visto tanta fe.