Si empezamos a recorrer Buenos Aires en el recuerdo, podríamos tomarnos del último relato y subirnos al 106 para ir Scalabrini abajo. Sabrá quien conoce la zona que prácticamente todo lo que corre por la ex-Canning aguas abajo termina en la calle Luis Viale.
Tengo el recuerdo de chico de mi abuela y mi mamá explicándome la historia de este señor Viale. Según cuenta la historia fue un hombre de cierta posición social que, en un naufragio, dio su salvavidas a una mujer que no tenía, salvándole la vida y así perdiendo la suya. Fue por lo tanto un héroe. De estos héroes hay muchos y en todo el mundo. Muchos más que próceres, quizás. Y que aunque hayan hecho más bien al mundo que los próceres, quedan en el anonimato. Hay en Londres, por ejemplo, en el Postman’s Park, junto a la Catedral de St. Paul, un monumento llamado “Memorial to Heroic Self Sacrifice”. Ahí se cuenta en breves líneas, cada una en una placa distinta, el nombre, ocupación y acto heroico de 54 personas que perdieron la vida intentando salvar la de otro. Gente común. Posibles santos.
A Viale, sin embargo, sería más difícil canonizarlo. Según dice Wikipedia, cosa que no estaba en mis cuentos de infancia, Luis Viale fue masón. Y eso no es un dato menor. Lo cierto es que nadie más que él y su aborrecido Dios sabrán los motivos de su acto heroico, pero a los más románticos nos gusta pensar que muchos años de masonería podrían haber quedado borrados de un plumazo, eliminados de la balanza del juicio, gracias a ese acto final de su vida.