domingo, 2 de julio de 2017

Mt. 10, 37-42

Imaginate que admiraras a un artista. A un pintor, a un músico, a un actor. Y que solo por admirarlo, pudieras acceder a su fama. Solo por admirarlo, sin tener ni un ápice de su talento, pudieras estar en sus espectáculos o responder con él las entrevistas en la televisión. (Quien no quisiera ser como el que admira…)

Siento que algo así nos promete Dios cuando habla de recibir a un profeta o a un justo. ¡Qué consoladora es la Palabra de hoy! Cuando sentimos que no podemos hacer nada, que somos poca cosa frente a esos hombres de Dios, Él nos dice que simplemente ayudándolos podemos participar de su mismo premio.

2 comentarios:

Fernando dijo...

Tu explicación es mejor que la que dio el oficiante de mi Misa del domingo. Un fraile. Lo lio todo: que si acoger al profeta, hoy en día, es acoger lo que enseña la Iglesia, pues ella tiene en nuestros días el don de la profecía; que si el don de la profecía de la Iglesia ha de ir a defender la familia de hombre y de mujer, tan atacada por el Orgullo Gay celebrado estos día en Madrid; que si por atacar las Leyes gays nos van a discriminar y por eso Dios nos dará el premio de los profetas...

Me convence más tu explicación. Hay un punto incomprensible en el Evangelio que nos remite, una vez más, a nuestra indignidad y a la gracia, como dices tú. Lo demás sobra.

Juan Ignacio dijo...

Esto es muy personal... Quien sabe no es correcto