Del ensayo "Godos, insurgentes y visionarios", el venezolano Arturo Uslar Pietri.
“Oscar Wilde, en una forma no enteramente paradójica, dijo que la naturaleza imita al arte. O por lo menos el arte hace ver la naturaleza de una manera distinta y nueva. Sin exagerar, podríamos añadir que la historia imita a las ideologías. Nunca se ha logrado que una ideología reemplace o cambie enteramente una realidad histórica, pero logra alterarla significativamente y termina por cambiar el sentido que de su propia experiencia vital tienen las colectividades”.
“Como lo ha señalado Giuseppe Prezzolini el Renacimiento no fue, en el fondo, otra cosa que la italianización de Europa, que fue paulatina, pero efectiva, desde el siglo XIV hasta el XVI, desde Dante y Petrarca hasta la corte florentina de Lorenzo el Magnífico. Cada nación recibió esta influencia a su manera. En España tenía que españolizarse, pero es significativo que en la difusión de la gran nueva y en su primera y perdurable interpretación desempeñan un papel protagónico tres italianos: Colón, Pedro Mártir de Anglería y Amérigo Vespucci”.
“Lo que había habido en España hasta esa hora había sido un estado de guerra civil, larvada o abierta, entre constitucionales y ‘serviles’. Lo que pasa en América representa otra faz del mismo enfrentamiento. (...) No era España, a los ojos de los libertadores, una potencia extranjera que había venido a sojuzgar su país e imponerle una cultura extraña. Los americanos se consideraban tan españoles como los peninsulares y su relación con la corona no era menor ni diferente a la que tenían con ella los distintos reinos de la península. Lo que ocurría en España para entonces, era una guerra civil, y lo que ocurrió en América fue el traslado y la continuación de ese mismo conflicto, entre la misma gente, en otro escenario geográfico. La mayor dificultad con la que tropezó Bolívar en los comienzos no fue otra que la de darle un carácter nacional a la guerra contra el régimen (...)”.
“Si pasáramos revista a las constituciones, frecuentes y muy parecidas, que las naciones hispanoamericanas adoptaron a todo lo largo del siglo XIX, encontraríamos, para sorpresa nuestra, que a pesar de que lo que predominó en casi todas partes fue la dictadura caudillista, las constituciones no alteraron en nada su idealista lenguaje liberal y republicano. No hubo instituciones dictatoriales, el ideal democrático nunca fue negado ni reemplazado aun en los más duros regímenes personalistas”.
“Su estilo y su forma de lucha va a sobrevivir por largo tiempo en los caudillos criollos. Los caudillos, llámense Rosas, Facundo, Artigas o Páez y sus sucesores van a proclamarse liberales y federales. Sarmiento, con poco acierto, los llamará bárbaros. Representaban para él la barbarie. ¿Qué clase de barbarie frente a las formas externas de una pretendida civilización a la europea que se refugiaba en las ciudades?”
“Ninguna de las largas dictaduras de caudillos que ocurrieron en el siglo XIX osó nunca institucionalizar su forma de gobierno y eliminar del santuario de la Constitución los principios republicanos y democráticos”.
“Cuando un hijo de los Estados Unidos dice ser americano expresa una convicción firme y segura de identidad. No es lo mismo cuando a un hombre de esa otra América de cambiante nombre se le pregunta qué es, o se le designa caprichosamente por alguna de las varias designaciones posibles” [Iberoamericano, hispanoamericano, latinoamericano, etc.]
“Muchos años después de la publicación de las primeras obras que representaban esa novedad, el año de 1949, mientras escribía un comentario sobre el cuento, se me ocurrió decir, en mi libro Letras y hombres de Venezuela: «Lo que vino a predominar... y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de los datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que, a falta de otra palabra, podría llamarse un realismo mágico». ¿De dónde vino aquel nombre que iba a correr con buena suerte? Del oscuro caldo del subconsciente. Por el final de los años 20 yo había leído un breve estudio del crítico de arte alemán Franz Roh sobre la pintura postexpresionista europea, que llevaba el título de Realismo mágico. Ya no me acordaba del lejano libro pero algún oscuro mecanismo de la mente me lo hizo surgir espontáneamente en el momento en que trataba de buscar un nombre para aquella nueva forma de narrativa. No fue una designación de capricho sino la misteriosa correspondencia entre un nombre olvidado y un hecho nuevo. Poco más tarde Alejo Carpentier usó el nombre de lo real maravilloso para designar el mismo fenómeno literario. Es un buen nombre, aun cuando no siempre la magia tenga que ver con las maravillas, en la más ordinaria realidad hay un elemento mágico, que sólo es advertido por algunos pocos. Pero esto carece de importancia”.
“Para otros países los conceptos de Adam Smith pudieron convertirse en una doctrina para un futuro mejor, para los ingleses era la descripción de los mecanismos reales de su economía (...) El campesinado del Tercer Mundo es el heredero de creencias, patrones de vida y actitudes mentales completamente diferentes de aquellos que determinaron el fenómeno colectivo del aumento de la productividad del labriego europeo. Pertenecen a culturas que no asocian la idea de riqueza con la del trabajo, ni han tenido nunca la noción del ahorro, su concepción de la riqueza es diferente, la miran como un don mágico mucho más que como un instrumento de producción. La conciben con los ojos de “Las mil y una noches”y no con los de Adam Smith”.
“«¿Qué hay en un nombre?», se preguntaba Shakespeare para que tres siglos más tarde Wittgenstein pudiera responderle, con igual perplejidad: «¿Cómo es posible representar un mundo no-lingüístico en términos lingüísticos?». Nada es más engañoso, cambiante y ambiguo que los nombres, siempre es oscuro lo que pretendemos expresar con un nombre y su relación con la cosa nombrada no es menos vaga. Nombrar es crear, toda la creación verbal del hombre, que es su mayor hazaña, tiene como base la virtud fecunda de ese descalco que, afortunadamente, no permite que lleguemos a saber todo lo que nombra un nombre, ni hasta dónde representa la cosa nombrada”.
“Sería tarea de psicólogos estudiar la significación de conjuro mágico para apaciguar temores que tenía el hecho de reproducir, en aquella tan distinta realidad física, la toponimia española”.
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