“En vano cientos de miles de hombres, hacinados en pequeño espacio, se esforzaban en desfigurar la Tierra en que vivían; en vano la cubrían de piedras a que nada pudiera crecer; en vano arrancaban las hierbecillas que pugnaban por salir; en vano impregnaban el aire de humo de petróleo y de carbón; en vano echaban a los animales y los pájaros, porque hasta en la ciudad la primavera era primavera. Resplandecía el sol, la hierba verde brotaba por doquier, no sólo en los céspedes de los bulevares, sino hasta entre los adoquines del empedrado; en los álamos, los abedules y los cerezos silvestres despuntaban pegajosas y perfumadas hojas; los brotes de los tilos estaban a punto de estallar; las cornejas, los gorriones y las palomas construían alegremente sus nidos, como todas las primaveras, y las moscas, calentadas por el sol, zumbaban junto a los muros…”(Resurrección, León Tolstoi)
Pero yo he visto otra cosa más. En la ciudad la primavera puede avanzar sin peligro precisamente porque se la ignora.
Fue lo primero que pensé cuando, en las salidas de pajareo o birdwatching que organizaron los chicos, descubrimos un nido de benteveos en un árbol a metros de la avenida (ver foto que ilustra la entrada). Fue como una revelación, para mí, de toda la naturaleza que en la ciudad vive sin que le prestemos atención. Y por eso mismo, creo yo, no está en peligro.
Es como si la ciudad que avanza, icono de enemistad con la naturaleza, fuera lo que entonces la estuviera protegiendo. Porque los hombres le son indiferentes y así la dejan vivir.
Quizás en el campo los chicos ya no cacen pajaritos con la gomera. Pero acá ni sabemos que existen. Y por nuestra indiferencia están más tranquilos.
Es verdad que quizás las acecha alguna rapaz, que también están en la ciudad. Pero quizás haya menos, quizás tengan menos depredadores aquí.
No puedo decir que esto es cierto pero, ¿no les he dejado una interesante incógnita?
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