¡Alguien que me diga qué es esto del blog, que sigue respirando después de 17 años!
Leyendo la intrincada y exuberante prosa de Faulkner y descansando a su vez de una semana agitada, mientras explico porcentajes y charlamos en familia…
Al parecer quiero disfrutar pero también terminar este y luego otro libro (no hoy, claro) porque es como si quisiera ya cerrar el ciclo de libros de este año, y cerrar los libros abiertos, como si acechara sobre mí un tiempo en que no voy a poder leer mucho pero tuviera que dejar en los registros lo que hasta ahora fue (y será igual, pase lo que pase de ahora en adelante) un año de mucha lectura.
(¿Intento de párrafito faulknereano?)
Faulkner no es una lectura precisamente edificante (pero tampoco "desedificante"); tiene un valor que no acierto a definir.
"Solito cae el mistol" y sí, y está bueno que sea así. Si no las vamos a vender ni almacenar en graneros, ¿para qué queremos sacar las paltas antes de que caigan?
¿Y los negros del sur tenían esa relación con el trabajo? (Y los santiagueños quizás sean una raza superior, como los andaluces).
“(...) Así. Algún blanco conocido de usted está en la cárcel o en el hospital y en seguida usted dice: ¡Qué horror!, no por la vergüenza o el dolor, sino por los muros, los cerrojos, y antes de conocer a éstos siquiera, le envía usted al blanco libros para leer, barajas, pasatiempos para que se divierta. Pero no a los negros. Ni siquiera piensa usted en las barajas y los acertijos y los libros. Y así repentinamente descubre usted con una especie de terror que no sólo ellos se han escapado teniendo qué leer, sino que se han escapado porque tenían que escapar. Así cada vez que pasa usted por la cárcel, puede verlos... no, no a ellos, a ellos no los ve usted, sólo ve las manos entre las rejas de las ventanas, no golpeando o impacientes o siquiera agarrando, asiendo los barrotes como lo harían las manos blancas, sino caídas simplemente ahí, entre los intersticios, no exactamente descansando, pero ni siquiera quietas, moldeadas ya y a sus anchas y sin angustia en los mangos de los arados y las hachas y los azadones, y los estropajos y las escobas y las cunas de la gente blanca, hasta los mismos barrotes de acero se conforman también a ellas sin alarma y sin angustia. ¿Comprende usted?, no nudosas ni encarrujadas por el trabajo, sino más bien ablandadas y agilizadas por él, desbastadas y hasta suavizadas, como si con sólo el cambio de una monedita de sudor hubiesen adquirido ya ellos la misma cosa por la que el blanco tiene que pagar dólares por cada pote de treinta gramos. No inmunes al trabajo, y avenidas con el trabajo tampoco es la palabra exacta, sino confederadas con el trabajo y por ello libres de él; en armisticio, paz: las mismas largas, ágiles manos serenas e inmunes a la angustia…”(Requiem para una mujer, William Faulkner)
(En el día de Nuestra Señora de la Guardia)